Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

sábado, 29 de marzo de 2014

FANTASMADAS

Tal y como estaba previsto, el lunes Chicho, el ‘billar’, entró en acción. Solo Úrsula y él mismo sabían con todos los detalles en qué consistía el plan ideado para asustar de muerte a Dolors, a la que nadie soporta en el edificio con tantas normas y prohibiciones. Por la mañana temprano, Bartomeu salió a su caminata diaria y Carmela puso en marcha la maquinaria. Con el corazón agitado por el miedo y la emoción, tocó en el piso de los propietarios y, cuando la Primera Dama abrió la puerta, le pidió (más bien rogó) que le acompañara al portal porque necesitaba que le diera el visto bueno a la nueva fregona que había comprado en la tienda de Chen Yu. La mujer, que nos ha dicho que ella tiene que autorizar cualquier dispositivo de limpieza que entre en el edificio, aceptó bajar. 

Mientras tanto, Úrsula, que aun conserva la llave del piso donde ahora vive la familia catalana, aprovechó la ausencia momentánea de los progenitores de la Neus, que debía estar dormida, para allanar la morada y meter a Chicho en la vivienda. En menos de cuatro minutos, Dolors regresó enfurecida; vamos, en su estado natural. “Ni se te ocurra utilizar esa fregona en las escaleras ¿me oyes?”, le dijo amenazante a Carmela, que no sabía cómo contener la risa y a punto estuvo de ahogarse.

Ya en su casa, la mujer dio un portazo y entró en la cocina donde encontró al ‘billar’ sentado en la mesa comiendo un trozo de bizcochón y preparando café. Aterrada por el hallazgo, Dolors abrió tanto los ojos que Chicho temió tener que agacharse a recogerlos pero, en realidad, lo más peligroso fue el grito -inmensamente superior a los decibelios permitidos en cualquier fiesta- que Dolors emitió por aquella boca acostumbrada a dar órdenes. Al momento, Neus apareció con el pelo alborotado, una bata azul de seda y una cara de "estaba-dormida-qué-ha-pasado-no-entiendo-los-gritos-mamá". 

Con un tímpano medio tocado, el intruso le pidió que se tranquilizara y tras unos segundos que parecieron horas, consiguió que la mujer cerrara la boca. Le explicó que no iba a hacerle daño, que él era un simple fantasma, un pariente lejano de Añaterve, el primer mencey reconvertido en duque de Abona tras la conquista, allá por 1500. Asomadas a la ventana que da al patio, Úrsula, Brígida y Carmela intentaban escuchar la conversación y cuando oyeron a la Dolors pedir encarecidamente a Chicho, ahora duque de Abona, que no le hiciera daño, que haría todo lo que él le pidiera, supieron que el plan había funcionado. 

-Ven, ahora le cogerá miedo. A la gente no le gusta las historias de espíritus y esta tía a pesar de ser una echadita palante, es más cagueta que Brígida cuando entra una mosca en casa- se burló Úrsula.

-Ahora no se oye nada. Deben haberse ido al salón- apuntó Carmela todavía con la fregona en la mano.

Durante diez minutos, perdieron la conexión auditiva con la casa de Dolors y dejaron de escuchar la conversación.

Preocupadas por que la Primera Dama hubiera sacado pecho al final y se hubiera enfrentado al fantasma, las tres mujeres bajaron las escaleras y esperaron en el rellano del piso de Dolors por si tenían que ir al rescate de Chicho. En ese momento, Bartomeu llegó a su casa, saludó a las mujeres que disimularon como si estuvieran bajando las escaleras. Carmela aprovechó que no había soltado la fregona y se puso a pasarla por el zócalo. Había más pelusas que debajo de la alfombra de su tía, la de Guamasa. Cuando el hombre abrió la puerta escucharon que Dolors le decía: “Cariño, mira, tenemos un invitado. Es el duque de Abona y me ha contado que vive en este piso desde hace más de cinco siglos. Le he dicho que puede quedarse con nosotros el tiempo que quiera”. 

Las tres mujeres no daban crédito a lo que acababan de escuchar. Chicho no solo no había conseguido asustar a los propietarios con su historia sino que había sido tan creíble, que lo habían aceptado como fantasma invitado. Carmela entendió entonces el porqué de llamarlo el 'billar'. "Qué bien mete las bolas", pensó aterrada por tanta pelusa.

La Padilla, que no sabía de qué iba la historia, también había mal escuchado la conversación de Dolors, escondida en las escaleras, dos pisos más arriba. Asustada y desconocedora de que se trataba de un montaje de sus vecinas, fue corriendo a buscar a Tito y le dijo que avisara a su amigo el cazafantasmas. Su hijo hizo la llamada. 


sábado, 22 de marzo de 2014

LA CIRCULAR

Sin anestesia. Así han llegado las normas al edificio. No contentos con haber comprado el inmueble, los nuevos propietarios también quieren apoderarse de nuestro cuerpo y alma. Lo bueno es que esta situación ha hecho que, por primera vez, todos nos hayamos unido. Bueno, todos, menos Juanpe y Chaxi, porque, en su caso, la necesidad ahoga y se han rendido a las tonterías de Bartomeu y la Primera Dama. No entiendo cómo, de la noche a la mañana, este joven matrimonio se ha olvidado de que fuimos nosotros, los vecinos de este edificio, quienes el pasado verano les ofrecimos techo y comida cuando ellos se encontraban tirados en la calle con su bebé recién nacido. Como dice la dueña de la pescadería, la mentira tiene las patitas muy cortas y la memoria huye a zancadas.

En fin que la Dolors ha colgado una circular en el ascensor donde exige que todos los que trabajen para el edificio lleven uniforme. Juanpe y Chaxi -los chicos para todo- ya lo tienen: pantalón azul, y camisa grana. Pero Carmela ha jurado y vuelto a jurar que no se va a quitar sus trajes de flores escandalosas que iluminan la escalera aun cuando se va la luz. 

- Por encima de mi cadáver- nos dijo el otro día, mientras derramaba medio bote de lejía en el cubo. 

- Pues, deberías pensártelo. Viendo el andar de la perrita, son capaces de tomarte medidas para el pantalón y enterrarte con él- le advirtió Bernardo.

Lo que está claro es que, desde la llegada de los catalanes, la cosa se está poniendo cada vez más fea. 

¿Recuerdan que el otro día les comenté que las hermanísimas habían contactado con un tipo bastante raro que había empezado a frecuentar su piso por las tardes? Pues, el lunes, Pepe, el poli, después de tropezarse con él en el portal, nos dijo que se trataba de Chicho, más conocido en el barrio por ‘el billar’, por su habilidad a la hora de meter bolas. En ese momento, no entendimos qué quiso decir con aquello pero el miércoles pudimos averiguarlo cuando Úrsula nos citó a Bernardo, a Carmela y a mi, en el cuartito de la azotea que, ahora, se ha convertido en lugar de reuniones clandestinas. Allí nos presentó al tal Chicho y nos contó que el hombre estaba dispuesto -previo pago- a acabar con el Bartomeu y su mujer. 

- ¿A…cabar?- pregunté alarmada.
- Sí, niña. Darles un sustito de muerte- me respondió Úrsula. 

Obviamente, me quedé bastante preocupada y le dije -con cara de guardia de tráfico en pleno centro de Nueva York- que yo no iba a participar en ningún asesinato y que, si esa era la idea, Pepe debería dar parte a sus compañeros en comisaría. Me di media vuelta y escuché a las hermanísimas reírse. Entonces el mismísimo Chicho me agarró del brazo y me confesó que él no mataría ni a una mosca. Carmela también dijo que ella no quería meterse en líos y menos ahora que está empezando a preparar su boda inminente con el poli. Después de tranquilizarme, dejé que explicaran su plan, y los tres conseguimos entender lo que habían urdido. No sé si fue por la desesperación que nos embarga vivir entre circulares llenas de normas, pero a todos nos pareció bien. Aunque, debo confesar, que yo no confío en el resultado final. Lo siento.

La decisión del Clan Destino, como nos hemos auto bautizado, (mamá perdona) fue que este próximo lunes, Chicho entrará en acción. Úrsula nos ha pedido discreción y que no comentemos nada a la Padilla porque puede estropearlo. 


Mientras tanto, anoche la Dolors envió a su hija, la silenciosa Neus, a que colgara otra circular en el ascensor. Acabo de leerla y dice que “para evitar la mezcla de olores que se percibe por el patio interior, en horas del mediodía, los vecinos tenemos que ponernos de acuerdo y unificar los sabores a la hora de cocinar”. Qué ganas de que llegue el lunes.  

sábado, 15 de marzo de 2014

QUÉ DOLORS
El nuevo propietario del edificio, el señor Bartomeu, dejó en manos de los vecinos la decisión de que Carmela siguiera limpiando la escalera. La consulta o referéndum se celebró con absoluta normalidad y con el resultado previsto. Ganó el sí. Solo hubo un voto en contra que, sin ningún tipo de duda, todos pensamos que fue el de Úrsula. Por tanto, Carmela sigue entre nosotros y las escaleras también continúan con ese olor tan suyo a lejía de tienda china.
Dolors, “la señora de Bartomeu”, que es como la mujer del nuevo propietario nos ha pedido-exigido (ella lo dijo en catalán) que la llamemos, se ha convertido en una auténtica “primera dama”, que es como realmente la llamamos en petit comité. Sus malas intenciones superan con creces a las de las hermanísimas y a las de la mismísima Padilla, que ya es decir; y así estamos, viéndolas venir y sin saber cómo va a terminar todo esto que no ha hecho más que empezar. 
La familia catalana ya está en su piso. El pasado martes, nada más instalarse, Dolors le dijo a su marido que si ahora ellos eran los únicos propietarios del inmueble no parecía lógico que la presidenta de la comunidad fuera la Padilla. 
- ¿No crees que debería ser yo?- le preguntó con un tonito amenazante a Bartomeu. 
El pobre hombre, que es un santo y le complace en todo, no tardó ni cinco minutos en reunirnos a los vecinos en el portal donde en compañía de su hija Neus, que de momento no ha dicho ni mú, nos anunció que también someteríamos a consulta la continuidad de la Padilla como presidenta de la comunidad. Todos nos miramos con la misma cara que el emoticono de ojos saltones.   
Tras el nuevo referéndum, y van dos en menos de una semana, nos llevamos una sorpresa. Cuando Juanpe -que se ha auto ofrecido a ayudar a la nueva familia propietaria en todo lo que necesite- procedió al recuento, confirmó que esta vez había ganado el no. Obviamente, la Padilla montó en cólera y exigió que alguien imparcial, como por ejemplo su hijo, repitiera el recuento de votos y, aunque Dolors trató de evitarlo, Bartomeu le suplicó que no montara el numerito. 
- Acabamos de llegar y tenemos que llevarnos bien con esta gente- le dijo. 
Así que Tito se encargó de revisar las papeletas y no pudo sino confirmar el aplastante triunfo del no. Aquella palabra monosílaba y nasal en boca de su hijo fue un auténtico jarro de agua fría para la Padilla. Desde entonces, está recluida en su piso aunque antes hizo otra de las suyas y nos dejó sin ascensor. 
Ante la grave situación de incomunicación, Bartomeu -por orden de la primera dama- envió a Pepe, el policía del edificio, a confiscarle las llaves del ascensor pero la Padilla insistió a gritos en que ella no tenía nada que ver con la avería y, claro, una vez más, se montó un colapso en las escaleras que ni en la puerta de Primark el día de su apertura. Carmela, que salió reforzada tras su victorioso referéndum, ha decidido poner normas de uso y, desde ese mismo día, para subir o bajar por las escaleras, tenemos que pedir número, como en la carnicería, pero sin carne.
Más allá de todo este contratiempo, lo peor de todo lo que está pasando es la propia Dolors que hace honor a su nombre. Tras la derrota de la Padilla, redactó un expediente en el que explicaba que, por ley divina de los jueces, ella es ahora la presidenta de la comunidad y ya el jueves tomó posesión de su nuevo cargo en un pequeño acto en la azotea. Allí, con un discurso a lo Martin Luther King, nos adelantó que la noche anterior había tenido un sueño. "Soñé que este edificio se llenaría de cordura, de respeto, de gente limpia y comprometida" y, cuando empezábamos a parecernos de nuevo al dichoso emoticono, sacó su ya característico tonito amenazante para anunciarnos cambios inminentes y nuevas normas.
Lo triste es que a pesar de que fuimos nosotros mismos quienes decidimos que no siguiera la Padilla al frente de la presidencia, nunca imaginamos este final y todos estamos bastante preocupados; bueno, todos menos Juanpe y Chaxi que han encontrado trabajo en casa de los nuevos propietarios: ella, como cocinera y él, como chico para todo y lo que caiga. 

Sin decir ni una palabra todavía, Bernardo me ha contado que las hermanísimas, Úrsula y Brígida, se niegan a que el destino del edificio quede en manos de unos desconocidos y se han puesto en contacto con un tipo raro que lleva dos días entrando y saliendo de su piso. Esto no tiene buena pinta.

lunes, 10 de marzo de 2014

EL PROPIETARIO, LA CONSULTA Y EL PAQUETE
(febrero 2014)
Después del lío de la semana pasada, la policía decidió confiscar la bola de cristal hasta que se aclare qué pasó y quién se la robó a la Padilla pero tengo el presentimiento de que el cristalito mágico se va a quedar en comisaría eternamente. Sea como sea, la vida sigue y, esta semana, el interés ha estado centrado en Terencio, el propietario del edificio, que ha regresado de Venezuela ante la crítica situación que vive el país.
El hermano de Úrsula y Brígida volvió con la firme decisión de vender y vendernos y ellas están que trinan. A él le da igual lo que opinen y sigue erre que erre. Nada más enterarse, Carmela cogió una crisis nerviosa, temiendo que el nuevo propietario comprara el edificio sin la señora que limpia la escalera -ella- incluida en el lote. El miércoles, Terencio nos presentó a Bartomeu, el nuevo comprador, un empresario catalán que se ha jubilado y se ha venido a “las Canarias” con su mujer Dolors y su hija Neus. La compra se hará efectiva y, en efectivo, el próximo lunes y, según hemos podido averiguar, la familia catalana vendrá a vivir al edificio.
Carmela, que es una atrevida, interceptó al Bartomeu justo cuando el hombre entraba en el portal para echar un vistazo al que en unos días será su nuevo hogar y, allí, sin anestesia, le preguntó si seguirá contando con ella para limpiar las escaleras. El hombre se quedó parado, como ralentizado, y después de cinco segundos y dos toses, le dijo que lo sometería a consulta popular. Juanpe, que está al acecho de lo que pueda rascar (pobrecillo, sigue sin encontrar trabajo), se ofreció a colaborar con el nuevo propietario. “Necesitaremos una urna y papeletas”, le dijo Dolors, su mujer. Ya nos hemos dado cuenta de que ella es quien corta el bacalao.
Por fin ayer, Terencio nos citó. Quedamos en el portal, incluida Charo que, a pesar del incendio que sufrió su cuartito de la azotea convertido en peluquería, ya ha vuelto al trabajo clandestino y, mientras un primo suyo le arregla los desperfectos, sale a peinar a domicilio. A lo que iba: Terencio nos contó que Bartolomeu someterá a referéndum la continuidad de Carmela. A todos nos cogió por sorpresa porque suponíamos que eso era una decisión suya pero la Padilla nos aclaró que el hombre es catalán. “¿Y?”, preguntó Chaxi pero Juanpe le dio un codazo y la miró con cara de luego te cuento. Así que la cita con las urnas será el próximo miércoles en el ascensor. Para ese día, Terencio le ha pedido a Pepe, como policía del edificio, que redoble la vigilancia. Carmela ya ha empezado a hacer campaña. Creemos que no va a tener problema salvo con las hermanísimas.

Y por si fuera poco, anoche, un señor llamó al teléfono del ascensor (sí, han puesto un teléfono en el ascensor), preguntando por la Padilla. Se quejaba de que todavía no le ha pagado el envío de un paquete que ponía frágil y contenía una bola de cristal. No me lo puedo creer.
MALDITO CRISTAL
(febrero 2014)
La bola mágica que había llegado en un paquete a nombre de la Padilla y que -como ya conté la semana pasada- interceptó Úrsula, estuvo retenida varios días en casa de las hermanísimas que la escondieron en el baúl de madera de roble blanco, tallado por su bisabuelo Pedro Arcadio. Tras el intento de robo por parte de Carmela que se ofreció a plancharles la ropa de cama para, de esta forma, intentar llevar a cabo el hurto, Úrsula se colgó la llave al cuello, tratando de imitar -sin éxito- un diseño de la prestigiosa firma Roselinde.
La propia Úrsula fue quien se dio cuenta de la jugada y sorprendió a la mujer justo en el momento en que estaba a punto de llevarse el baúl. Sin pensárselo se abalanzó sobre ella y la redujo en el suelo. Carmela le suplicó que no dijera nada de lo ocurrido y justificó su acción en la desesperación de saber si por fin acabará casándose con Pepe porque, aunque él se lo ha pedido ya, no confía mucho. A sus 57 años, Carmela ha sufrido dos plantes en el altar. Mientras le ayudaba a levantarse, Úrsula le recriminó que la bola no está para ese tipo de tonterías de “adolescentes baratos”, sino para “cosas mucho más serias”. Esa misma tarde, Úrsula sacó la bola de cristal del baúl, consultó los números de la Primitiva y salió corriendo al estanco. Al día siguiente, cuando conoció la combinación ganadora y se dio cuenta de que no coincidía con la de su boleto, casi rompe la bola contra el suelo de no ser por su hermana que le hizo un placaje que ni el más bruto de los All Blacks de Nueva Zelanda en un partido de clasificación para el mundial.
Desde entonces, Úrsula ya no quiso saber nada de la bola e intentó deshacerse de ella pero sin contar toda la verdad: que el maldito cristal ese no funcionaba. Su hermana le dijo que si ya no servía por qué no se la devolvía a la Padilla, pues a fin de cuentas era de ella. Pero Úrsula quiso sacarle rédito económico y convenció a Carmela de que se la comprara por un precio especial.

Ayer -Día de San Valentín- Carmela se convirtió en la dueña de la bola y anoche me confesó que, por fin, es la mujer más feliz del mundo porque realizó la ansiada consulta y la respuesta fue que Pepe le dará el sí quiero en el altar. Está tan contenta que ya no le interesa nada más y esta mañana temprano decidió regalarle a Juanpe y a Chaxi la bola para que consulten dónde pueden encontrar algún trabajo. Lo malo es que la Padilla les sorprendió cuando subían a su piso con la dichosa bolita y creyó que fueron ellos quienes le robaron el paquete. Pepe, el policía del edificio, ha tenido que llevarlos él mismo a Comisaría, a pesar de que su futura esposa, Carmela, le rogaba que no lo hiciera.
PRESENTE O FUTURO 
(febrero 2014)
El ascensor está de nuevo operativo y Pepe, el policía destinado a nuestro edificio, ha regresado de Villagarcía de Arousa, a donde se marchó en Navidades para ver a una tía enferma. Así que, desde el lunes, Carmela está que no cabe en sí de gozo. El tráfico intenso de la escalera ha disminuido y ya no tiene tanto que limpiar. Además, ha retomado su romance con Pepe que volvió decidido a casarse con ella. De hecho, para refrendar su compromiso le ha regalado un anillo bañado en oro y diamantes con lo que lleva toda la semana que no friega por miedo a perderlo. Quien no está nada contenta es la Padilla, aunque eso es algo normal en ella, y ya ha amenazado a Carmela con echarla si no reemprende, cuanto antes, la limpieza del edificio.
Pepe, que ha regresado un poco chulito de su viaje por tierras peninsulares, le dijo que a su futura mujer “ni tocarla” y que se andara con cuidado porque si era cuestión de ponerse legal, él llevaba las de ganar y, entonces, le sacó lo del cuartito convertido en peluquería clandestina. Para evitar problemas, y a pesar de que Juanpe se ofreció a fregar las escaleras -sin horario hasta que se arreglase la situación. La Padilla lo ignoró y obligó a su hijo Tito a que fuera él quien pasara la fregona. Por lo que Chaxi pudo escucharle decir entre dientes el otro día, el chico está pensando en marcharse de Erasmus. No me extraña.
Aunque iniciaron la semana bastante comedidas, las hermanísimas terminaron como siempre: armando lío. Todo empezó cuando el cartero dejó un paquete para la Padilla y Úrsula -que, en ese momento, entraba en el portal- lo recogió, amablemente, asegurándole por sus hijos (que no tiene) que se lo entregaría en mano. A fecha de hoy, todavía no lo ha hecho y ya han pasado cuatro días desde entonces.
Brígida fue la que puso sobre la pista al comentarle a Carmela que su hermana llevaba varios días encerrada en su cuarto sin salir. Preocupadas, avisaron a Pepe. Sin dudarlo, el hombre forzó la puerta y la encontraron con la luz apagada y consultando una bola mágica. “Dios mío, Ursi ¿Qué haces?”, le gritó su hermana, como si estuviera haciendo otra cosa.

Pepe registró la habitación pero no vio nada raro. Lo más extraño era aquella bola en la que según confesó Úrsula podía ver el futuro. Obviamente no le hicieron caso y como animal herido se revolvió y gritó que algo malo estaba a punto de pasar en el edificio.
Al día siguiente, a las siete de la tarde, la peluquería se incendió. Desde entonces, Carmela, Pepe, las hermanísimas y yo somos los únicos que sabemos de la existencia de la bola mágica. No la hemos vuelto a consultar pero Carmela me ha dicho que, en cuanto pueda, preguntará sobre su futuro con Pepe. A todas estas, la Padilla ha llamado ya a Correos demandando el retraso de su paquete.
A PIE 
(enero 2014)
Después de una semana de gripe en el edificio, la Padilla tomó la decisión unilateral e indiscutible de clausurar el ascensor porque se empeñó en que Carmela había dejado sus virus revoloteando por el aparato y eso era un auténtico foco de infección. En fin, que después de la inversión millonaria que se hizo y que nos dejó un ascensor con más aplicaciones que el Iphone9S, ahora, otra vez, los vecinos tenemos que subir y bajar por la escalera. Juanpe -que sigue buscando trabajo- se ha ofrecido a regular el tráfico en hora punta. La Padilla ya le ha dicho que, si quiere hacerlo, ella no tiene problema pero, “gratis”. Él se lo está pensando.
Por otro lado y, como ya había advertido Bernardo, el taxista, los buenos propósitos de Úrsula para el año nuevo caducaron en la madrugada del día 20 y ese intento por ser buena persona cayó en saco roto. Lo primero que hizo el mismo lunes fue echar de su casa a Tito, al que había acogido para que se recuperase de la gripe después de que su madre la Padilla lo rechazara.
Luego, se disparató y mandó a su hermana a colocar una catenaria en la escalera para poder que ella pudiera subir y bajar sin problema de roce con nadie. Pero, por si todo esto fuera poco, a la Padilla se le metió en la cabeza alquilar el cuarto de la azotea a su queridísima amiga de la infancia Charo, para que monte allí una peluquería. Al parecer, su marido cree que pasa demasiado tiempo en casa y eso le agobia, así que en Navidades le regaló cuatro secadores, un par de cepillos y unas tijeras. La mujer entendió la indirecta. Lo que no está nada claro es que ese cuartito tenga todas las garantías de seguridad y salubridad después de más de quince años cerrado. Pero la Padilla es la que manda. El miércoles, cuando abrió la puerta de aquel cuartucho, salió reptando y volando de todo. Con su dominio de la escena, convenció a Carmela para que hiciera una limpieza a fondo y a Juanpe, para que arreglara los enchufes: gratis. El jueves empezó el montaje de la peluquería y el viernes abrió las puertas al público.

La primera en estrenarla fue doña Aurora, la del quiosco. Como el ascensor sigue en cuarentena y la pobre mujer tiene artrosis reumatoide, la Padilla obligó a Tito a que la subiera a la pela. Enseguida, Juanpe se ofreció a realizar él mismo el transporte de señoras. A pesar de todos los intentos, el pobre hombre sigue sin conseguir que la Padilla le de empleo, cobrando. En cuanto a la peluquería, tengo la impresión de que Charo volverá pronto a casa. Por lo que veo, las señoras salen peor de lo que entran. Aurora bajó las escaleras por su propio pie, corriendo como alma que lleva el diablo, y con algo sobre la cabeza que para mí que no era su pelo. O sí, pero de otro color, forma y textura.
CONTAGIO
(enero 2014)
La gripe está haciendo estragos en el edificio. La primera en caer fue Carmela. El jueves cuando terminó de limpiar la escalera se empezó a sentir tan mal que se metió en el ascensor, se sentó en el sillón de terciopelo y se quedó adormilada hasta que la Padilla llegó de su primera clase intensiva de DejaYaLosPolvorones. Al verla allí moribunda, empezó a gritar para que saliera del lujoso aparato recién remodelado. “Insensata, ¿no ves que nos vas a pegar los virus a todos? Te puedo denunciar por eso”, le amenazó. El escándalo provocó, como ya viene siendo habitual en esta comunidad, que uno tras otro bajáramos al portal a ver qué pasaba.
Mientras la Padilla seguía increpando a la pobre Carmela, Tito fue a buscar la máscara antigás y, al regresar, levantó en volandas a la mujer febril y, ante el asombro de todos los vecinos, la sacó del ascensor y la dejó tirada en el rellano de la escalera. Brígida no tardó en saltar. “Qué poco corazón tienen, por favor. ¿No ven que está enferma? Lo denunciable es no prestar ayuda a quien la necesita. ¡Insensibles!”, gritó. Brígida no midió el alcance de sus palabras que provocaron que el enmascarado Tito volviera a coger en peso a Carmela, la subiera al piso de las hermanísimas y la dejara acostada en el sofá de la entrada. “Si tan caritativas son ustedes, ahí la tienen”, le dijo. Así que, desde el jueves, Carmela está pasando su gripe en casa de las hermanísimas, algo que no le ha gustado nada a Úrsula que, sin embargo, no ha dicho ni mú porque, según se enteró Chaxi, uno de sus propósitos del nuevo año es ser buena persona.

Bernardo, el taxista, nos recordó que ese ha sido el propósito de los últimos 10 años de la mujer y nunca ha podido mantenerlo más allá del 20 de enero. Lo cierto es que Carmela ya está mejor y, a pesar del contacto directo, ni Brígida ni Úrsula se han contagiado. Sí lo ha hecho Tito que ayer empezó con dolor de cabeza, tos y fiebre. La Padilla dice que la culpa es de la máscara antigás defectuosa que su hijo compró en la tienda del señor Chen-Yu. Como ella no quiere caer enferma porque está encantada con sus clases para dejar de comer polvorones que le están quitando los kilos de más que subió en las fiestas, no tiene reparos en hacerle ascos a su propio hijo. Carmela, que ya ha recuperado su capacidad de cotilleo y ha vuelto a la escalera, se enteró ayer de que la Padilla le dijo a su hijo que se fuera de casa hasta que se curara de la gripe. Aunque no se lo crean, Úrsula le ha ofrecido su casa y cuidar de Tito durante la enfermedad. Pero Bernardo ya me recordó ayer que la bondad de la hermanísima caduca el lunes que es día 20. Ay, no sé por qué pero yo confío en que su corazón cambió con la última uva de 2013. 
HAY COSAS QUE NO CAMBIAN
(enero 2014)
Han pasado tantas cosas estas navidades que cada vez tengo más claro que lo de mi edificio no es normal. Lo último que les conté fue la cara que se nos quedó a todos los vecinos cuando el encargado de instalar el nuevo ascensor por fin lo abrió, después de que la Padilla y Úrsula montaran un lío tremendo con policía de por medio. No era para menos tras varias semanas sufriendo tráfico intenso en la escalera así que, cuando el señor de la empresa abrió la puerta del aparato, ninguno de nosotros podía creer lo que había allí dentro: moqueta, espejos por todos lados, lámpara de cristal de Swarovski, pulsadores que parecían diamantes, dos sillones de terciopelo, un minibar con toda clase de bebidas y música de cine. Obviamente, la Padilla levantó el brazo y la voz para decir que ella, como presidenta de la comunidad, tenía que inspeccionar aquella maravilla antes de que se pusiera en uso. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que había que sacar uno de los dos sillones si queríamos que aquel ascensor fuera útil. Enseguida Carmela se hizo cargo de él. Hoy día, no sabemos a dónde fue a parar. El sillón, digo. 
Durante la primera hora después de aquel asombroso descubrimiento, la Padilla y su hijo Tito no pararon de subir y bajar, disfrutando de tanta ostentación y comodidad. Esa misma noche, Úrsula llamó a Terencio, su hermano, para pedirle explicaciones pues según nos confirmó el señor del ascensor había sido él, desde Venezuela, quien le contrató para instalar aquel artículo de lujo en el edificio. Al parecer -y todo según versión de Carmela que le sonsacó información a Brígida, la otra hermanísima- a Terencio le han ido bien los negocios en el último año y “de alguna forma tenía que blanquear el dinero”. Úrsula le echó en cara que hubiese derrochado el dinero de aquella forma cuando había cosas más importantes como por ejemplo, arreglar la cisterna de su baño. 

Pero la cosa no acabó ahí. la Padilla, animada por Tito, decidió organizar una fiesta de fin de año en el edificio y presumir de regalo. Juanpe y Chaxi, la pareja del bebé, se ofrecieron a adornar el portal y a contar las uvas y Carmela dijo que por 60 euros más -cinco por cada campanada- se hacía cargo de repartir el cotillón. Mi sorpresa fue que la fiesta no era exclusiva para los vecinos sino para toda la calle así que, minutos antes de las doce del 31, empezó a llegar gente y más gente, hasta que Carmela gritó que ya no cabíamos más y Juanpe le ayudó a cerrar la puerta, lo que causó el enfado de quienes se tuvieron que quedar fuera. Después de las campanadas, la Padilla permitió a los invitados un viajecito de dos pisos en el ascensor, previo pago de siete euros, más la voluntad. Tito se encargó del cobro. A las cuatro y media, Úrsula llamó a la policía y el resto se lo pueden imaginar.
ALGO INESPERADO
(diciembre 2013)
El tráfico se ha descongestionado en la escalera y es que, por fin, volvemos a tener ascensor. A mí realmente me da igual. No suelo usarlo pero eso de tropezarme con medio edificio subiendo y bajando, me estaba empezando a estresar un poco. De hecho, a comienzos de semana, tuvimos un pequeño accidente. Otra vez, en apenas dos meses, la Padilla y Úrsula chocaron entre sí. Yo creo que hay algo que las atrae y no son buenos sentimientos. De eso nada. El caso es que una subía, la otra bajaba y ninguna quiso ceder el paso. Se pueden imaginar el resto. Lo único bueno del tremendo encontronazo fue que por fin Úrsula recuperó su habla popular -yo diría que incluso la ha empeorado- y ya no necesitamos que el profesor Quijano nos interprete sus palabras. De todas formas, el hombre sigue viniendo, de vez en cuando, para rondar a Brígida, de la que se ha enamorado. Como sigamos así, este edificio será sede de la reedición del mítico programa de televisión Lo que necesitas es amor. 
Pero a lo que iba, tres hombres, a cada cual más raro, vinieron el martes por la mañana con el nuevo aparato en cuestión y esa misma tarde ya teníamos instalado el ascensor. Aun así, no nos dejaron utilizarlo hasta el día siguiente porque todavía quedaban unos detallitos por ajustar. La Padilla montó en cólera. Tras el choque frontal en la escalera con Úrsula la rodilla se le quedó como las ensaimadas que venden en la panadería de la esquina y apenas puede caminar. Así que esa misma noche, mandó a Tito a forzar la puerta del ascensor pero el encargado de la empresa Otis había dejado conectada una alarma y aquello empezó a sonar como si fueran a evacuar la Casa Blanca por alerta máxima total. Bernardo, que es el que más madruga, porque sale con el taxi sobre las cinco menos cuarto de la mañana, le dijo a la Padilla de todo y luego se marchó a trabajar. A los 10 minutos, aparecieron dos policías que se acercaron a comprobar qué era aquel escándalo. Pepe, el poli que tenemos destinado en el edificio, se ha marchado unos días de vacaciones a ver a una tía que tiene en Villagarcía de Arousa y estamos sin vigilancia. Como aquella alarma no se paraba, tuvieron que llamar al señor del ascensor que llegó en pijama con una chaqueta vaquera encima y un cabreo que la alarma parecía música celestial a su lado. 

La Padilla aprovechó el lío para denunciar que no hubieran puesto en funcionamiento el ascensor cuando ya estaba montado y Úrsula, por una vez, le dio la razón. En ese momento, la alarma se paró en seco. Yo creo que de la emoción. Uno de los policías le preguntó al encargado por qué si estaba listo no lo ponía ya a disposición de los vecinos. “Es un servicio público”, le espetó pero no muy convencido de lo que había dicho. Harto, el hombre cogió una llave y abrió aquel aparato. Todos nos quedamos impactados.
EL ASCENSOR 
(diciembre 2013)
Lo de esta semana ha sido una auténtica desgracia. El lunes dos señores de Otis se llevaron sin previo aviso el ascensor. Allí dejaron el hueco negro y silencioso de aquel aparato que tantas historias y secretos se ha llevado a la tumba. Sin dudarlo, todos pensamos que había sido cosa de la Padilla pero a mí me extrañó porque, aunque ella es la presidenta de la comunidad, no es la propietaria y, por tanto, no puede tomar ninguna decisión por su cuenta y riesgo.Tras una dura discusión con las hermanísimas, que la acusaron de estar llevando el edificio a la ruina, todo se aclaró cuando al día siguiente apareció un señor que se presentó como el encargado de la empresa de ascensores. Venía a que la presidenta le firmara una factura por la retirada del aparato pero la Padilla se negó en rotundo hasta que no le dijera quién había ordenado tal despropósito. Cuando aquel señor bajito pero contundente en peso y volumen dijo: “Fue Terencio”, no solo temblaron las paredes sino que a Úrsula, a Brígida y a la Padilla les cambió la cara. 
Desde su marcha, hace ya casi un año, nadie había vuelto a pronunciar su nombre. El hermano de las hermanísimas huyó del edificio harto de ellas. Enamorado de la Padilla, le dejó en herencia la presidencia y ese fue el inicio de todos los enfrentamientos que han llevado a nuestro edificio a una situación de disparate.“El señor Terencio me dijo que quería hacer reformas y que empezara por cambiar el ascensor”, explicó aquel hombre que parecía surgido de las entrañas de la tierra. La Padilla gritó que eso era imposible, que si Terencio hubiera querido hacer algo en el edificio se lo hubiera comentado a ella que es su amada y la presidenta. Úrsula, que aún sigue con esa forma de hablar quijotesca, dijo que su hermano siempre había sido una persona con un inmoderado y excesivo amor a sí mismo. “Vamos, un egoísta”, nos tradujo Quijano. Lo cierto es que como no le firmó la factura, el señor se marchó y nos amenazó con no colocar un nuevo ascensor, así que ahora estamos sin transporte en el edificio. 

Pepe, el policía científico que ha regresado tras la denuncia de la Padilla por el uso que hacemos de Quijano, decidió hacer frente a la situación y ha destinado a Tito a vigilar el hueco para que nadie se caiga en él. Tito ha tenido que pedirle unos días de asuntos propios a Chen-Yu que se ha enfadado porque se ha quedado sin Papá Noel en la tienda, en plena campaña de Navidad. Lo peor de todo no es la imagen dantesca que da ver ese hueco, ni siquiera el eco que retumba en las paredes de casa. Lo peor es que la escalera se ha convertido en un hervidero de gente que sube y baja y, por las mañanas, se forman unas colas terribles. Y si fuera poco, a Carmela le ha dado por ponerse a fregar en hora punta. Terrible.
ESTO NO HAY QUIEN LO ENTIENDA 
(noviembre 2013)
La semana ha sido intensa. El lunes Pepe, el policía científico que estaba destinado a nuestro edificio en busca de un asesinato que nunca se llegó a producir, nos dijo adiós. Su jefe decidió cerrar el caso porque, si en tres semanas no había ocurrido nada, podíamos estar tranquilos. Lo dijo como si nos estuviera dando los resultados de una radiografía que así lo confirmaba. En fin. Carmela fue la más afectada por la marcha de Pepe. Cuando se enteró de la noticia, se llevó un disgusto tan grande que pensó en ir a pedir trabajo para limpiar las escaleras de la comisaría. “Es la única forma de que podamos seguir viéndonos”, dijo. Todos intuíamos ya que entre Pepe y ella había surgido algo. 
Pero, sin duda, la noticia de la semana ha sido que Úrsula ha recuperado el habla y lo ha hecho en castellano puro; tan puro, que Bernardo le ha pedido a un cliente de su taxi, que dice ser descendiente del mismísimo Miguel de Cervantes, que se pase unos días en nuestro edificio para que nos eche una mano. Quijano -que es como se llama este señor que se ha venido con la maleta llena de libros antiguos, “porque es ahí donde radica la base de la sabiduría”, según nos contó cuando subía a casa de las hermanísimas- me recuerda más a Sancho que al de la Mancha. Pero eso es otra historia. 

El jueves Brígida decidió hacer una merienda para dar la bienvenida a la voz de su hermana. El día antes, Úrsula empezó a mover la mandíbula sin dolor y el médico le dio el alta. Lo primero que pronunció fue un “suprime la comunicación eléctrica de ese aparato y la línea general, ya”, en clara alusión a la televisión. Fue en ese momento cuando Brígida dedujo que algo iba mal. “Te oigo pero no te entiendo”, le dijo a su hermana, a punto de llorar. Lo siguiente fue un grito de auxilio por la escalera. Por fin, a primera hora del viernes, Quijano ya estaba de terapia con Úrsula, tratando de descifrar esa palabrería tan enrevesada. A todas estas la Padilla, que se entera de todo, mandó a Tito con un recado a la hora de la comida. La verdad es que fue patético ver cómo nos transmitía la amenaza de su madre vestido de Papá Noel. “¿Qué pasa? No tengo ni tiempo para cambiarme. El Chen-Yu es un explotador”, se quejó aguantándose la barba. Según la Padilla lo que estamos haciendo con Quijano es ilegal pues está trabajando sin contrato. Bernardo intentó explicarle que lo único que está haciendo es descodificar lo que dice Úrsula y que es un amigo. Pero la Padilla no entró en razón e insistió en que se estaba cometiendo un fraude de ley. Entonces llamó a la policía para denunciar la situación y Pepe regresó al edificio. Carmela vio los cielos abiertos y se puso del lado de la Padilla. Nos acusó a todos de aprovecharnos de Quijano.
SIN PALABRAS
(noviembre 2013)
La Padilla ha retomado el mando del edificio. No quiere saber nada del maestro zen y ha amenazado a su hijo Tito con echarlo de casa si no se pone las pilas y busca un trabajo antes del próximo lunes. La señora ha regresado en estado puro. Mientras, Brígida, que solo fue presidenta por unos días, se resistió a entregarle el cargo y le dijo que tendría que pasar por encima de su cadáver. Pero la voz ronca y profunda con la que la Padilla pronunció el “no hay discusión” fue suficiente para que se marchara con el rabo entre las piernas a su piso, donde su hermana Úrsula se recupera de la rotura de mandíbula, después del accidente organizado por algunos vecinos.
Desde entonces, la mujer sigue convaleciente y aun no sabemos en qué idioma hablará cuando recupere la movilidad mandibular porque el médico le ha advertido que ni se atreva a forzar los músculos de la boca y, claro, aquí estamos todos como padres primerizos esperando a que el bebé diga su primera palabra. Ya el jueves se montó un pequeño revuelo cuando Brígida creyó escucharle a su hermana algún sonido. Enseguida, empezó a gritar como una descosida por la escalera para que subiéramos corriendo. Bernardo, Carmela, el poli y yo llegamos en menos de tres segundos temiendo lo peor. Al cruzar la puerta nos encontramos a Brígida arengando a su hermana para que repitiera lo que había dicho. “Inténtalo, inténtalo otra vez”, gritaba zarandeándola. La pobre Úrsula nos miraba con una cara de “si pudiera abrir la boca me los comía a todos” pero lo único que consiguió fue expulsar un tímido “ay” que todos coincidimos en que se dice igual en la mayoría de los idiomas. Rita, prima de las hermanísimas y exmujer de un alemán dijo que su marido se quejaba igual. Así que allí la dejamos con la boca abierta, tragándose una discusión televisiva sobre la hija de la Pantoja.

En cuanto a Tito, sigue desesperado tratando de encontrar un trabajo para que su madre, la Padilla, no le eche de casa. Como ha hecho buenas migas con el policía científico -que por cierto el próximo lunes termina su misión en el edificio- le preguntó si en su comisaría necesitaban a alguien. “Me da igual de lo que sea”, llegó a decirle a punto de llorar. Pepe le ha cogido cariño y le tranquilizó asegurándole que preguntaría por si había algo pero esa misma noche le confesó a Carmela, a la que ha cogido mucho más cariño, que no hay ninguna vacante. Ni siquiera de ladrón. A pesar de ser el hijo de la Padilla, a todos nos da mucha pena y Carmela no se lo pensó y se fue a hablar con el señor Chen-Yu. Hubo suerte. Desde ayer, Tito es el nuevo Papa Noel de la tienda china que ya ha comenzado su campaña navideña. Pobrecillo, con el calor que hace todavía y el hombre con esas barbas blancas. Aunque, todo sea por seguir en casa de mamá.
EL GOLPE 
(noviembre 2013)
Menos mal que el médico que atiende a Úrsula es privado. Le pedimos una consulta el martes y esa misma tarde nos atendió. En realidad fuimos a preguntarle si había alguna solución para que la presidenta accidental accidentada dejara de hablar alemán. “Es que no entendemos lo que dice y su hermana, aprovechándose del golpe que le hizo cambiar de idioma, ha tomado los mandos del edificio y esto va proa pal marisco”, le explicó Bernardo.
El doctor se mostró un poco receloso al principio pero Carmela le llevó a nuestro terreno y el hombre terminó entendiendo nuestra preocupación. Después de casi cuarenta minutos hablando, nos dijo -al tiempo que se quitaba la bata blanca como si eso le redimiera del pecado que estaba a punto de cometer- que lo único que se le ocurría para terminar con el problema era que Úrsula recibiera otro golpe en la cabeza. Bernardo, que tenía el día de parada obligatoria del taxi, se ofreció a organizar el golpe, en todos sus sentidos. Nos reunió a todos en su piso y diseñó un plan, según él perfecto, para que Úrsula recuperase el español cuanto antes y, por tanto, la presidencia de la comunidad. “No va a ser fácil, así que necesito de la ayuda de todos”, nos suplicó.
A Carmela le encargó la parte más complicada: entretener a Pepe, el policía científico que sigue por el edificio; a Juanpe, que vigilara el portal y a Chaxi, que controlara las escaleras una a una. A mí me pidió que estuviera a su lado porque si el plan salía mal y nos llamaban a declarar yo sería la que tendría que contar cómo ocurrió todo. “¿No te gusta tanto contar historias?”, me preguntó con un tonito raro. En ese momento fui consciente de que iba a ser cómplice de algo malo. No es que quisiéramos matarla. ¡Por favor, no! Pero estábamos organizado un pequeño accidente para que Úrsula se diera otro golpe. En nuestra defensa debo decir que el fin era su recuperación. Además, todo estaba bajo prescripción médica, aunque siempre tuve claro que si ocurría una desgracia, el médico nos dejaría solos.
Esa misma tarde, todo estaba preparado. Al ver que Úrsula abría la puerta de su piso para salir a su paseo diario, Chaxi dio la voz de alarma a través de la emisora de aviso de llanto de su bebé. Bernardo y yo aguardábamos agazapados a que el ascensor llegara al portal y, cuando la puerta se abrió, nos sorprendió que Úrsula no venía sola sino con la Padilla pero ya era demasiado tarde para volver atrás. Bernardo, con la pierna en alto, no pudo evitar que las dos mujeres cayeran al suelo y se golpearan con la caja de herramientas que él había colocado allí intencionadamente para la ocasión. El ruido fue espantoso.

La imagen, dantesca. Todavía hoy no sabemos si Úrsula ha recuperado el idioma porque, al caer, se rompió la mandíbula y no puede hablar, ni en español, ni en alemán, ni en chino. En cuanto a la Padilla… bueno, del golpe que se dio, perdió la tontería zen y vuelve a ser como antes: una fiera.
GUTEN MORGEN
(noviembre 2013)
En menos de quince días, la comunidad ha perdido a dos presidentas. Por un lado, la Padilla sigue perdida en otra dimensión después de sus clases intensivas con el maestro zen y, por otro, Úrsula, ha estado a punto de pasar a mejor vida por culpa del desmayo originado por el fuerte olor a incienso que se propagó por todo el edificio. Al caerse, se golpeó la cabeza y perdió el conocimiento y, cuando volvió en sí, o en quien quiera que volviera, empezó a hablar en alemán y así se ha quedado desde entonces.
El lunes por la tarde, Brígida, la hermanísima de Úrsula, acordó de forma unilateral, tomar los mandos del edificio y esto nos ha sumido –aun más- en un verdadero caos. Tito sigue empeñado en sacar al maestro zen de la cabeza de su madre. “La próxima vez que lo vea por aquí, no respondo de mí”, le advirtió a Pepe, el poli que sigue vigilando el edificio por si ocurre algo. Como si lo que pasara cada día no fuera más que algo. En fin. Desde comisaría ya le han advertido de que si en dos semanas no pasa nada, cierran el caso. 
Mientras tanto, Brígida ya ha empezado a hacer de las suyas y lo primero que ha hecho, aprovechándose de su nuevo cargo, es despedir a Carmela a quien ha sustituido por Rita María, una prima suya, a la que ha puesto a limpiar las escaleras y el ascensor. Todos le caímos encima pero de nada sirvió. La mujer se justificó diciendo que su decisión pasa porque la tal prima estuvo casada hace años con un pintor alemán y le está ayudando a descifrar lo que dice Úrsula “que no hay quien la entienda”.
El otro día cuando el médico vino a ver cómo seguía la paciente alemana, lo abordamos en el portal y nos comentó que se trata de un caso extraño pero que peor sería que se hubiera quedado muda. Todos nos miramos y creo que pensamos lo mismo. Según Bernardo, con tanto cambio de presidenta el edificio va a entrar en bancarrota y más cuando actualmente nadie está llevando las cuentas. Por eso le ha pedido a un amigo suyo, al que llaman Pitrescatorce que nos haga una auditoría gratis para determinar realmente en qué situación estamos. Obviamente, a Brígida se lo presentó como un amigo que ha venido a quedarse unos días a su piso mientras le cambian la cocina en su casa. Pitres es simpático pero demasiado obsesionado con los números, tanto que en vez de pupilas parece que tiene dos ceros pintado de negro.

No creo que Brígida se de cuenta de nada. Está demasiado cegada con su flamante cargo y con Úrsula que no mejora del golpe. Ayer, mientras limpiaba las escaleras le pregunté a Rita María de qué habla con ella y me confesó que de nada porque lleva muchos años sin practicar el idioma pero me pidió por favor que no le dijera nada a su prima porque perdería el trabajo. Y, mientras, Carmela de nuevo en la calle.
CADA LOCO CON SU TEMA
(octubre 2013)
El maestro zen de la Padilla lleva toda la semana intentando hablar con ella pero Tito se niega a que su madre vuelva a relacionarse con él porque piensa que con sus “extrañas enseñanzas” le ha lavado el cerebro hasta convertirla en una mujer de buen carácter, cosa que está mal vista en la familia. El pobre hombre ha intentado varias veces entrar en el edificio y subir a su piso pero Pepe, el policía científico que permanece todavía de retén por si ocurre algo, tiene orden expresa de no dejarlo pasar. A mí me dio mucha pena y el martes intenté que se colara, haciendo que era un tío lejano mío, pero el maldito poli se dio cuenta y me amenazó con que la próxima vez me detendría por colaboración con un desconocido “de otra religión o filosofía sospechosa”. Yo creo que aquí han perdido el norte y el sur pero, como no quiero líos, convencí al maestro de que no insistiera más, que se relajara con sus propias enseñanzas y dejara pasar unos días que, seguro, todo volvería a la normalidad.
Las que no quieren que nada vuelva a esa normalidad son las hermanísimas. Siempre buscando ruido. Brígida está encantada con que Úrsula haya recuperado la presidencia de la comunidad y le pidió a Chaxi -que se ha apuntado a clase de costura con las propinas que gana Juanpe como botones en el edificio de enfrente- que le bordara en todas las camisas el nombre del recién recuperado cargo de su hermana. Todo iba bien hasta que Carmela, que como solo está contratada para limpiar el ascensor tiene más tiempo libre, se percató de un pequeño fallo. Y es que Chaxi, que siempre anda despistada -como el día en que le dio el biberón a su marido en lugar de al bebé- se olvidó de la P y cosió en todas las camisas un ridículo: “Residenta”. Todos intentamos que Úrsula no se diera cuenta del error pero fue la propia Carmela la que se lo dijo y, claro, al verlo, la mujer puso el grito en el cielo.

Después de la tremenda bronca, por fin el jueves Chaxi terminó de bordar la última P en la ropa. Con el barullo, Pepe, que es más cotilla que policía, se despistó de la vigilancia y no vio cómo Abelardo, el maestro zen, conseguía entrar al edificio y correr escaleras arriba en busca de la Padilla. Brígida fue la que dio la voz de alarma, alertada por un asfixiante aroma a incienso. Empezó a llamar a Tito por la ventana del patio pero el hijo de la Padilla no respondía. Se había quedado trabado en el ascensor cuando bajaba a tirar la basura y nos dimos cuenta al oír unos golpes desquiciados. Carmela le insistía en que no golpeara el espejo que es lo que más le cuesta limpiar, mientras Pepe y Bernardo el taxista trataban de abrir la puerta del aparato. A todas estas, el olor a incienso ya invadía todo el edificio y Úrsula, que es alérgica a cualquier cosa, cayó desmayada en pleno portal. Vino la policía.
LOVE AND PEACE
(octubre 2013)
Nunca pensé que un milagro pudiera cambiar a la Padilla pero ha ocurrido y aun no me lo creo. Apenas dos semanas de ejercicios intensos en casa del gran maestro zen, Abelardo, le han servido para dar un giro radical a su vida. Es como si se hubiera borrado su mente, su corazón, su carácter, sus enfados, sus gritos. Todo. Tras regresar de su presunto secuestro todos temíamos que la situación fuera insostenible en el edificio y más cuando se enterara de que Úrsula le había arrebatado la presidencia. Todo lo contrario. Lejos de montar en cólera, la mujer reconoció que se alegraba de que la líder de las hermanísimas hubiera recuperado el cargo. Eso sí, ella seguirá siendo la propietaria.
No ocurrió lo mismo con Tito. El hijo de la Padilla cree que a su madre le han hecho un lavado de cerebro y le ha pedido a Pepe -que así se llama el policía científico que vive con nosotros desde el inicio del caso- que no se vaya todavía porque tiene la “certeza absoluta” de que el asesinato aun no se ha producido. Pepe llamó a comisaría y pidió que le dejasen unos días más de retén por lo que pudiera ocurrir.
De resto, la semana ha estado tranquila. Mejuto y sus vecinos regresaron definitivamente al edificio de enfrente. Se fueron todos salvo Juanpe, Chaxi y el bebé porque la Padilla les ha eximido de sus “pecados” y les ha dejado de nuevo el piso, además de permitirle a Juanpe que siga como botones de Mejuto. “Claro que sí. Hay que ganarse el pan y la cosa no está fácil ahí fuera”, les dijo la nueva Padilla. Aprovechándose de la situación, Carmela le pidió trabajo pero no limpiando las escaleras sino el ascensor, “que es más cómodo y no me canso tanto”, me dijo el otro día. Y así ha sido. Ahora, Carmela es la nueva señora de la limpieza del ascensor. Mucho no le ha gustado la decisión a Úrsula que, como presidenta, considera que la escalera es lo más importante de nuestro edificio. Pero como no quiere enfrentarse a la Padilla, por miedo a que pierda su buen talante zen y le quite el cargo, ordenó que cada vecino limpiara su trozo de escalera. Bernardo se negó en rotundo y debo confesar que su parte huele que apesta, después de una semana sin ver una fregona. Alertada por el tufo, Chaxi se ha ofrecido a limpiarle su trozo de escalera a cambio de ocho euros. El taxista ha aceptado pero por seis euros y yo solo espero que las hermanísimas no se enteren aunque aquí siempre se sabe todo.

El que no levanta cabeza es Tito. Insiste en que su madre está abducida y no duerme. Se pasa la noche en vela al lado de su cama vigilando que no haga una locura y no la deja que visite al maestro zen. Mientras, Pepe, el policía destinado a nuestro edificio mata las horas fumando en la azotea y hablando con Carmela.
SHERLOCK Y WATSON
(octubre 2013)
Un trozo de papel con una dirección manuscrita nos puso sobre la pista de la Padilla, tras su repentina desaparición días atrás. Carmela encontró la prueba, por casualidad, en una de las ranuras del ascensor, mientras subía con el cubo de agua a limpiar el rellano del ático. No le contamos a nadie nuestro descubrimiento, ni siquiera al agente de la policía científica que dejaron como retén toda la semana en el edificio para vigilar de cerca cualquier movimiento que pudiera alertarle sobre el secuestrador.
Lo primero que pensé cuando Carmela me entregó aquel papel arrugado fue que debía ser de cualquier otro vecino y que no tendría nada que ver con el caso pero ella me insistió en que aquella letra era de la Padilla. “No tengo ninguna duda. Durante meses me estuvo pagando en negro y esa letra tan retorcida es la suya”, me repitió, gritándome en forma de susurro para que nadie nos oyera. Con la ayuda de Google Maps buscamos la dirección que ponía el maldito papel y quedamos a las cuatro en punto en el portal para ir a buscarla. A esa hora, el poli suele subir a la azotea a fumarse un cigarro con Mejuto que, por cierto, en breve regresará con sus vecinos al edificio de enfrente. Las catas han confirmado que no hay riesgo de desprendimiento.
Como la dirección que indicaba el papel estaba algo lejos le pedimos a Bernardo si nos podía llevar en su taxi, sin contarle de qué se trataba. “Es que quiero comprar unos guantes especiales para evitar que la lejía me queme y me han dicho que en esa calle hay un local exclusivo que los vende”, le mintió Carmela. “Son buenísimos”, insistió y le di un codazo para que lo dejara porque Bernardo no es tonto y creo que en ese instante se dio cuenta de que tramábamos algo.
En diez minutos llegamos a la dirección que decía el papel. Era una casa terrera, vieja pero bien cuidada. Le pedimos a Bernardo que nos esperara fuera y entramos con cuidado. La puerta estaba abierta, cruzamos un salón y llegamos a otra puerta. Al abrirla, encontramos a la Padilla en postura de meditación zen, junto a un señor que debía ser un maestro. “¿Pero qué hacen ustedes aquí?”, nos dijo al vernos, pero lo hizo en un tono extrañamente relajado, arrullado por las notas suaves de un cd de música chill out.
Le contamos que todos los vecinos estábamos preocupados por su desaparición y temíamos que la hubieran secuestrado. La Padilla y su maestro zen se echaron a reír y cuando se calmaron nos contó que simplemente se había tomado unos días de descanso, harta de tanta tontería en el edificio.   

Nunca pensé que me alegrara tanto de ver a la Padilla; allí estaba, vivita y coleando. Pero todo se volvió a liar cuando Bernardo que se montó su propia historia entró a la fuerza, acompañado por el agente de policía científica que nos apuntó con el arma mientras el taxista gritaba: “Ellas son las secuestradoras”. En fin.
TRAS EL RASTRO
(octubre 2013)
La Padilla lleva cinco días desaparecida y nadie sabe dónde puede estar. Me enteré de casualidad cuando vi cómo la policía interrogaba a Loli, su cuñada, a la que un día antes había medio contratado para limpiar la escalera del edificio, dada la situación de insalubridad insostenible a la que habíamos llegado, tras la marcha de Carmela y del fracaso de Lin Yao. A mí también me hicieron un par de preguntas pero poco pude aportar a la investigación. Yo no vi nada. Mejuto, que no quiere que sus vecinos de clase alta y que se encuentran acogidos temporalmente en nuestro edificio pasen un mal trago, se convirtió en portavoz de todos ellos y declaró que tampoco sabían nada ni habían visto nada. Tito es el único que no para de hablar con los agentes. El hijo de la Padilla está desquiciado. Piensa que la han secuestrado para pedir un rescate y Úrsula, que ha vuelto a sacar el rejo, dice que lo más probable es que se haya largado para no tener que hacer frente a la enorme deuda que acumula el edificio, después de que su propietario regresara a Venezuela. 
Ante tanta palabra cruzada, Bernardo y yo hemos tenido que tranquilizar a los vecinos que piensan que si no aparece la Padilla (heredera amantísima de Terencio) nos quedaremos en la calle. Úrsula, aprovechando la situación, le ordenó a su hermanísima Brígida que redactara un escrito que luego colgó en la puerta del ascensor anunciando que, hasta la reaparición de la Padilla, ella se hará cargo del edificio y, por tanto, recupera las funciones de presidenta. Obviamente, se armó el lío y más por parte de Tito que le lanzó la dramática frase de: “No hemos encontrado el cuerpo y ya la estás enterrando”. Como siempre intenté calmar los ánimos apelando a que lo importante ahora era encontrarla cuanto antes y que lo peor que podíamos hacer era enfadarnos entre nosotros. Úrsula me echó una mirada mortal y Brígida me clavó el codo en la boca del estómago. El jueves la situación empeoró aún más porque los vecinos acogidos del edificio de enfrente decidieron regresar de nuevo a sus viviendas, a pesar de que están precintadas por riesgo de derrumbe. Dicen que no soportan tantas tonterías y enfrentamientos, que ellos están acostumbrados a otra cosa. 

Los agentes que siguen el caso de la desaparición de la Padilla dieron parte a comisaría y esa misma tarde fueron desalojados a la fuerza y reubicados otra vez en nuestro edificio. “Nosotros tampoco estamos acostumbrados a vivir con delincuentes”, le espetó Bernardo a Mejuto. A estas alturas no hay rastro de la desaparecida y me temo lo peor. Con tanto río revuelto, Úrsula ha cogido los mandos y ha puesto de nuevo a Carmela a limpiar las escaleras a pesar de que la policía dijo que no tocásemos nada. “Tú limpia. Estos se creen los del CSI ese de Miami y no se enteran de nada”. Pero ayer, Carmela subió a mi casa con la cara desencajada y me contó que mientras fregaba había descubierto algo que podría llevarnos hasta la Padilla.
¿QUIÉN VIVE AHÍ?
(septiembre 2013)
Nunca pensé que una grieta acabaría uniéndonos a todos. Al menos físicamente. El lunes cuando regresaba de trabajar me encontré con Mejuto el propietario del edificio de enfrente que entraba, descamisado y medio sudoroso, en nuestro portal. Tito, el hijo de la Padilla, que hacía su guardia habitual, le paró en seco y le dijo que tenía terminantemente prohibido entrar pero él insistió, diciéndole que se trataba de un asunto de vida o muerte. Yo, que a veces me meto donde no me llaman, le dije que avisara a su madre, que igual era importante lo que quería decirle. A los cinco minutos, la Padilla estaba en el portal con los brazos en jarra, intimidando al pobre hombre.
Agobiado por el problema que se le venía encima, le explicó que esa misma mañana habían detectado unas fisuras en la pared oeste de su edificio y que un técnico del ayuntamiento les había dicho que tenían que desalojarlo, al menos durante una semana, mientras se realiza un estudio de seguridad. “¿Y?”, le preguntó la Padilla en postura de jarrón bizantino. Mejuto no sabía cómo pedirle que, puesto que nuestro edificio tiene al menos tres pisos y el ático vacíos, le dejara realojar a parte de sus vecinos. Cuando por fin lo dijo, la Padilla estalló en cólera y la respuesta fue un no rotundo. “Y mucho menos después de haberse llevado a parte de nuestros vecinos. ¡Fuera!”, le gritó. A pesar de la negativa, esa misma noche las hermanísimas bajaron al portal y, aprovechando que Tito había subido a ver los deportes en la tele canaria, dejaron entrar a varios vecinos del edificio de enfrente. 
No es que Úrsula y Brígida se hayan convertido ahora en hermanitas de la caridad, no. Su gesto tuvo más que ver con las ganas de desafiar a la Padilla que otra cosa. Las hermanísimas le dejaron el cuarto del fondo a un matrimonio de pijos, Luli y Joserra, con los que empezaron a tener problemas a la mañana siguiente cuando pretendieron que Brígida, a la que confundieron con una sirvienta, les llevara el desayuno a la cama. Bernardo también se ofreció a acomodar a una familia en su piso. Parece que él corrió más suerte. De momento no le he oído quejarse y yo, bueno, yo… dejé que Mejuto se quedara en mi casa. ¿Qué quieren? Le he cogido cariño al pobre hombre.

La polémica saltó cuando la Padilla se enteró de que el edificio se había convertido en una especie de Acnur a pequeña escala. “No puede prohibirnos que acojamos en nuestra propia casa a quien nos de la gana”, le espetó Úrsula a la presidenta de la comunidad cuando tocó en la puerta para recriminarle que hubieran quebrantado sus normas. Pero lo peor está por llegar. Lo presiento. Ayer, Tito le ofreció el cuarto de contadores a Penélope, una diseñadora de interior que, después de tres noches en el Hotel Mencey, vino a pedir habitación a nuestro edificio para poder estar más cerca de sus vecinos. Y claro, Tito, no le dijo que no.

EL EDIFICIO DE ENFRENTE
(septiembre 2013)
La semana pasada adelanté que Juanpe, el marido de Chaxi y padre del bebé que viven de prestado en el primero izquierda, había conseguido trabajo como conserje en el edificio de enfrente. El propietario, don Enrique Mejuto González, que se llama igual que el que fuera árbitro de Primera División, lo contrató hasta final de año porque, según le dijo, quieren darle más prestancia al inmueble. La realidad es que desde hace unos meses han llegado nuevos vecinos a ese edificio -aunque más que nuevos son ricos- y eso está dando cierto refinamiento a la calle. Al menos eso es lo que opina Mejuto que no cabe en sí de gozo. Juanpe le contó a Bernardo que le pagan bastante bien y que, a lo mejor, también necesitan un chófer. Cuando Bernardo me lo contó le pregunté si cambiaría su taxi por un coche oficial y me dijo que todo depende de lo que le ofrezcan. Carmela, que ya se está empezando a cansar un poco de la tienda china, también ha hecho algunos intentos de ofrecer sus servicios como limpiadora de escaleras.
La Padilla se enteró de los movimientos y el miércoles convocó una reunión urgente en el portal para advertirnos de que cualquier otra marcha laboral al edificio de enfrente sería considerada como deserción y traería consecuencias muy graves. Cuando llevábamos más de media hora escuchando las amenazas de la presidenta, entró Juanpe, vestido con su uniforme de conserje, y la Padilla cerró la boca. Lo considera un traidor. Chaxi, su mujer se abalanzó sobre él para darle un beso y, sin despedirse, se marcharon a cenar. “Es que es la hora del biberón del niño”, dije para quitar hierro al asunto pero creo que lo estropeé más porque la Padilla me miró de tal manera que todavía hoy sigo con un dolor de cabeza que no se me va. 

A todas estas, las hermanísimas, que ya desistieron de cuidar al bebé, están otra vez aburridas y eso les da más ganas de fastidiar. “No nos puedes prohibir ir de visita al edificio de enfrente”, dijo Úrsula enfadada. La Padilla miró a su hijo Tito para que le apoyara pero, como siempre, éste se había quedado dormido. “¡Tito!”, le gritó. Ni se enteró porque, en ese mismo momento, tocaron a la puerta del edificio. Bernardo abrió y apareció el bigote de Mejuto y, después, el resto de su cara. “Disculpen señores pero ¿podrían bajar la voz? Mis vecinos están descansando y sus gritos no les dejan”, dijo intentando mostrar una sonrisa. Esto fue la gota que colmó el vaso. La Padilla le invitó, aunque yo creo que más bien le ordenó, a que se marchara de nuestro edificio. Desde entonces, las relaciones entre ambos se han roto. Al día siguiente, la presidenta bajó a hablar con Juanpe y le dijo que si seguía de conserje en el edificio “pijo ese” tendría que echarle del piso en el que lleva meses de prestado. Eligió marcharse y, desde el viernes, vive con Chaxi y el bebé en la portería del edificio de Mejuto.
LAS SUPERNANIS 
(septiembre 2013)
Suelo creer lo que me cuentan pero la tarde en que Bernardo tocó en mi puerta para decirme que Úrsula se había ofrecido a cuidar al bebé de Chaxi y Juanpe le pedí por favor que se dejará de bromitas. Sobre todo, porque me había interrumpido justo cuando le estaba empezando a coger el tranquillo al taladro, después de dos días de entrenamiento para intentar soportar su peso antes de lanzarme a perforar la pared. Insistió tanto en contármelo que dejé el arma sobre la mesa y me senté a escucharle con cara de falsa interesada.
Al parecer, todo empezó porque, después de varios meses en el dique seco tras haber sido relegada de su puesto de presidenta de la comunidad, Úrsula necesitaba sentirse útil y, viendo que en este edificio casi todos -menos Tito el hijo de la Padilla- trabajamos, tomó la decisión de ofrecerle sus servicios a la joven pareja. Por fortuna, ambos han pasado a ser dos de las 31 personas que redujeron las cifras del paro en agosto, según me enteré el lunes cuando Rajoy preanunció los datos. En fin que, desde hace una semana, Chaxi ayuda al señor Chen-Yu en sus charlas de cultura china y Juanpe encontró trabajo como conserje en el edificio de enfrente, algo que no ha gustado nada a la Padilla. Pero eso lo cuento otro día.
Total que, aprovechando que están ocupados, Úrsula les dijo que a ella y a su hermana no les importaba cuidar de su bebé por un módico precio. Como seguía sin poder creerme la historia, el jueves por la tarde hice guardia en la escalera y, cuando escuché que Chaxi subía a dejarles el niño porque era la hora de la charla china, lo confirmé con mis propios ojos. Aun así y como no pude reprimir mi curiosidad de ver a Úrsula con un bebé, subí a casa de las hermanísimas y toqué en la puerta con la excusa de pedirles un poco de azúcar. Después de insistir tres veces, por fin me abrieron y estuve a punto de no cruzar la puerta por culpa de un olor terrible que flotaba en el salón. 

Brígida, me hizo un gesto apurado de que entrara rápido y, sin más, egresó corriendo a la mesa del comedor donde tenían acostado al bebé que no paraba de llorar. “No sabemos qué hacer”, me dijo Úrsula angustiada, mientras analizaba al niño como si fuera un muñeco al que no le encontraba el botón para desconectarlo. “Y encima, de repente, ha empezado a oler mal”, añadió Brígida asustada y con cara de repugnancia. “Si sigue así terminará pudriéndose y ¿qué le vamos a decir a la madre?”. Como pude, contuve la respiración, me acerqué al bebé y le cambié el pañal. Las hermanísimas no daban crédito a lo que acababa de hacer. Pensaron que era magia o santería y, agradecidas, se ofrecieron a subcontratarme para que cada tarde hiciera lo mismo pero yo les dije que era imposible porque me había apuntado a clases de macramé de lunes a domingo. Mentí.
CUENTOS CHINOS
(agosto 2013)
Bernardo, el taxista, tenía razón cuando me advirtió de que las hermanísimas estaban tramando algo, pues eso de pasarse el mes de agosto calladitas y sin tener ninguna discusión en el edificio no era muy normal. Sobre todo, porque lo de su nueva “amistad” con el dueño de la tienda china donde ahora trabaja Carmela sonaba, cuanto menos, raro. Y, por fin el martes, se descubrió el pastel. Al regresar del supermercado, escuché gritos. Como provenían del piso de Terencio y que la Padilla le ha dejado a Juanpe y Chaxi hasta que encuentren un trabajo para poder mantener a su bebé, me asusté y subí corriendo las escaleras. Cuando llegué a la puerta, me encontré a Úrsula a punto tirarse al cuello de la Padilla, alentada por un jadeo desagradable de su hermana Brígida. Ajena a la discusión, Chaxi trataba de colgar un cartel en la puerta de su piso prestado que decía: “Cuentos chinos”. En medio del altercado, apareció Bernardo que logró poner un poco de orden con un silbido tan impactante que si lo escucha Casimiro Curbelo lo pone de sintonía de espera en el teléfono del Cabildo de La Gomera. Fue mágico y se hizo un silencio, así que pude preguntar qué pasaba. 

Nos enteramos de que el ir y venir de las hermanísimas a la tienda de Chen-Yu había sido para proponerle un negocio, aprovechando el piso vacío que había dejado el hermano de estas, Terencio. Sorprendentemente, Úrsula dejó hablar a la Padilla que nos contó que las “insidiosas” (como llama a las hermanísimas) habían convencido a Chen-Yu para que cada tarde de cinco a seis, diera unas charlas sobre la cultura china y así poder llevarse “un dinerillo”. La Padilla dijo que no se puede abrir un negocio en el edificio sin el consentimiento del propietario que -de momento es Terencio- y nos recordó que, a pesar de ser el hermano de Úrsula y Brígida, él se lo había dejado en herencia a ella que es su amada y que, por tanto, podría denunciarlas por allanamiento de morada. En ese momento, Úrsula se echó a reír y dijo que Chaxi, que ahora ocupaba ese piso por (y esto lo dijo con voz burlona) un gesto de caridad de la propia Padilla con el joven matrimonio y su bebé, lo había consentido, así que no entendía cuál era el problema. La Padilla miró a Chaxi desafiante y le preguntó cómo podía haberla traicionado a ella que le había sacado del frío de la calle. La joven se acercó a la cunita, cogió a su bebé y reconoció que le había dado un hogar pero que Úrsula y Brígida le habían dado algo más importante: trabajo. En ese momento, el señor Chen-Yu apareció con un libro y tres señoras del barrio dispuesto a dar su primera clase. “Vamos, señoras, tiempo corre y yo tengo tienda que atender”, dijo metiendo prisa. Debo confesar que desde el jueves asisto a sus charlas vespertinas.
CALIENTE, CALIENTE
(agosto 2013)
El calor está haciendo estragos este verano en la Isla y más en el edificio que se ha convertido en un auténtico horno. La abuela Padilla se ha obsesionado tanto con la temperatura que ha colocado un termómetro en el portal y, cada media hora, manda a su hijo Tito a que lo consulte, “no vaya a ser que se caliente demasiado”. Lin Yao, la recién contratada para limpiar la escalera dice -en un castellano todavía un poco maltratado- que en su país sí que hace calor. “En Pekín, suda mucho, suda más”, repite cada vez que se encuentra con la Padilla pero esta lo único que hace es mover la cabeza como si le diera la razón a un loco y, luego, le hace un gesto de: “Ya, ya, déjate de conversar y limpia que para eso te pago”. Yo creo que el día menos pensado, el padre de la chica, el señor Chen-Yu, se llevará a su hija porque, aunque el taxista Bernardo y yo nos preocupamos de enseñarle algunas palabras en castellano, el resto de los vecinos la ignora y ese no era el trato al que había llegado con la Padilla. 
Las hermanísimas llevan unos días calladitas y eso también me preocupa. Bernardo dice que están tramando algo. Puede ser y no sé si tendrá que ver que se hayan hecho muy amigas del señor Chen-Yu. Según Carmela, -que ahora trabaja en su tienda- Úrsula y Brígida van todos los días a comprar algo y, cuando se van, le dan las gracias en su idioma a Chen-Yu. Bueno, para ser exactos, Carmela no sabe si en realidad lo que le dan son las gracias, dicen adiós o cualquier otra cosa. “Es que a mí todo me suena igual”, me confesó avergonzada. Ella es tan despistada que la primera semana en la tienda estuvo despidiéndose con un chao, chao, porque pensaba que así se decía adiós en chino.

Volviendo al termómetro del edificio, el jueves a mediodía, llegó a los 40 grados. Al enterarse, la Padilla ordenó a su hijo a que pulsara el timbre de alarma del ascensor para avisar a todos los vecinos. Enseguida, se formó un caos hasta que escuchamos los gritos de Tito y todos bajamos corriendo al portal temiendo lo peor. Una vez allí, la presidenta nos dijo que, a partir de ese momento, quedaba prohibido encender el horno, el termo, y cualquier secador hasta que no recuperásemos los 30 grados. Las hermanísimas montaron en cólera y, aunque nadie se dio cuenta, yo vi que el termómetro subió un grado más. Se marcharon diciendo de todo escaleras arriba. Cinco minutos después, Úrsula bajó y la vieron entrar en la tienda china. A todas estas, Lin Yao no se había enterado de nada porque estaba en la azotea y, al darse cuenta de cómo había quedado la escalera tras la avalancha vecinal, empezó a gritar: “Eso no se hace en mi país. Gente mala” y volvió a sacar el cubo y la fregona. Esa tarde, aproveché para enseñarle la expresión: “Lo siento”.