Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 29 de junio de 2014

LAS VACACIONES SON PARA EL VERANO

La insuficiencia respiratoria momentánea, que a punto estuvo de costarle la vida a la presidenta de la comunidad después de que la encerraran en el ascensor -según la Padilla “por nuestra propia seguridad”- ha empezado a tener sus consecuencias y no precisamente buenas. El lunes, en una reunión improvisada en el portal, nos anunció a todos que en los meses de verano haremos turnos de vacaciones. Vamos, que queda prohibido que nos vayamos todos al mismo tiempo. 

- El verano es un caldo de cultivo para los ladrones y no podemos dejar el edificio solo. Así que organícense- nos dijo con desprecio, mientras su hija Neus grababa su breve comparecencia con el móvil.

Como no podía ser de otra manera, la Padilla fue la primera en saltar y dijo que eso no era legal y que se dejara de tonterías y pusiera una alarma o algún vigilante. “Voto en contra”, gritó. Y todos hicimos eco con sus palabras.



- ¡Un momento!- dijo Dolors, indicándole con gestos a su hija que hiciera un zoom en la cámara para que le grabara un primer plano- Esto no es una votación: es una orden. 

- Lo que faltaba. Usted, señora, no puede obligarnos a una chorrada de ese tipo- le corrigió Bernardo.

- Vaya con el taxista indocumentado -exclamó Dolors- claro que puedo. Está recogido en la norma 357 / 94 de la ley de órdenes especiales- le aclaró la presidenta que añadió que, según esa norma, después de tres días si el inquilino no está en su vivienda, la presidenta puede cancelar el alquiler.

Con esta explicación dio por terminada la reunión, le dijo a su hija que dejara ya de grabar y cogió el ascensor de vuelta a su casa. 

Carmela, que sigue de visita en el edificio hasta que consiga que la readmitan como señora de la escalera, se quedó preocupada y nos dijo que lo mejor sería cumplir esa orden. “Esta mujer es capaz de echarles a todos a la calle como me hizo a mi". 

Todos miramos a Úrsula esperando que saltara de un momento a otro pero nos miró seriamente y dijo que ella y su hermana Brígida se irían de vacaciones las dos primeras semanas de agosto. “Estaremos fuera de la isla”, sentenció. 

- Eh, eh, eh… párate ahí que yo también me voy en esa fecha- dijo la Padilla dándole un codazo a su hijo Tito que suscribió las palabras de su madre moviendo la cabeza como el Elvis que lleva Bernardo en el salpicadero de su taxi. 

- Pues yo también pararé en esos días, así que ya me dirán ustedes qué hacemos- planteó Bernardo.

Como suele ser habitual en estos casos, el tono subió y la discusión terminó en un cara a cara entre Úrsula y la Padilla que no entraban en razones y sí ya en cuestiones personales. 

- Pero, a ver ¿a dónde vas a ir tú en pleno agosto con ese cuerpo, que entras en la playa y llaman a Seprona?- preguntó Úrsula.

Temiendo que la discusión derivase en algo aun más desagradable, me metí en medio y grité que yo no tenía intención de coger vacaciones en agosto, "así que yo me quedaré de guardia en el edificio", me escuché decir.

Todos me miraron y se hizo el silencio. Úrsula, Brígida, la Padilla, su hijo y Bernardo aceptaron la propuesta y regresaron a sus pisos como si nada hubiera pasado. Carmela se quedó conmigo y me dijo que había tenido un buen gesto y que contara con ella porque a Pepe, su marido, no le dan vacaciones este año. 

- Son dos en la comisaría: él y su reflejo en el espejo del baño, así que yo, cuando termine de darle el desayuno a la madre de Chen Yu y la deje enganchada al programa de Frank de la Jungla, me vengo por aquí y te relevo unas horitas- se ofreció. 

El miércoles que era el día en que se cumplía el plazo para comunicarle los turnos de vacaciones a Dolors, bajé a su piso y le entregué el listado. La mujer le echó un vistazo con cara de "qué-amaestrados-los-tengo", se marchó unos segundos y regresó con una caja.

- Aquí tienes el set de vigilancia: el uniforme, una porra y un spray para ahuyentar a los ladrones. Cuando termine tu turno se lo pasas al siguiente. Espero que no tenga que recordarte que la seguridad del edificio queda en tus manos a partir de agosto- me dijo la presidenta mientras me empujaba fuera de su casa y cerraba la puerta.

En ese momento, me vino a la cabeza Bartomeu, su marido que sigue ingresado en el hospital después del accidente que le abrió la cabeza. Brígida sigue adelante con su enamoramiento y todas las tardes va a visitarle, justo en el momento en que su mujer Dolors se dedica a revisar con su hija los contadores del agua y de la luz. Una manía como otra cualquiera. 

Todos pensamos que muy pronto se va a descubrir este lío amoroso y más desde que Carmela se enteró de la historia. Espero que cuando se monte el lío, yo ya esté en mi turno de vacaciones de verano. 

domingo, 22 de junio de 2014

LOS DEL 821

Que nos quedáramos sin poder ver el Mundial de fútbol por el conflicto con la antena de televisión no ha sido lo peor de la semana. Tampoco, el tropezón de la selección española ante la otra Roja (Chile). Ni siquiera, que hayan vuelto a clausurar el ascensor porque Dolors, la presidenta de la comunidad -que se ha hecho cargo de la limpieza del aparato de aquella manera- lo embadurnó de lejía y la Padilla casi se muere de un colapso respiratorio mientras subía a su piso. No, nada de eso es comparable con la que se montó el martes, cuando Úrsula se dio cuenta de que por culpa de la maldita antena no iba a poder ver la proclamación de Felipe como Rey. Ese día pegó tal alarido que el cristal de la nueva lámpara deciochesca que la presidenta ha colocado en el portal se hizo añicos y, al caer, le hizo un boquete en la cabeza a Bartomeu, su marido cuando regresaba de la farmacia de comprar tiritas. 

Carmela, que en ese momento entraba en el edificio -viene más que cuando limpiaba las escaleras- se encontró con aquel panorama y, al tiempo que pedía ayuda, alertando de que llamáramos al 821, abrió el paquete de tiritas y empezó a hacer un mapamundi sobre la cabeza del herido.

- ¿Al 821?- preguntó Úrsula que fue la primera en llegar al lugar del accidente, acompañada de su hermanísima Brígida. 

- Sí, al número de emergencias. De verdad, ¡qué desconocimiento tiene la gente de lo esencial! Venga, señoras, dense prisa que se está desangrando y miren cómo me está poniendo el vestido que me regaló mi suegra por la boda- gritó Carmela de malos modos, mientras sostenía la cabeza del pobre hombre.

- El 821 no es el teléfono de urgencias- dijo Bartomeu con un hilito de voz y con un mal aspecto que parecía el espíritu de la Roja con los chorros de sangre cayéndole cabeza abajo que, si en ese momento aparece Don Limpio, graba allí mismo otro anuncio de sus inigualables propiedades desinfectantes.

- Claro que ese no es el número de urgencias. Es el 112- aclaró Brígida.

- Y yo qué sé- respondió Carmela- tengo tantos números secretos, pin, claves y contraseñas que lo mezclo todo. Pero, déjense de tonterías y marquen ya el que sea, que se nos muere el presidente.

Al escuchar estas palabras, Brígida empezó a llorar como una descosida. Se había enamorado perdidamente de Bartomeu. Hacía tan solo dos días que él también le había confesado que la amaba y le había prometido que pronto hablaría con su mujer Dolors para darle la mala noticia. Ahora, allí en el suelo, aquel hombre -el primero a sus 53 años- estaba a punto de morir y de dejarla viuda. Se imaginó de luto el resto de su vida. 

Con tanta confusión de números, nadie acertó a llamar a la ambulancia y al reclamo de los gritos que provenían del portal, Dolors bajó corriendo para exigir silencio en el edificio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquello rojo que estaba en el suelo era su marido y se disparató. No pude evitar que me viniera a la mente la imagen de aquella bailarina de la cajita de música color frambuesa que me regaló mi abuela un día de Navidad y que no hacía más que dar vueltas sobre sí misma al ritmo del 'Para Elisa' de Beethoven. 

- Mi marido, mi marido, mi marido...- repitió enloquecida, hasta que Úrsula le ordenó a Brígida que le diera una torta para que se tranquilizara. 

Brígida no lo dudó y le arreó tal fuerte tortazo que la mujer cayó al suelo desplomada. La Padilla y su hijo, que también habían bajado a ver qué pasaba, arrastraron a la mujer y la metieron en el ascensor para que no molestara. Con la adrenalina propia de la situación, la Padilla tomó el mando y le pidió a su hijo que trajera algo para frenar la hemorragia. Tito subió las escaleras como un tiro y bajó con un trapo que entre todos ayudamos a enrollar alrededor de la cabeza de Bartomeu que, todavía, seguía con vida.

En ese momento, escuchamos una sirena y Carmela se disparató aun más. Se olvidó de que era ella quien sujetaba la cabeza de Bartomeu y lo dejó caer como si fuera un cojín aunque, obviamente, hizo más ruido al llegar al suelo. Mientras corría a abrir la puerta del edificio exclamó: ¡Seguro que son los del 821!

No eran los de la ambulancia. Eran dos agentes de la policía, con gorra y todo, que habían sido alertados por Julito, el vendedor de la Primitiva. Los dos hombres nos pidieron que les dejáramos un hueco y, cuando vieron a Bartomeu tirado en el suelo sobre un charco de sangre y con la cabeza envuelta en aquel trapo, nos ordenaron que no nos moviéramos de allí y que nos pusiéramos todos contra la pared.

- Pero ¿por qué? No es lo que piensan. No es un asesinato. Ha sido un accidente. Le ha caído una lámpara encima- trató de explicarles Carmela.

- Señora, apártese. Eso es lo de menos. ¿No ve lo que lleva el señor amarrado a la cabeza?- preguntó uno de los tipos.

- Pues claro que lo vemos, un trapo para frenar la hemorragia- le aclaró Tito.

- Sí, un trapito, un trapito- dijo el otro agente, con un tonito despectivo. Es una bandera republicana y eso está prohibido esta semana. Tenemos que requisarla. 

Los dos agentes le quitaron la bandera de la cabeza a Bartomeu y se la llevaron sin decirnos nada más. 

A los cinco minutos, por fin llegó la ambulancia medicalizada y lo trasladaron al hospital. Lo que no imaginábamos es que tuviéramos que llamarlos de nuevo para que regresaran de urgencia al edificio porque, cuando ya volvía cada uno a su vivienda, la Padilla se dio cuenta de que Dolors, a la que ella y su hijo habían encerrado en el ascensor durante la escena trágica, estaba a punto de morir asfixiada por la lejía que ella misma echaba cada mañana. 

Así que, de momento, ni Mundial, ni la Roja, ni proclamación real. Aquí, ya montamos nosotros nuestros propios espectáculos. ¡Qué vergüenza! 

domingo, 15 de junio de 2014

QUÉ 'CABLEO' MÁS GRANDE




El fútbol ha vuelto a crear enfrentamiento en el edificio. Pero no porque unos vayamos con España y otros no, sino porque Dolors, la presidenta de la comunidad, se ha negado a que durante el Mundial de Brasil veamos la tele porque dice que gastamos -lo que considera “demasiada electricidad”. Por ello decidió -por unanimidad unilateral- desconectar el cable de la antena colectiva, con lo que se montó un pitoste increíble, solo comparable a la escena del camarote de los hermanos Marx, en versión japonesa.

Nada más enterarse de la flamante idea, y eso fue el martes por la tarde, la Padilla que es la más futbolera del edificio se presentó en el piso de la presidenta y le amenazó con cortarle las manos si se atrevía a tocar la antena. 

- Ya está bien de tanta tontería. Si quiere ahorrar, dígale a su hija que deje de usar el secador todas las mañanas para peinarse el pelucón ese a lo Jackson Five que tiene. Eso sí que gasta, señora, y para lo que le sirve... Menuda cosa más estofada tiene la criatura- le espetó la Padilla, metiéndose ya en un aspecto más personal.

- Pero ¿cómo se atreve usted a hablar así de mi Neus? ¡Desgraciada! Cortaré ese cable aunque sea con los dientes. ¡Bartomeu! Ven aquí inmediatamente. Esta señora me están amenazando- gritó Dolors a su marido, que le ha confesado a Bernardo, el taxista, que ya no soporta más a su mujer. Lo que no le ha dicho todavía es que se ha enamorado de Brígida. 

Aquella misma tarde se armó el lío porque la mayoría de los vecinos nos pusimos de parte de la Padilla y en contra de que nos arrebatasen la tele de esa forma tan dictatorial. Las hermanísimas fueron las únicas que se mostraron a favor de la idea ya que, sobre todo Úrsula, odia el fútbol; así que, sin que sirviera de precedente, tomaron la decisión de apoyar a la catalana. "Chaqueteras", les dijo Carmela cuando se las encontró en el ascensor. 

El jueves una hora antes de la inauguración del Mundial, dos señores con pinta de matones subieron a la azotea para realizar la operación “corte”. Lo que no se esperaban es que en la puerta estuviera haciendo guardia el hijo de la Padilla que, al puro estilo gorila de discoteca, les frenó el paso: "No me gustan los tenis que llevan", les dijo pero ni caso. Cuando vio que la cosa ya se empezaba a poner fea, dio la voz de alarma: “Gol, gol, gol, gol” y todos subimos como los 300 espartanos para impedir el atentado. 

Los dos tipos dijeron que ellos solo cumplían órdenes de la presidenta y que tenían que cortar el cable de la antena. Carmela, que desde que se casó, se ha vuelto más combativa se interpuso entre los señores y la antena y dijo que pasarían por encima de su cadáver. 

- Señora, no sea tonta y quítese de ahí- le dijo el mayor de ellos mientras le daba un codazo en la boca del estómago. 

Carmela cayó al suelo enroscada como una oruga y empezó a gritar desaforadamente. Entonces, la Padilla se abalanzó sobre uno de los hombres y lo neutralizó, mientras el otro logró escapar y correr hacia la maldita antena. Bernardo hizo el salto del tigre, aunque más parecía el de la gacela, y logró alcanzarlo justo a tiempo, evitando que cortara el cable. Úrsula, que estaba en el bando de Dolors, corrió, tijera en mano, temiendo que al final nos saliésemos con la nuestra y, justo cuando estaba a punto de alcanzar el cable, la Padilla la paró en seco.

- ¿A dónde vas Llongueras? - le dijo sacando de tal forma los pechos que ni Afrodita en el capítulo 245 de Mazinger Z.  

La última en llegar fue la propia Dolors que no daba crédito a lo que estaba pasando allí. Los dos hombres a los que había contratado para cercenar el cable estaban debajo de Bernardo, la Padilla, Úrsula y Carmela y la antena permanecía en lo alto, intacta y firme.

Heridos por fuera y en lo más interno de su orgullo, los dos 'cablones', como terminó bautizándolos Carmela, se marcharon diciéndole a Dolors que ya le pasarían la factura que, por supuesto, incluiría un extra por el maltrato recibido. 


Pero lo peor ocurrió el viernes. Después de la derrota  de España contra Holanda, fue la mismísima Padilla quien, aprovechando la oscuridad de la noche, subió a la azotea y arrancó de cuajo la antena. 

Desde entonces, Juan Antonio, el del bar de la esquina, está haciendo caja con el edificio.



domingo, 8 de junio de 2014

THE HONEY MOON


Al final hubo boda, vestido y hasta luna de miel. Precisamente eso -el viaje de novios- es lo que me ha tenido apartada en esta última semana. Pero vamos por pasos. Tal y como estaba previsto, Carmela y Pepe se casaron el día de Canarias, el pasado 30 de mayo. Fue una boda extraña porque el cura era el hermano de Fermina, la madre de Pepe -a la sazón el novio- como diría Jaime Peñafiel en su dialecto real.  Eso no le gustó demasiado a Carmela que esperaba que la casara don Tomás, el de su parroquia de toda la vida. Pero ‘la mamma’, que es como llaman en el edificio a Fermina, lo quiso controlar todo y lo consiguió con la ayuda inestimable de las Bitels que se han convertido en sus 'correveidilesyhazloqueyodigasinonosoytuamiga'.

Después de tanto lío con el traje de novia, ellas son las que terminaron confeccionando el extraño vestido, elaborado con la gasa del visillo de las ventanas de mi salón. El tejido era tan transparente que el cura no apartó la mirada de Pepe durante la ceremonia, intentando evitar cualquier mal pensamiento. Aunque parezca increíble, todo salió perfecto, salvo por un pequeño incidente sin importancia. O sí. Ya no sé. Carmela invitó a su boda a Chen Yu y a su madre, la centenaria Lili Wei, que si recuerdan se había puesto el auténtico traje de boda que después no se pudo quitar. La señora que ya no rige demasiado bien, quiso estar al lado de los novios durante la ceremonia y, como no entraba en razón a pesar de los gritos -en chino- de su hijo en la casa del Señor, Carmela decidió que la mujer se quedara a su lado durante el casamiento. 

- Déjala Chen, a esas edades ya son como niños y recuerda lo que decía Jesús: "Dejad que los niños se acerquen a mi". Pues eso- le dijo ella pero estoy segura de que él no entendió nada de nada. Lo sé porque los ojos se le hicieron todavía más pequeñitos.

Lo que no esperaba nadie es que en el momento de darse el beso, fuera ella -la anciana china- quien morreara a Pepe que, después, se pasó todo el banquete limpiándose la boca como si temiera que, de un momento a otro, el cura fuera a decirle que ese beso sellaba su matrimonio con Lili Wei. Por si las moscas, cada vez que el cura hacía amago de acercarse a su mesa, Pepe se iba al baño. 

Como ven, todo normal o por lo menos lo que se podía esperar. A la boda también asistieron algunos  vecinos del edificio. Úrsula y Brígida no pararon de criticar cada uno de los modelitos que se les cruzaba por delante, hasta que la Padilla, vestida de verde pistacho con una especie de nata montada a modo de tocado, les dijo que como se les ocurriera decir una palabra de su traje se hacía amiga de Dolors -la propietaria y presidenta de la comunidad que por supuesto no fue a la boda. 

- Yo no tengo tiempo para perder. Tengo que levantar este edificio que está peor los hermanos Leman después del colapso financiero- le dijo a Fermina cuando bajó a entregarle la invitación de la boda de su hijo.

Dos días más tarde, Bernardo, el taxista, dedujo que se refería a Lehman Brothers. Lo curioso es que Bartomeu, el marido de Dolors, se acercó a la iglesia a felicitar a los novios. Úrsula piensa que al marido de la presidenta le gusta Brígida y avisa que en breve -como don Juan Carlos y doña Sofía- anunciarán su separación. 

La boda salió bien. Cenamos estupendamente y Pepe y Carmela bailaron una isa en lugar del vals, ya que la ceremonia coincidió con el día de Canarias y "no hay que perder la tradición", dijo la novia que llevaba algo azul, algo blanco y algo amarillo en honor a la bandera. 

Hasta aquí, todo bien. Pero, al día siguiente, temprano, Carmela me llamó al móvil para decirme que hiciera las maletas, que nos íbamos a Nueva York.

- ¿Nos? - le pregunté.

- Sí, tienes que venir con nosotros, por favor, porque Fermina, mi suegra, nos ha regalado el viaje de novios pero dice que solo a condición de que ella también venga con nosotros y claro, no me puedo creer que nos vaya a estropear nuestra luna de miel. Así que te pido que te encargues de entretenerla a ella. Carmela me lo dijo tan agobiada que no tuve más opción que decirle que sí.

Y ahí he estado los últimos diez días: en Nueva York. Acompañando a la madre de Pepe para que no le estropeara sus primeros días de casados. 

No sé cómo explicar esta experiencia de 'luna de miel' compartida. Fermina y yo subimos al Empire State después de saltarnos una cola de al menos 60 personas y, cuando el vigilante nos iba a detener, Fermina puso cara de cordero enfermo y le explicó en su inglés caducado y arrugado que apenas le quedaban dos días de vida y que su mayor sueño siempre había sido poder estar donde Ann Darrow cuando King Kong la cogió entre sus garras. Al día siguiente, me llevó de compras a la 5ª Avenida pero yo le dije que aquellos precios eran prohibitivos para mi bolsillo.

- Niña, tú haz como si fueras la sobrina de Donald Trump y cuando vayas a pagar di que tu tío pasará mañana con la tarjeta- me dijo con tanta naturalidad que a punto estuve de hacerlo hasta que, a última hora, le dije que prefería ir a China Town. 


En fin, que ayer regresamos los cuatro del viaje de novios. Carmela y Pepe se lo pasaron divinamente. Fermina, también y hasta el último minuto estuvo dando la nota. Al dejar el hotel, le confesó a Tom, nuestro conserje que se había enamorado de él y que volvería pronto a buscarlo. El pobre hombre sonrió amablemente, metió las maletas en el taxi y le dijo al conductor: “Rápido, al JFK” y eso que íbamos con cuatro horas de tiempo antes de la salida del vuelo. Cuando el taxi arrancó y cuando el skyline de Nueva York nos decía adiós, le agradecí -a pesar de los días de apuro que me hizo pasar- la oportunidad que me había dado de poder regresar a la ciudad de mis sueños. 

Nada más entrar en el edificio, respiré la dura realidad de esta comunidad de vecinos.