Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 31 de diciembre de 2014

EL MENSAJE DE NAVIDAD
No fueron los petardos de los niños del barrio los que alteraron la paz y tranquilidad de la pasada Nochebuena. No fue eso. Fue el discurso del Rey. Apenas dos minutos después de que don Felipe se despidiera de los telespectadores de la uno, doña Monsi llamó a la Padilla y le dijo que ella también quería grabar un mensaje de Navidad para los vecinos. La mujer, que estaba terminando de poner la mesa, le dijo que mejor lo hablaban al día siguiente, confiando en que se le pasaría el capricho, pero nada más lejos de la realidad.
El mismo día de Navidad, a las nueve de la mañana, doña Monsi nos convocó a todos en el portal y nos dijo que de allí no salía nadie hasta que le ayudáramos a grabar su mensaje. Bernardo hizo un gesto de "me va a decir la vieja esta lo que tengo que hacer", y cuando fue a abrir la puerta para ir a su almuerzo con el italiano, que le había invitado a comer una mariscada en la pensión, comprobó que la amenaza de la presidenta no había sido en balde.
-Neruda ha cerrado con llave -le advirtió doña Monsi. 
-Señora, creo que esta vez ha ido demasiado lejos. ¡Abra la puerta! -le gritó el taxista con la misma cara que se le ponía a Bruce Banner antes de transformarse en Hulk. 
La Padilla intentó poner orden y nos trató de convencer de que si hacíamos lo que la presidenta nos decía, podríamos salir de allí antes. Viéndolas venir, llamé a mis padres y les dije que no me esperasen a comer.
Carmela fue la que peor se lo tomó. Sobre todo porque había madrugado para pasarle un trapito a las escaleras antes de irse a comer un caldito de pollo a casa de su suegra.
Antes de subir a su piso, donde dijo que nos esperaría para grabar el maldito mensaje, doña Monsi le ordenó a Neruda que no se apartara de la puerta. El pobre hombre, que fue contratado para recoger la correspondencia de los buzones, ha terminado convertido en un tráncame-la-puerta-para-que-no-salga-nadie y ya hay vecinos que lo llaman Ábrete Sésamo. Penita me da.
Las hermanísimas fueron las primeras en ofrecerse a la Padilla a agilizar el montaje para acabar con aquel caprichito cuanto antes. 
-En casa tenemos una cámara. Yo me encargo de la grabación -dijo Úrsula, sorpresivamente amable.
-Yo le echo los polvos a doña Monsi -dijo Brígida, que tuvo que aclarar que se refería a los polvos de Margaret Astor, porque se había hecho el silencio en medio de aquella algarabía. 
María Victoria dijo que ella se ocupaba del vestuario, pero todos gritamos al mismo tiempo que no, imaginando a doña Monsi con una blusa jaspeada con las rayas de algún felino. 
-¡La presidenta ya está preparada! -nos gritó por las escaleras Carmela, encargada de montar el set de grabación.
Al llegar a su casa, doña Monsi estaba sentada en una de las sillas del comedor, delante de una mesita con un jarrón de flores artificiales y la foto de sus nietos en un lado y una de Carmela, en la otra esquina. Yo no dije nada. 
-¿Dónde está la cámara? -preguntó la Padilla, y en ese momento entraron las hermanísimas cargando una Super-8 a hombros. 


Cuando Carmela haga la señal, usted empiece a hablar -le dijo la Padilla a doña Monsi, que se había pasado tanto con la laca que hubo que ajustar el plano porque la parte alta del peinado se salía de la imagen.
Carmela dejó caer el brazo y doña Monsi comenzó su discurso, pero no habían pasado ni dos segundos cuando María Victoria empezó a respirar agitada. Bernardo corrió en su ayuda. 
-Soy as... soy as... asmática -consiguió decir asfixiada.
-¡Rápido! Llévense a doña Monsi o María Victoria se nos queda! -dijo el taxista. 
Carmela y la Padilla cogieron a la mujer con la silla y todo y se la llevaron al baño. Allí, con la ducha y la taza del váter de fondo, grabamos el mensaje que emitiremos la noche de fin de año. 

jueves, 25 de diciembre de 2014

ALERTA MÁXIMA
Un desagradable olor a podrido provocó que, en la madrugada del pasado martes, todos los vecinos saliéramos asustados a la escalera y -lo que es peor- en pijama. La bata de guata rosa en la que iba envuelta doña Monsi y el dos piezas estilo dálmata de María Victoria me dejaron sin respiración durante algunos segundos, lo cual agradecí, porque aquel tufo intenso a gamba descompuesta me había mezclado algunos órganos y sentí que el hígado me empezaba a latir.
-¡Que nadie suba al ascensor! -gritó la Padilla cumpliendo con sus funciones de subpresidenta-. Es peligroso cuando hay un incendio.
-Que huela mal no quiere decir que haya fuego -le corrigió Úrsula, que llevaba puesto un chándal Adidas de 1980 y unas cholas que le dejaban ver unos calcetines de color calabaza. 
Al escuchar que podría tratarse de un incendio, María Victoria se volvió loca y empezó a gritar que su marido estaba en la cama y que no había podido despertarlo porque toma pastillas para dormir. La Padilla hizo un gesto de cabeza a Bernardo, Neruda y Tito, los hombres del edificio, que no se dieron por aludidos hasta que la mujer les dijo en un tono que fue subiendo: "¡Que vayan a sacar al príncipe ya de una vez, que se nos quema!". Los tres corrieron escaleras arriba como si les hubieran programado para salvar al mundo. 
Mientras el grupo especial de salvamento entraba al piso de María Victoria, en el portal instalamos el centro de operaciones. Brígida sugirió que llamáramos a los bomberos, pero doña Monsi no le dejó terminar y dijo que ni se le ocurriera hasta comprobar qué era lo que pasaba realmente. 
-La comunidad no tiene ni un duro para pagar estos servicios- contestó la presidenta desde dentro de la bata.
A la espera del rescate del bello durmiente, la Padilla nos encargó que intensificáramos el olfato para tratar de localizar aquel olor pestilente. Yo insistí en la idea de llamar al 112, pero la cabecita de doña Monsi surgió de aquella bata acolchada como los pollitos de la cáscara y me recordó que en aquel edificio mandaba ella. 
Por fortuna, un ruido en la escalera nos hizo cambiar de tema. Escuchamos varios golpes y el timbre de alarma del ascensor. 
-Pero ¿quién demonios está ahí dentro? -preguntó la Padilla. 
Una voz de ultratumba resonó en todo el edificio.
-Somos nosotros -dijo Bernardo-. Nos hemos quedado trabados en el ascensor.
La Padilla dio un resoplido que de haber habido fuego lo hubiera apagado al instante. 
-¿Qué parte de no cojan el ascensor porque es peligroso cuando hay un incendio no entendieron? ¿Eh?
-Es que don Alberto pesa mucho para bajarlo por la escalera -contestó Neruda.
Carmela, que entró en ese momento al edificio -porque ahora está llegando dos horas antes para prepararle el desayuno a doña Monsi-, nos encontró a todos con la cara lavada y en pijama y casi sale huyendo del susto. A María Victoria le entró un ataque de ansiedad al pensar que su marido se había quedado encerrado en el ascensor en medio del incendio y, como es habitual en ella, empezó a marearse. 
-Carmela, coge el destornillador y ayúdanos a abrir la puerta del aparato -le ordenó la Padilla.
Carmela entró en el cuartito de contadores y un tufo a pescado podrido nos tumbó hacia atrás. María Victoria no superó el impacto y cayó al suelo desmayada. 
-¡Ah! -dijo Carmela-. Ya sé qué es este olor. Es el paquete que nos trajo el italiano hace tres días como regalo de Navidad, pero, como yo estaba liada con la escalera, me despisté de avisarles. Son dos kilos de langostinos y un décimo de lotería a repartir. ¿No es hoy el sorteo?
Con el pijama remangado y sudoroso por la tensión, la Padilla no daba crédito a lo que acababa de escuchar y le ordenó que abriera de una vez el ascensor. Carmela giró el destornillador y los tres hombres salieron en tropel, dejando caer al príncipe como si fuera un saco de papas. Ni aun así se despertó. 



lunes, 15 de diciembre de 2014

EL TONITO DE CARMELA
Desde que doña Monsi nombró a la Padilla subpresidenta de la comunidad del edificio tiene el ego tan subido que ha ganado unos cuantos centímetros de altura y ahora ya no tiene que ponerse de puntillas cuando pulsa el botón de la azotea en el ascensor. De todas formas, tampoco tendría que hacerlo, porque su hijo Tito, que ha regresado a casa por Navidad, se pasa el día encerrado en el aparato, subiendo y bajando y cobrándonos la entrada. La tarifa es según el piso y el peso. Así que, con los gastos que generan estas fiestas, de nuevo, volvemos a tener colapso en las escaleras y Carmela no da abasto.
-¿Otra vez a la calle? -le preguntó a Bernardo con el mismo tono de "yastabién" que le pone el presentador de "la Sexta noche" a sus contertulios.
-Trabajo, ¿sabes?, y me ha salido un servicio al aeropuerto. Usaré las escaleras las veces que necesite. Lo que faltaba ahora, hombre -le recriminó el taxista.
Harta de que le ensuciáramos lo que limpiaba, a Carmela no se le ocurrió otra cosa que echar bote y medio de cera por cada cubo de agua y el miércoles tuvimos el primer accidente. Don Alberto, el príncipe, bajó a comprar dos muslitos de pollo para el caldo que, de cara a Nochebuena, está ensayando su mujer, María Victoria, que de cocina sabe lo que yo de física cuántica, y, de repente, un golpe seco y estentóreo dejó en silencio a todo el edificio. Enseguida, salimos a ver qué había ocurrido.

-El príncipe se ha caído -dijo Carmela con el mismo tono que nos da los buenos días y golpeándole en la cadera con la fregona para que iniciara el levantamiento.
-¿Pero no ves que está malherido? -le apuntó Brígida, al ver al hombre con las piernas colocadas en dos direcciones imposibles en relación a su cuerpo.
-¿Le duele algo? -le preguntó Carmela con el mismo interés que el camarero del bar de la plaza cuando dice "¿con gas o sin gas?".
-No -respondió don Alberto.
-¿Ven? Tanto drama, tanto drama y el hombre está perfecto.
Yo, que no suelo meterme en nada, les recordé que don Alberto no era de fiar, en el sentido de su problema expresivo tras el golpe que recibió con el palo de golf.
-Yo creo que ha querido decir que sí -se lanzó a decir Brígida.
Carmela se enfadó aún más y dijo que aquello era territorio suyo y que nos metiéramos en nuestros asuntos. Para entonces, Úrsula ya había ido a buscar a María Victoria, que, al ver a su marido tirado en el suelo, dio un grito que yo pensé que había sido el rugido del león que llevaba serigrafiado en su camiseta.
A riesgo de cargarse al herido, entre las hermanísimas lo levantaron del suelo y el hombre recobró la postura normal de sus piernas.
-Exagerados que son todos -nos echó en cara Carmela al ver cómo don Alberto regresaba sin problemas a su casa. Esta vez lo dijo con un tonito de "váyanse por ahí".
Con este panorama: un ascensor que no recaudaba porque los vecinos se niegan a pagar por trayecto y con una escalera que más parecía la pista de patinaje del Rockefeller Center, doña Monsi se replanteó la situación y anunció que hasta el 1 de enero el ascensor volvía a ser gratis. Úrsula, que no soporta las manías de la presidenta, lleva tres días subiendo y bajando.
-A esta le cobro yo todo lo que se ha ahorrado en una semana -dijo, mientras pulsaba el dos, el tres, el cuatro.
El viernes, don Alberto y María Victoria salieron a pasear un rato y se tropezaron a Carmela en el portal.
-¿Qué? ¿A jugar al golf? -les preguntó, mientras guardaba los botes de cera que ya no necesitará, y lo dijo con un tonito, como si en realidad lo que quisiera decirles fuera: "Tanto escándalo con la caídita y ahora te vas a jugar. ¡Pijo!".
-Encima, bromitas -le recriminó María Victoria-. El palo es para apoyarse porque tiene un esguince de tobillo y se le ha disparado la flebitis.

jueves, 11 de diciembre de 2014

MALOS ENTENDIDOS
Desde que doña Monsi se levantó de la silla de ruedas donde se recuperaba de su rotura de cadera para decir que no habría árbol de Navidad en el edificio y comprobó que la placa de metal aguantaba su peso, las cosas han cambiado. Ahora no para de moverse de un lado a otro y, con lo pequeñita que es, a veces no sabemos bien dónde se ha metido. Y eso que el médico le dijo que, a su edad, es peligroso volverse a caer y que un paso en falso podría ser definitivo para postrarla en una cama.
-A mí no hay quien me tumbe -le espetó en toda la cara al pobre médico.
Carmela, que se ha aficionado a los calditos de pollo -de hecho el otro día en vez de lejía le echó Maggi al agua de las escaleras-, se pasa el día llamándola por el hilo musical del edificio.
-Atención, doña Monsi. El caldito está ya en la mesa. Si no viene se le enfriará -le escuchamos decir el otro día. 
Ella nunca aparece ante estas llamadas. Bernardo dice que la pobre señora también debe estar sorda y que eso es un peligro añadido. 
Para peligro, el nuevo matrimonio recién llegado al edificio -María Victoria y Alberto, que sí que oyen y bastante bien, porque fueron ellos quienes a la primera llamada subieron y se zamparon el caldito. Carmela puso el grito en el cielo, acusándoles de ladrones y las hermanísimas tuvieron que bajar a poner paz en la discusión.
Después de diez minutos diciéndose barbaridades unos a otros, llegamos a la conclusión de que todo se había debido a una confusión causada por Alberto, el marido, al responder la pregunta de su mujer, María Victoria.
-Eso que acabamos de oír de que ya está el caldito en la mesa, ¿es para nosotros también? -le había preguntado ella.
-Claro que sí -le había respondido él y ella no se acordó de que, desde el golpe con el palo de golf, cuando Alberto decía no quería decir sí y viceversa.
Así que, sin pensárselo dos veces, subieron a tomarse el caldito.

A la pobre mujer, embutida en un mono ajustado con manchas de cebra, le dio un sofoco al darse cuenta de su error y pidió disculpas, pero le dijo a Carmela que tuviese más cuidado con el exceso de sal que le echaba al caldito.
Viendo el estado de nerviosismo en el que se encontraban, Brígida acompañó al matrimonio al ascensor para que subieran a su piso, pero, cuando se abrió la puerta, apareció la cara de Tito, el hijo de la Padilla, que ha vuelto a casa por Navidad y que les pidió el ticket para poder entrar. Todos nos quedamos con los ojos más abiertos que el emoticono del móvil y fue Úrsula la que preguntó a qué se refería.
-¿No les han contado? Mi madre ha comprado el ascensor y desde hoy, si quieren usarlo, tienen que pagar.
-Niño, déjate de tonterías y sal de ahí. Eso es imposible. El ascensor es del edificio y lo pagamos todos -le gritó Úrsula.
Tito se negó a dejarles entrar y accionó la reja de seguridad que le permitía seguir hablando con nosotros pero que nos impedía el paso desde fuera.
-Esto es ilegal. Además, doña Monsi no nos ha dicho nada y ella es la presidenta -le aclaró Carmela, mientras a María Victoria le empezaba a dar otro sofoco y acabó tirada en el suelo.
En ese momento, apareció doña Monsi, que llegaba de la peluquería, con lo que medía casi el doble gracias a los dos litros de laca que le sostenían el peinado cumulonimbo. Carmela, Bernardo, Úrsula, Brígida, Alberto y yo nos lanzamos sobre la pobre mujer para que pusiera orden en aquella estupidez del ascensor.
-¡Silencio! -gritó. Como el médico me recomendó tranquilidad, le he dado la subpresidencia del edificio a la Padilla, así que disuélvanse y quiten a ese animal de mi rellano -dijo señalando a María Victoria que se encontraba desmayada en el suelo y parecía una cebra moribunda.

domingo, 7 de diciembre de 2014

LAS CUENTAS DE NAVIDAD
Los recortes navideños han llegado al edificio y, este año, se ha cambiado el alumbrado de luces de colores por nueve velas blancas que sobraron en la tienda de Chen Yu de la temporada pasada. La decisión ha sido unilateral y sin vuelta atrás. La presidenta, doña Monsi, lo comunicó a todos los vecinos con nocturnidad y alevosía, a través del hilo musical de la escalera a última hora del martes y, temiendo que se formara una tangana, mandó a Neruda a vigilar su puerta durante toda la noche. Sin embargo, las hermanísimas y la Padilla se metieron en su piso cuando, al día siguiente, Carmela, entró a llevarle un caldito de pollo que le había preparado. Allí las tres le cantaron las cuarenta.
-¡Ya está bien, señora! -le gritó Úrsula-Se está pasando tres pueblos. 
-La Navidad ha sido siempre una cosa sagrada en este edificio, incluso en tiempos peores -le recordó la Padilla, enseñándole unas fotos que sacó su hijo Tito en las fiestas de 2009 en las que se veían las luces de neón que ese año colgamos en la entrada del edificio. 
Doña Monsi, que se ha vuelto una caprichosa por culpa de la maldita rotura de cadera, se llevó las manos a las orejas y empezó a cantar el "pero mira como beben los peces en el río" con los ojos cerrados y moviendo la cabeza para no escuchar los reproches de sus vecinas. Con el escándalo, Neruda que había bajado a limpiar los buzones a los que ya no llegan ni facturas del banco, subió corriendo y, al puro estilo Diego el Cigala, gritó: "¡Atrás!" y desalojó a las mujeres con la fregona que previamente le había cogido a Carmela, a la que lo único que le importaba era que el caldo no se enfriara.
-Ande, vaya tomándose un sorbito entre grito y grito -le dijo, mientras le hundía la cuchara hasta la campanilla. 

Doña Monsi acabó ahogándose; las hermanísimas y la Padilla, en medio de la escalera amenazando a Neruda y Carmela, tomándose el caldito casi frío. 
Por otro lado, el italiano ya no está con nosotros aunque sigue con su pescadería. De momento, está viviendo en una pensión cerca de la avenida marítima. Supongo que un día de estos quedaremos con él en el bar de Antonio para darle su décimo de Lotería de Navidad. Aquí somos todos muy creyentes. En la suerte. 
El piso del italiano ya está ocupado por los nuevos inquilinos. Tienen pinta de buena gente, pero solo es eso: pinta. María Victoria es de esas mujeres de la que no acertarías su verdadera edad ni con la llamada del público. La esconde (la edad) debajo de un centenar de retoques entre cara y cuello. Le gusta embutirse en pantalones de pitillo ajustados con manchas de leopardo, tigre o cebra y camisetas tres tallas menos con dibujos de temática animal, con lo que el primer día que me tropecé con ella en la escalera salí corriendo porque los ojos del león que caían justo encima de sus pechos parecían en tres dimensiones y pensé que se me venia encima. Salí escopetada y a punto estuve de coger una de las velas para asustar al animal. Por aquello de que el fuego ahuyenta a las bestias. 
Alberto es su pareja. Hace unos meses sufrió un golpe en la cabeza mientras jugaba al golf y, desde entonces, dice sí cuando quiere decir no y no cuando quiere decir sí. Es un problema porque el viernes, que hubo reunión vecinal, nos metió en un buen lío cuando tuvimos que decidir si este año hacíamos o no el árbol de navidad. La votación terminó en empate pero Carmela, que se dio cuenta enseguida, aclaró que si Alberto había votado que no, en realidad quería decir que sí, con lo que habría árbol. Doña Monsi, como si fuera Lázaro, se levantó de la silla de ruedas, dio dos pasos y dijo que, en este edificio, no es no.

domingo, 30 de noviembre de 2014

DULCES AMARGOS
Si esto sigue así, en Nochebuena montaremos un portal viviente en el edificio. Y es que desde que se da misa a domicilio, esto es un ir y venir de gente que hasta hemos tenido que quitar a Neruda de la gestión de los buzones para que se haga cargo de la puerta y del ascensor. La Padilla se ha cogido un berrinche porque -según dijo gritando como una descosida por las escaleras- está esperando una carta importante de su hijo que se ha marchado a Alemania a aprender inglés. Úrsula, que le gusta meterle el dedo en el ojo a su vecina más que un micrófono a Curri Valenzuela, le auguró que lo más probable es que el "pobre chico" termine aprendiendo ruso en Marbella.
Pero a lo que iba. El pasado miércoles se lió la cosa de tal manera que todos acabamos en el piso de doña Monsi para decirle que sus misas a domicilio estaban generando problemas con la parroquia porque venía más gente al edificio que a la iglesia del barrio. Al principio no se lo tomó nada bien pero Bernardo que, antes que taxista quiso ser psicólogo, habló con ella y la convenció de que tenía que acabar con este trasiego humano. 
- ¿Qué te ha dicho? -le preguntó Carmela, cuando Bernardo salió después de haber estado más de setenta minutos a solas con la presidenta.
- Le he hecho una propuesta y la ha aceptado: Hasta que se recupere de la fractura de cadera, le grabaremos las misas en un CD y así podrá verlas tranquilamente en su televisor- nos explicó. 
Esa misma tarde, Neruda volvió a encargarse de los buzones pero, también, de grabar las misas en la iglesia y de venir corriendo antes de las siete para ponerle la grabación en su televisor de plasma. Pobrecillo: él, que en lo único que cree es en que si alguien hizo el mundo fue para fastidiarle. 
Con esta solución, lo cierto es que el tráfico se ha reducido considerablemente en el edificio pero el jueves volvió la tensión cuando una pareja de unos setenta años (más él que ella, que los disimulaba con unos leggins de leopardo) entró en el portal mientras Carmela limpiaba. Buscaban a la presidenta. Con cara de desconfianza y con la pierna derecha apoyada en el cubo a rebosar de agua, les preguntó si habían quedado con ella. La mujer contestó que no, separándose una de las manchas del felino del muslo izquierdo. "Venimos porque vamos a comprar el tercero derecha", añadió el que debía ser su marido, un señor estirado con aires de príncipe.
Obviamente, la noticia corrió como la pólvora por todo el edificio; sobre todo, porque en el tercero derecha es donde vive el italiano.
- ¿Y allora? -preguntó con las manos ensangrentadas, después de abrir en canal un rodaballo en la azotea pues, últimamente, tiene tanto lío en la pescadería que se trae trabajo a casa.
- Que te quedas en la calle, "sulla Strada", para que lo entiendas- Le aclaró Úrsula sin anestesia.
Desde entonces, el italiano está que ni come, ni duerme. No es para menos: le quitan su piso de alquiler y, encima, su novia, la abogada alérgica al pescado, le ha pedido tiempo para repensar la relación que empezó la noche de Halloween; vamos, que no hace ni veinticinco días.
Como doña Monsi no se puede mover por lo de la cadera, le pidió a Neruda que le enseñara el piso a los nuevos inquilinos. Después de más de ochenta y siete minutos revisando cada rincón de la casa, se marcharon y quedaron en volver esta semana ya con sus maletas. 
- Vaya, el pescadero se va y llegan los maestros reposteros- dijo Úrsula burlándose sin piedad cuando el italiano bajaba un par de cajas para mudarse a una pensión.
- ¿Maestros reposteros? -preguntó Brígida a su hermana. 
- No te enteras de nada, mujer. Ella se llama María Victoria y él, que parece un príncipe, Alberto, como las tartas -le dijo señalando al buzón donde Neruda ya había escrito el nombre de los nuevos inquilinos.

domingo, 23 de noviembre de 2014

VISITAS A DOMICILIO 

Tenemos nueva incorporación. No es un inquilino pero se ha convertido en un asiduo de este edificio. Se llama don Julián, es cura y viene todos los días a las seis de la tarde al tercero izquierdo, que es donde vive doña Monsi. Carmela fue quien lo trajo, harta de que la actual presidenta de la comunidad la utilizara, desde que se partió la cadera, de suplente para ir a escuchar misa por ella. 

- Pero señora es que yo no creo. Si la primera vez que entré en una iglesia fue el año pasado cuando me quedé en paro –se excusó Carmela.

- ¿Ves? Algo debías creer cuando entraste a pedirle al Señor que te ayudara –le dijo doña Monsi sentada en una silla de ruedas que le tiene alquilada la Padilla a 3,50 euros la hora.

- ¿Qué pedirle a ningún señor ni que nada? Si yo entré porque en mi barrio me dijeron que el párroco estaba buscando a alguien para limpiar y, como yo estaba a dos velas, pues fui, hasta que me echaron porque, según decían, gastaba demasiada agua y eso era un pecado.

Por pena, Carmela le hizo el favor de suplirla en misa dos tardes pero a la tercera le dijo que, del empacho de hostias, había desarrollado una intolerancia alimentaria grave que le había perforado el esófago y que el médico le había prohibido que volviera a probarlas. Así que, por prescripción médica, dejó de ir a misa. Cuando se lo contó, a doña Monsi le entró una crisis aguda de pánico y ese día no pudo levantarse de la cama pero la Padilla siguió cobrándole el alquiler de la silla. La pobre señora se pasó toda la mañana rogando que Bernardo, el taxista, la llevara por favor al Sagrado Corazón pero él se hizo el sueco.

Carmela, que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, se sintió tan mal que a las dos horas regresó con un señor cogido del brazo al que presentó como el padre Julián. Desde entonces, cada tarde a las seis menos diez entra en el edificio y sube a darle misa. Para que no estuviera trayendo las ostias, Brígida -que está haciendo un curso navideño de repostería -se comprometió a cocinarlas cada semana. Doña Monsi le pidió, por favor, que evitara darle forma de estrellitas porque el primer día don Julián casi se atraganta cuando, a punto de dar la comunión, vio ante sus ojos una de color verde brillante con un gorrito de papa Noel de azúcar glas. 



La que peor lleva esta situación es la Padilla porque no solo el cura viene al edificio cada tarde. Desde el jueves, tres señoras más del barrio, que se enteraron por Carmela de que había misa a domicilio, se han apuntado también y eso supone colapso en el ascensor. Ante este panorama, Brígida se ha visto obligada a redoblar la ración de hostias y hemos tenido que conseguir un par de sillas extras para que las señoras se puedan sentar. 

Mientras tanto, el italiano sigue su romance con la abogada a la que todavía no le ha dicho que trabaja en una pescadería. 

- Ella odia il pescato y e aleryica al marisco –me comentó bastante preocupado.

La cosa se puso un poco fule, como diría mi madre, cuando la chica apareció el viernes por el edificio preguntando por él. Brígida se encontró con ella a mitad de la escalera, mientras bajaba con una nueva ración de hostias recién horneadas para llevarle a doña Monsi y se ofreció a acompañarle hasta el piso del italiano. Él -que no podía ni imaginar que era ella quien tocaba el timbre- abrió la puerta con un delantal que ya quisieran los de Micolor para su próximo anuncio y con un mero descabezado entre las manos. La joven abogada se llevó tal impresión que cayó desmayada sobre la bandeja de hostias que sostenía Brígida. 

Esa tarde no hubo misa. 

domingo, 16 de noviembre de 2014

OJO AL DATO
Desde que la Padilla se fue a comisaría a denunciar que alguien con una capa a lo Darth Vader había entrado por la azotea y montó un escándalo en el edificio pidiendo que nos organizáramos en patrullas de defensa por cada piso, le han puesto gafas. Úrsula fue la que se dio cuenta de que el supuesto Señor Oscuro que amenazaba nuestra seguridad era el disfraz de vampiro que el italiano se había comprado para Halloween, que ondeaba al viento y que se había dejado tendido en la azotea desde el sábado. 


Doña Monsi, como presidenta de la comunidad, tuvo que pedir disculpas al comisario jefe y al agente Fernández, que aguantó durante más de dos horas la declaración de la Padilla, quien no solo detalló lo que "vio" (si así se puede definir), sino, además, las intenciones del presunto asaltante y su parecido con "el primo de la cuñada de Carmencita, la mujer de Sebas, el que se quedó huérfano por culpa de una disputa con unos del sur, que a su vez eran familia de ...".
-Señora, vaya al grano- le cortó el agente, y ella se quedó mirando la especie de verruga que tenía junto al bigote, pero se limitó a firmar la declaración cuando le pasó el papel. 
Los dos policías que acudieron al edificio en busca del ladrón se portaron muy bien y peinaron la escalera de arriba abajo, algo que no le gustó nada a Carmela porque acababa de terminar de limpiarlas con la nueva lejía de aroma a turrón que Chen Yu trajo a su tienda desde Taiwan en el reciente pedido navideño.
-¿Por qué no haces lo mismo en casa de tu madr...?- logró decir antes de que Bernardo le tapara la boca. 
Después de todo el barullo montado por el vampiro sin cuerpo presente, y una vez que el caso quedó archivado, Carmela se ofreció a acompañar a la Padilla al oculista. Allí se dieron cuenta de que no es que la mujer no viera ni tres montadas en un burro, es que tampoco sabía leer. Le suplicó a Carmela que no nos dijera nada pero al día siguiente, a las seis de la mañana, ya lo sabíamos todos: "Yo no firmé ningún papel y no puedo tener eso metido aquí dentro que me engorda", se excusó.
El jueves, la Padilla apareció con unas gafas de pasta color berenjena. Al principio nos dio un poco de miedo porque le hacían los ojos enormes como a los dibujos japoneses, pero ya nos hemos ido acostumbrando. La que no se adapta es Carmela. 
-En ese zócalo hay tres motas y media de polvo- le advirtió la Padilla cuando bajaba al súper.
Al enterarse de los poderes visuales que ahora ha desarrollado su vecina, doña Monsi, que sigue convaleciente de su cadera, decidió fichar a la Padilla como supervisora jefe de asuntos de limpieza. 
Mientras tanto, nos hemos enterado de que el italiano encontró novia la noche de Halloween gracias al disfraz de vampiro que, a la sazón, fue el que causó todo el lío policial y óptico. La chica es de Tegueste y trabaja como abogada. La cosa va en serio, según se desprende del interrogatorio al que Carmela sometió al pobre hombre cuando se enteró de la noticia la tarde que lo vio salir vestido de punta en blanco. 
-¿No irás así a la pescadería?- fue la primera pregunta de una ristra de sesenta y cinco más en las que el italiano manifestó que estaba profundamente enamorado de aquella mujer a la que conoció él disfrazado de vampiro y ella, de enfermera ensangrentada. Esa tarde era habían quedado para cenar a cara descubierta. 
Doña Monsi, que ha desarrollado un poder inusitado en el edificio a pesar de no poder moverse por culpa de su cadera, llamó a Bernardo a su casa y, mientras se levantaba el pelo a golpe de laca a modo de suflé, le ordenó que los siguiera. "Averigua quién es esa mujer: raza, sexo, afinidad política y qué programas de la tele ve. No podemos permitir que se líe con cualquiera".

domingo, 9 de noviembre de 2014

UN PAR DE AJUSTES
El cambio de hora y la resintonización de la TDT han causado más estragos en el edificio que la vez que Úrsula dejó encerrado en el ascensor al del butano porque, según ella, se parecía a Jackie Chan y quería enseñárselo a su hermana -fan incondicional del actor- cuando volviera del supermercado. El pobre hombre permaneció allí metido más de 40 minutos. Ese día había cola en la carnicería por la oferta de chuletón de buey y, cuando lo rescatamos, no sabíamos quién olía peor, si la bombona, él o el chuletón. Después de aquel incidente, Jackie no volvió a pasar nunca más por el edificio. Pero esa es otra historia.
Quien sí volvió, pero del hospital, fue doña Monsi tras la operación de cadera a la que fue sometida. Por supuesto que fue una alegría verla de nuevo pero la mujer regresó bastante caprichosa y se le metió en la cabeza que no quería que en el edificio cambiásemos la hora porque así podríamos tener la misma que en la Península. 
-Pero, señora ¿no se da cuenta de que, fuera de las paredes de este edificio, es una hora menos, como siempre? -le apuntó Bernardo que está de baja y sin taxi tras la caída por las escaleras.
-¿Y qué? No voy a poder salir de aquí hasta dentro de por lo menos un mes, así que me da igual. No se cambia la hora y ya está -dijo y se puso a gimotear como una niña pequeña.
Por tanto, desde la madrugada del domingo, el reloj de nuestro portal y el del ascensor marcan una hora más, con lo que vivimos desfasados de la realidad y eso nos está causando más de un quebradero de cabeza. 
Todo esto se une al caos que montó la Padilla a cuenta de la resintonización de la TDT.
-¡Nos vamos a quedar sin ver la tele! -gritó desaforada el lunes cuando leyó en el periódico que había que hacerlo cuanto antes. 
-Hay que llamar a un instalador ya para que nos ajuste la antena -dijo Bernardo temiendo perderse el programa de Mariló Montero, al que se ha hecho asiduo ahora que está de baja. 
Al escuchar aquello, Úrsula que estaba en la azotea, dio un salto que ni Powell cuando superó la marca de 8,90 con su salto de longitud en el mundial de atletismo en Tokio y llegó hasta el rellano del piso de la Padilla.
-¿Cómo que un antenista? Esto lo arreglamos nosotros mismos. Digo yo que será como cuando le das a la ruedita de la radio para coger las emisoras. De esto se encarga mi hermana Brígida.

Y así empezó todo. El lunes, cuando subió a la azotea, Brígida no encontró la famosa ruedita para resintonizar los canales pero, como no quería defraudar a su hermana, empezó a tocar todo lo que por allí tenía forma redonda y nos dejó sin agua. La Padilla le gritó por el patio que lo que había cerrado era la llave de paso. Estaba tan oxidada que volverla a abrir fue imposible y, sobre la marcha, tuvimos que llamar a un fontanero que necesitó más de cuatro horas para devolver la llave a su posición normal. Aprovechando la visita del fontanero, Brígida le pidió que le ayudara a mover las antenas y aquello terminó con más piezas que mi salón el día que armé la mesa de Ikea.
-Señora, ¿dónde iba este cable? -le preguntaba cada dos por tres el fontanero que tenía menos idea que la hermanísima. 
-Da igual, hombre. Todos van al mismo sitio -le contestó Brígida. 
La extraña pareja terminó su trabajo tres horas después. Fue entonces cuando Úrsula toda orgullosa salió a la escalera y gritó: "Ya pueden encender la tele. Mi hermana ha resintonizado la TDT".
Todos corrimos a los televisores, pulsamos el botón del mando y, a partir de ahí, no sé cómo describir el sonido que emitió la Padilla. Lo cierto es que desde ese día, Bernardo solo puede ver Qatar TV; el italiano, Jiangsu Satellite TV; doña Monsi, Russia Today TV y yo la carta de ajuste de 1979.

sábado, 1 de noviembre de 2014

CUIDADO,  SUELO MOJADO

Carmela lleva fatal que le hayan quitado de limpiar la escalera y que ahora sea Bernardo, el taxista, quien se encargue de este cometido en el edificio. Pero la que peor está es la Padilla que, con el reparto de puestos que hizo la presidenta accidental, doña Monsita, le ha tocado hacer de botones en el ascensor. Como Bernardo nunca antes había cogido una fregona, la ha liado con el tráfico de la escalera, desviándolo todo al ascensor para que no le pisen lo mojado, con lo que se montan unas colas para subir que ni las fans de One Direction. 

- Esto es increíble. Llevo más de media hora por mi reloj esperando para subir a casa- se quejó el otro día Úrsula. 

- Pues te aguantas como todo hijo de vecino -le espetó la Padilla cuando se abrió la puerta y entró el italiano que venía delante. 

El problema está en que Bernardo no sabe muy bien lo que significa fregar. Él pasa la fregona y, cuando ve que se está secando, vuelve a mojarla en el cubo y ¡zas! otra pasada más, con lo que el suelo siempre está mojado y, por tanto, intransitable. Está tan obsesionado con su nuevo trabajo en el edificio que le ha dejado el taxi al 'peluca' para que le camine el coche, de paso, se saque algunos eurillos y, al menos, deje de pegar tranques por unos días. 

Quien sí que está en su salsa es Brígida que, dentro del reparto, es la que más tiempo pasa con doña Monsita pues es la encargada de acompañarle al supermercado y de ayudarle con las bolsas de la compra. 

- La hermanísima esa es una auténtica arpía -me comentó el otro día la Padilla cuando subí en el ascensor- se pasa el día haciéndole la pelota; se cree que la señora es rica pero no tiene ni los restos de la calderilla. 

El jueves pasado la tranquilidad relativa se rompió y empezó el lío como suele ser habitual en este edificio. Bernardo, que llevaba desde las siete de la mañana fregando las escaleras, se enfadó cuando Úrsula intentó subir, a pesar de que él se había amurallado frente a ella para impedirle el paso.



- ¿No ve que está mojado?

- Vaya novedad. Siempre está mojado. Pero ¿sabes qué, freganchín? Me importa un pimiento. No puedo estar haciendo cola todos los días porque el señorito no sabe fregar. ¡Aparta!

Úrsula le dio tal manotazo que Bernardo se tambaleó, cayó sobre el cubo lleno de agua y tres tapones de lejía, dio vueltas de campana escaleras abajo y, cuando llegó al portal, arrolló a doña Monsita que entraba del supermercado y fue a estromparse contra Neruda que le estaba leyendo una carta del banco al italiano. 

- ¡Dios mío! Se han matado -gritó Carmela que, desde que no tiene trabajo, se dedica a vagabundear por el edificio. 

- ¿Quién? ¿Los tres? ¡Qué desgracia más grande! -se lamentó la Padilla que acababa de llegar en el ascensor desde el quinto y se gozó la escena nada más abrirse la puerta.

Al ruido estrepitoso, siguió un silencio terrible. Neruda fue el primero en moverse y con la mirada perdida en el más allá, comenzó a recitar un poema. "No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre".

- Pobrecillo. Ha perdido el tino y la personalidad -ratificó la Padilla. Eso que recita es de García Lorca. 

Por fortuna, Bernardo también volvió en si. Estaba encharcado y olía a lejía después de viajar como una noria por las escaleras. La peor parada fue doña Monsita. La pobre señora se rompió la cadera pero, según nos dijeron los del 112, teníamos que dar las gracias porque la laca actuó de barrera impidiendo que también se rompiera la cabeza. 

Así que ahora tenemos tres heridos en el edificio. Mientras tanto, Carmela ha recuperado su puesto en las escaleras y la Padilla ha dejado el ascensor. A todas estas, el 'peluca' estrelló el taxi de Bernardo contra un árbol y lo ha dejado siniestro total.

domingo, 26 de octubre de 2014

CON LACA Y A LO LOCO

Apenas levanta un metro del suelo pero es tan segura de sí misma que parece estar anclada. Para ganar en altura, lleva el pelo acomodado como si fuera la nata de un cupkace recién cocinado, esponjoso, ahuecado y hacia arriba. Lo mantiene inamovible a base de litro y medio de laca y eso le da unos cuantos centímetros más. Montserrat, la suegra de Dolors -la presidenta ausente- regresó al edificio el lunes por la tarde después de pasar un par de semanas en La Palma. Úrsula se tropezó con ella en el portal y le preguntó si había venido para quedarse.

- Sí, claro. Ya le dije a mi nuera que quería conocer las Canarias a fondo y estaré hasta Navidad -contestó la señora tocándose un lateral de su peinado que empezaba a descolgarse por culpa de la humedad.

- Qué alegría me acaba de dar. Ya sabe qué usted es la presidenta de nuestra comunidad en ausencia de su nuera -le aclaró Úrsula que no soporta que el italiano pescadero se haya quedado al frente.

- Sí, lo sé. Voy a descansar un rato y luego tomaré las riendas de este edificio. Dígale a los vecinos que a las cinco nos vemos en mi piso -le pidió la señora.

Úrsula estaba encantada con que doña Monsi, que es como hemos decidido llamarla porque lo de Montserrat nos parecía excesivo para su minúsculo cuerpecito, hubiera regresado.

Esa tarde, todos bajamos a su piso. Aquella vivienda olía a una mezcla extraña entre café recién molido y a litros, casi metros cúbicos, de clorofluorocarbono que la señora se había pulverizado encima. Bernardo, Úrsula, Brígida, la Padilla, el italiano, Carmela, Neruda y yo esperamos en el salón hasta que doña Monsi terminó de arreglarse y salió a saludarnos.

- ¿Pero qué es eso? -susurró la Padilla al ver acercarse lo que luego calificó como una especie de tarta de diseño barroco.





Carmela no hacía sino pensar en las consecuencias que tendría el uso desmesurado del producto del pelo.

- Espero que doña Monsi no utilice mucho las escaleras porque me da que esa laca se cae a trozos con el movimiento. Dios santo, se va a comer el esmalte del suelo -le dijo al oído a Bernardo.

La señora fue muy amable con nosotros. Nos contó que se había quedado viuda hacía unos meses y que por eso había decidido venir a Tenerife, donde ahora vivían su hijo y su nuera aunque, por cuestiones políticas, se habían tenido que marchar a Barcelona un tiempo. Durante la conversación, doña Monsi bajó de altura al menos dos veces a pesar de que, de vez en cuando, ella misma se estofaba el pelo para recuperar volumen.

La reunión transcurrió tranquila hasta que a la nueva presidenta se le ocurrió contarnos cuáles eran sus normas para la comunidad.Desde hoy, habrá tres cometidos ineludibles en este edificio -dijo y, sin avisar, empezó a reírse con tanta fuerza que parecía un bote de ketchup que alguien había cogido para agitar. Minutos después, descubrimos dónde empezaba realmente su cabeza y cómo era su pelo natural. Qué penita

Tras el ataque de risa, se tranquilizó y nos definió cuáles eran las tres funciones que teníamos que repartirnos: Limpiar las escaleras, acompañar a la gente (vecinos y visitantes) durante el trayecto en el ascensor y ayudarle a ella a subir la compra del supermercado. "Esas tres personas optarán a final de mes a un bono regalo sorpresa", aclaró doña Monsi, colocándose el mantelito de la mesita del aparador sobre la cabeza, tras descubrir los efectos causados por el ataque de risa.

- ¡Me pido limpiar las escaleras! -gritó Carmela.
Yo también -dijo Úrsula y luego Brígida y la Padilla y Neruda y casi... yo.

Como no podía ser de otra manera, empezó la discusión vecinal pero doña Monsi dio un golpetazo en la mesa y nos calló a todos. "Yo decidiré quién hace qué" -gritó enfadada.

Este mes, Bernardo limpiará la escalera; la Padilla hará de botones del ascensor y Brígida le ayudará con la compra del super.

sábado, 18 de octubre de 2014

A LAS EN PUNTO

Desde que Dolors se marchó a Barcelona para asesorar en la consulta soberanista y el italiano -ahora convertido en pescadero- se hizo cargo de la presidencia de la comunidad, las cosas han tomado un rumbo inesperado; si es que de alguna manera se puede calificar esta situación. 

Sin consultar con nadie, y menos con los vecinos, Salvatore ya ha impuesto su primera norma, que ha sido instalar un hilo musical en todo el edificio, que suena mañana, tarde, noche, de madrugada y durante los sueños. No es que yo tenga ningún problema, pero me resulta realmente agobiante que, a cada hora en punto, haya decidido cortar de cuajo la emisión musical para radiar lo que él ha bautizado como "le notizie della Comunità". Para entendernos, las noticias de la comunidad. 

El jueves fue cuando empezó todo. A media tarde, subí a la azotea a tender las sábanas. De fondo, sonaba la melodía romántica de Richi e Poveri y me sentí envuelta en una nube mágica hasta que casi se me corta la digestión cuando, de entre las notas musicales, surgió la voz de Carmela.

-Ho... hola, uno, dos, uno, dos. ¿Se me escucha? Buenas tardes, vecinos. Empezamos la emisión vespertina con la noticia de que Bernardo, el taxista del tercero derecha, ya ha tapizado su coche y le ha puesto escobillas nuevas al limpiaparabrisas. Todo lo ha comprado en la tienda de Chen Yu. Ya saben: baratita y de poca calidad. Pero él es así: un agarrado. Bueno, vecinos, más noticias a las siete en punto.



La impresión que me llevé fue tal que las sábanas se quedaron secas al instante y no hizo falta que las tendiera, así que regresé a casa. Al bajar por las escaleras, me encontré en el rellano con las hermanísimas, que habían salido sobrecogidas al oír aquella voz que parecía algo sobrenatural.

-¿Pero qué estupidez es esta? -preguntó Úrsula sin esperar realmente una respuesta.

En ese momento, Carmela, que subía con el cubo para limpiar las escaleras, se paró en seco, soltó la fregona, sacó un papel arrugado y un lápiz sin punta y nos miró de arriba a abajo a las tres.

-Y bien, señoras. ¿Qué tienen que contarme?

Brígida, que no parecía consciente de cuál era la intención de la mujer que ahora compaginaba la limpieza de las escaleras con la de los trapos sucios, empezó a contarle que su hermana había comprado una nevera nueva porque la otra se la habían vendido a un chatarrero de La Guancha. La cara de Úrsula se puso de todos los colores y formas hasta que estalló.

-¡Cierra la boca, insensata! ¿No ves que lo que quiere esta son chismes para el boletín ese de ultratumba? -le dijo gritando y agarrándola del brazo para meterla en casa-.

Esa noche, antes de que el italiano regresara de la pescadería, la Padilla nos citó a todos de urgencia en el portal y allí nos dijo que había que contraprogramar los boletines de Carmela y que, como no podíamos esperar más, le había encargado ya al "Peluca", el manitas del barrio, que montara otro hilo musical en el edificio por donde emitir un programa -según la Padilla- más formal y con noticias contrastadas.

El problema fue cuando pidió voluntarios para dar las noticias. Yo pensé que el muerto me acabaría cayendo a mí, por aquello de que soy periodista, pero, por fortuna, Brígida y Úrsula saltaron las dos como resortes para ofrecerse y todo acabó en discusión. Al final, la Padilla optó por Brígida, simplemente, porque hace diez años sustituyó por una semana a la señora del buzón de voz de una compañía de telefonía móvil que se había quedado afónica.

Así que, desde el jueves, en el edificio tenemos dos canales de hilo musical para elegir. Lo peor que llevo es la lucha encarnizada entre Carmela y Brígida, que se pasan el día subiendo y bajando las escaleras a la caza de cualquier cosa que pueda servirles para el boletín de las en punto.

lunes, 6 de octubre de 2014

DIÁLOGO DE BESUGOS

A veces pienso que estas historias terminarán publicadas en la sección de sucesos del periódico. Si algún día ocurre, espero poder leerlas porque, al menos, eso significará que sigo con vida. Quien ha cambiado la suya (la vida me refiero) es el italiano que, después de mucho pensarlo, ha tomado la decisión de quedarse definitivamente en la isla, alquilar el primero izquierda y, también, el local que da a la entrada del garaje, donde ya ha montado la pescadería. Obviamente, tuvo que pedir nueva mercancía porque la que había guardado en el cuartito de contadores quedó convertida en una zarzuela de pescado aunque, a juzgar por el olorcillo y la cara de susto que se le quedó a las gambas, aquello más bien parecía una tragicomedia.

Por fortuna, aquel momento ya pasó y el edificio vuelve a oler a lo de siempre: a los puros de Bernardo, a la lejía de Carmela, a los potajes de Brígida y al Heno de Pravia, edición caducada, de la Padilla.

La apertura de la pescadería coincidió con la marcha apresurada de Dolors a Barcelona, nada más conocer que el Constitucional suspendía la consulta catalana. Carmela se enteró de que es ex funcionaria de la Generalitat y alguien la ha llamado a filas. Antes de irse nos convocó a todos en el portal y anunció que su suegra -recién llegada- se quedaría a cargo de la presidencia de la comunidad hasta que ella regresara.

-No tenga prisa en volver. Usted arregle todo lo que tenga que arreglar y Mas, valga la redundancia- dijo Carmela con cara de "que-bien-me-ha-salido-el-juego-de-palabras".

-A esta la lejía le está afectando ¿no?- me dijo Úrsula en tono despectivo.

El miércoles, a las seis de la mañana, tuvimos el primer susto de la semana. La alarma del ascensor nos despertó a todos, que salimos escopetados a la escalera con unas pintas que si nos ve el productor ejecutivo de "The Walking Dead" nos ficha para la nueva temporada sin hacer casting ni nada. Allí, hundiendo el dedo en el botón rojo del ascensor encontramos a Carmela.

-¡No tenemos presidenta!- gritó ahogada- La suegra de la Dolors ha dejado este papel pegado en el portal.

Úrsula, a la que por el estado de su pelo le darían, sin discusión alguna, el papel protagonista de la serie, se lo arrancó de las manos y leyó en voz alta y con mal aliento: "Queridos vecinos, acabo de conoceros y os he cogido cariño pero no puedo hacerme cargo de la presidencia el tiempo que mi nuera esté fuera, así que me marcho unos días a la Isla Bonita, que le decís por aquí. Durante mi ausencia, dejo mi cargo en manos del italiano, al que le tengo cariño porque me ha hecho recordar mis años de pescadera. Vuestra siempre, Montserrat".

-¿Ha dicho al italiano? -preguntó la Padilla, echándole una mirada fulminante-. Por encima de mi cadáver. Vamos, hombre. El italiano ni siquiera sabe hablar bien nuestro idioma. Propongo que yo sea la presidenta.

Pensando que era peor el remedio que la enfermedad, todos nos negamos en rotundo y la discusión se acabó. Así que desde el jueves, el italiano es el nuevo presidente de la comunidad y el pescadero oficial del barrio. Muy bien no ha empezado porque, aunque todavía no domina bien el castellano, Carmela le entendió perfectamente lo que le respondió a una clienta que le preguntó cómo compaginaba el edificio con la pescadería: "E facile. En due sitio, io trato con besugos".



El comentario corrió como la pólvora por el edificio y, por primera vez, todos nos pusimos de acuerdo en algo: no comer pescado hasta que nos pida disculpas. Quien peor lo lleva es Brígida, que es adicta al omega-3. El otro día la vi comiendo gambas a la gabardina en el bar de la Weyler. Pobrecilla, pensaba que no la íbamos a descubrir si le ponía ropa al pescado. Yo no pienso decir ni mú.

domingo, 28 de septiembre de 2014

EL ESCALÓN NÚMERO 13

Un fuerte olor a podrido nos alertó a todos el pasado jueves. La pestilencia entró por la puerta del edificio, subió en ascensor hasta la azotea y, desde allí, se precipitó en caída libre hacia el patio donde se transformó en algo mucho más desagradable, provocando que Úrsula cayera desmayada cuando iba a cerrar la ventana de la cocina.

Al verla tirada en el suelo, más decolorada que la tela del sofá de la tele, su hermana Brígida salió corriendo en busca de ayuda y fue entonces cuando todos los vecinos nos encontramos en el escalón número 13 que es, curiosamente, donde coincidimos siempre que sucede algún incidente en el edificio. Carmela es supersticiosa y dice que deberíamos quitarlo, como hacen las compañías aéreas con la fila que lleva ese número en los aviones.



Los primeros segundos tras el olor nauseabundo fueron de enorme confusión. No sé si porque el tufillo había actuado como una especie de anestesia o por los gritos exagerados de Brígida que generó una alarma añadida.

-¡Ah!, entonces de ahí venía el olorcillo ese -dijo la Padilla con un tonito de guasa y como si no le importara la trascendencia de aquellas palabras.

-Por favor, qué falta de tacto -le recriminé.

-Si este olor fuera Úrsula, significaría que llevaría muerta varios días pero yo la vi hace una hora en la azotea -aclaró Carmela.

Cuando Brígida consiguió tranquilizarse y recuperar el estado normal de su glotis, comenzó a emitir sonidos guturales que traducidos al lenguaje normal compusieron la frase: "¡Que mi hermana no está muerta!".

Como era de esperar, Dolors, la presidenta de la comunidad, se quejó del escándalo que habíamos armado y le espetó a la hermanísima que lo del desmayo era un problema menor y que, en todo caso, no le incumbía al resto de vecinos, a los que nos pidió que nos dispersáramos. Antes de regresar a su piso le aconsejó que mojara un pañuelo en colonia y se lo acercara a la nariz de Úrsula. "Así volverá en sí, aunque mejor sería que volviera en otra", le comentó. 

Mientras subía las escaleras, miró a Carmela de reojo y le ordenó que eliminara ese tufo porque su suegra estaba a punto de llegar para pasar una temporada en su casa.

Agobiada, Carmela nos pidió ayuda. Recoger pelusas y limpiar manchas incrustadas era lo suyo pero hacer desaparecer olores de ese calibre no estaba en su rutina. Después de más de veinte minutos dándole vueltas al problema optó por llamar a Chen-Yu, el dueño de la tienda china, y preguntarle si tenía algún producto milagroso. Bernardo, el taxista, se ofreció a recoger el paquete.

Carmela lo abrió, sacó una botella de color púrpura y echó tres chorros como si aliñara la ensalada. Horas después, el edificio seguía oliendo a podrido pero, además, a aquel líquido amargo que revolvía las tripas. Poco antes de las cinco de la tarde, volvimos a escuchar voces en el portal. Bernardo bajó a ver qué pasaba y se encontró a la suegra de Dolors, que había llegado antes de lo previsto y preguntaba por su nuera a Carmela, que terminaba de pasar la fregona por el cuartito de contadores que era lo que peor olía. La señora abrió los ojos y las fosas nasales al unísono y aspiró.

-Vaya, cuántos recuerdos me trae este aroma. Así olía mi pescadería en el Palomar de Ribera de Arriba -suspiró nostálgica mientras cogía el ascensor.

Al mencionar lo de la pescadería, a Bernardo se le iluminó la mente. Se acercó a Brígida, que parecía más tranquila después de que su hermana se recuperara por el efecto de un clínex empapado en Chanel número 5, y le comentó que el italiano le había dicho algo acerca de montar una pescadería. 

Esa noche, en el escalón número 13 interrogamos a Salvatore que reconoció que mientras esperaba por la licencia para montar una pescadería, había decidido guardar la mercancía en el cuarto de contadores. El resto ya se lo imaginan.