Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 31 de agosto de 2014

POCAS LUCES

Que la presidenta de la comunidad nos obligue a hacer turnos para que no coincidamos todos de vacaciones en agosto, pasa. Que cada día nos sorprenda con un nuevo capricho en forma de orden que hay que cumplir, también pasa. Lo que no parece tan normal es que el martes nos encerrara en el edificio y no nos dejara salir hasta que apareciera la lámpara de araña del ascensor. 



- Alguien la ha robado y hasta que no confiese, nadie va a salir de este edificio- nos amenazó a todos, que nos habíamos reunido por fuera del cuarto de contadores, mientras ella balanceaba entre los dedos las llaves de la puerta del portal y de la azotea.

- ¡Dios mío! Estamos secuestrados- gritó Brígida, abrazándose a Úrsula con tanta fuerza como aquel pulpo que no pudo llevarse mi madre -hace ya unos cuantos años- porque se quedó agarrado al brazo de la pescadera cuando trataba de guardarlo en la bolsa. “Llévese el pulpo y el brazo de mi mujer”, bromeó el marido de la pescadera que se pasó tres días sin poder separarse del molusco cefalópodo. 

Efectivamente, se trataba de un secuestro en toda regla. Había cerrado cualquier salida y no podíamos salir al exterior. El italiano fue el primero en enfrentarse a Dolors. Le dijo que él no había sido y que, por favor, le dejara salir porque sufría claustrofobia en primer grado.

- Tonterías. Búsquese otra excusa, Donatello- le dijo con desprecio y sin prestar la más mínima atención a la respiración agitada que el hombre empezaba a tener mientras trataba de aclararle que se llamaba Salvatore.

A las once de la mañana, la situación empezó a complicarse. Bernardo aporreó la puerta de la casa de Dolors, gritando que tenía que salir a trabajar y que no podía permitirse tener el taxi parado todo el día. Desde el otro lado, la mujer le contestó: “Cuando aparezca la lámpara, podrán salir a donde quieran”. 

Brígida no paraba de llorar agarrada a Úrsula que tras dos horas y media con su hermana pegada, sudaba más que el cámara de Master Chef después de grabar un sofrito asturiano. A la Padilla lo que más le molestaba era no poder subir a la azotea a tender las sábanas y por eso -sin que la Dolors se enterase- nos reunió a todos en su piso para idear un plan de escapatoria y terminar con aquel estúpido secuestro.

- Yo puedo sedarla con la lejía. Le toco a la puerta, le preguntó si quiere que vuelva a limpiar las escaleras y cuando se despiste, ¡zas!, le restriego el bote en toda la nariz- propuso Carmela.

- Vaya tontería más absurda- le respondió Úrsula que por fin apartó a su hermana de un manotazo.

Mientras cada uno exponía su idea para reducir a la secuestradora, el italiano no dejaba de coger y soltar aire como una locomotora. La claustrofobia generada por el encierro le había causado un ataque de ansiedad.

- Tome, suelte el aire aquí dentro y luego vuelva a respirar profundamente. Verá que se encuentra mejor- le dijo la Padilla, dejándole el jarrón de cristal de murano al que llevaba más de cuatro años sin pasarle un trapito. Al aspirar, el italiano se tragó más de dos centímetros y medio de polvo. 

Bernardo tuvo que hacerle la respiración boca a boca pero como es alérgico al polvo, cayó desmayado. En medio del salón, los dos hombres quedaron tirados en el suelo: habían perdido el conocimiento por unos minutos. 

Ante la situación cada vez más crítica, Úrsula decidió llamar a la policía y le puso al tanto de lo que estaba ocurriendo en el edificio. Carmela también llamó a su marido Pepe, el policía, aunque nos explicó que ahora está destinado al servicio de grúa. Él le contestó que mantuviéramos la calma que vendría a salvarnos.

En menos de diez minutos, un helicóptero de la Policía aterrizó en la azotea y dos hombres al más puro estilo SWAT se lanzaron por el patio. 

- ¿Dónde está la secuestradora?- preguntó el más jóven.

- Es esa ventana- le señalé.

Alertada por el ruido del helicóptero, Dolors se asomó, vio a los dos hombres descolgándose por una cuerda desde el helicóptero y cerró la ventana justo en el momento en que uno de los policías se impulsaba para entrar, con lo que éste rebotó y chocó contra su compañero. El sonido fue desagradable.

A todas estas, Pepe ya había venido con la grúa. Como no había sitio para aparcar (en esta calle nunca hay) la dejó en doble fila y nos hizo señas desde la calle.




- Voy a entrar por el garaje y subiré por la polea del ascensor pero para eso necesito que el aparato esté en el ático- descifró Carmela solo leyéndole los labios a su marido. 

Brígida subió corriendo al ático y llamó el ascensor. Mientras, Pepe ya había entrado y se había encaramado a los cables del aparato por los que empezó a subir hasta llegar al piso de Dolors. Allí, la Padilla, Carmela y yo le esperábamos para abrirle la puerta del ascensor pero, en ese momento, unos gritos desviaron nuestra atención y regresamos a la ventana del patio. 

Por fin, los policías habían entrado por la cocina y habían logrado reducir a Dolors. Bernardo, que ya se había recuperado del ataque de alergia, bajó corriendo, entró en la casa de la presidenta, le arrancó las llaves, abrió el portal, se subió al taxi y se fue a trabajar. 

El siguiente en salir fue el italiano que, aun conmocionado, buscaba aire puro. Detrás de él, aparecieron los dos policías con la Dolors en medio, tratando de soltarse: "Soy la presidenta de la comunidad. No pueden detenerme. Yo solo quiero que me devuelvan mi lámpara”, gritó al tiempo que un señor con un paquete entraba al edificio.

- Aquí la tiene señora. Ya está limpita, como nos pidió. Siento haber tardado un día más pero ya verá que valió la pena- dijo el hombre dejando el paquete delante del ascensor.

Dolors se había olvidado de que fue ella misma la que pidió que quitaran la lámpara para limpiarla, con lo que no había tal ladrón entre nosotros. A la mujer se le quedó la cara como a mi amiga Lola, el día que llamó a la policía para denunciar el robo de su móvil, desde su propio móvil. 

Cuando la paz regresó al edificio, desde las entrañas del ascensor, escuchamos un lejano “¡Sáquenme de aquí!”

- Mi Pepe, ese es mi Pepe- dijo Carmela. 

Con el lío, nos habíamos olvidado de él. Y para más inri, la grúa se la llevó otra grúa. Si es que...

domingo, 24 de agosto de 2014

¡A MOJARSE!

Bernardo ya ha regresado de sus vacaciones en Calabria pero Salvatore, el italiano con el que había intercambiado su piso, no quiere marcharse. Dice que como aquí no se vive en ningún otro sitio y le ha pedido -de rodillas y todo- que “per favore” le deje quedarse un tiempo más con él. A cambio, se ha ofrecido a buscarle clientes para su taxi. Bernardo no ha podido decirle que no a ninguna de las dos cosas y, desde el martes, el taxista no da abasto para recoger señoras del supermercado, a las que Salvatore engatusa con su acento italiano, cada vez que va a comprar la marca blanca de limoncello.

Quien sigue sin volver a casa es Bartomeu, el marido de Dolors, la presidenta de la comunidad. Ella sigue disparatada y no para de imponer normas absurdas para controlar a los vecinos. Después de quitar los buzones y colocar a Neruda, se le ha ocurrido decirle a Carmela -que de nuevo es la encargada de limpiar la escalera- que lo haga con agua helada porque así refresca más. El problema es que, con el calor del verano, el agua que sale de la llave del cuartito de contadores está más caliente que el motor del coche de la autoescuela el día que Úrsula lo dejó después de su primera práctica; así que, ahora, todos en el edificio tenemos que entregarle a Carmela una bolsita de hielo cada vez que viene a limpiar. 

Lo que nadie se podía esperar fue lo que ocurrió el jueves en el descansillo del tercero, donde viven las hermanísimas. Mientras Carmela se afanaba con la fregona para quitar dos centímetros y medio de polvo de la escalera, Úrsula abrió la puerta de su piso y, a pesar de los gritos de Brígida que le pedía que no lo hiciera, cogió el cubo de agua y se lo echó encima.





- Pero, ¿tú estás loca?- le gritó anonadada Carmela que acababa de arrancar una pelusa a lo Bob Marley de uno de los zócalos- ¿Por qué has hecho eso?

Mientras el agua y los trocitos de hielo le resbalaban cabeza abajo y le recorrían el cuello y el torso hasta llegar a los pliegues de su abdomen, donde por fin el agua se detuvo, la mujer empezó a decir:

- Y ahora nomino a Dolors, a la Padilla y al Neruda.

-Dios mío, ha perdido la cabeza- dijo Carmela, que no entendía qué le había pasado a la mujer para hacer aquella locura.

- Es que está obsesionada con el reto ese del cubo de agua helada que todo el mundo se está echando por encima. Yo he tratado de explicarle que tiene un significado solidario pero ella no atiende a razones. Dice que no va a ser menos que el Casillas, el Bill Gates o que nuestra prima Angelita que colgó ayer en el chat de la familia un vídeo echándose el maldito cubo ese. 

La Padilla, que siempre tiene la oreja pegada a la puerta, salió al escuchar su nombre y gritó que aceptaba el reto.

- Vayan a buscar más hielo- dijo a los que nos habíamos acercado al tercero al escuchar el jaleo. Aceptaba el reto de Úrsula. 

En ese momento, Bernardo, que llegaba de trabajar después de más de siete horas ininterrumpidas recogiendo señoras del supermercado, intervino para poner calma.

- A ver, por favor, un poco de cordura. ¿Es que no se dan cuenta de que esto es un rollo que se ha salido de madre? ¿O es que, además de mojarse como patos, también van a aportar dinero? ¿Eh? 

- Eso. Dinerito para pagar el gasto de agua y de lejía- dijo Dolors, al tiempo que aprovechó para repetir su frase favorita- ¡Imbéciles todos!

Al decir la palabra lejía volvimos a mirar a Úrsula que seguía destilando agua por todos lados y que, además, había empezado a toser y a restregarse los ojos con tanta fuerza que me recordó a Vicentito, un compañero de Segundo de EGB cuando borraba las sumas que le habían salido mal. En medio del barullo, el italiano fue quien se dio cuenta del problema y, sin pensárselo dos veces, sacó su móvil y marcó el 112.

- ¡Andiamo, veloce, abbiamo un'emergenza!

Después del jaleo, y con Úrsula ya en casa con dos parches en los ojos, Dolors le dijo a Carmela que volviera a fregar como antes, con agua a temperatura normal. “Es más, si está caliente, mucho mejor. Así nadie tendrá la tentación de echársela por encima. Imbéciles todos”.


Impresionada por lo ocurrido y con la incertidumbre de no saber si su hermana se recuperará, Brígida ha colgado un cartelito en el ascensor que dice: “Si quieres contribuir en la lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) puedes hacerlo en el siguiente número de cuenta: ES09 - 2038 - 1923 - 156200003135. Asunto: cubo hELAdo". 

domingo, 17 de agosto de 2014

DE MILAGRO 

Si la Padilla llega a saber que su hijo se iba a enfadar tanto como para marcharse de casa por haberle cogido la hucha de la que sacó monedas suficientes con las que pagar a Neruda y enterarse de que el misterio de su prima era una tontería de patio de vecinas, se lo hubiera pensado dos veces. Ahora el cerdito está escuálido, con la oreja izquierda rota y sin un céntimo en el estómago y, encima, su Tito, se ha largado sin decirle a dónde, ni un triste adiós. 

Aunque intenta hacerse la fuerte, Carmela que es quien mejor la conoce -después de más de tres años discutiendo sobre la calidad de la lejía- asegura que se pasa el día llorando y por eso se le ocurrió que para animarla le vendría bien ir a Candelaria. 

En realidad, la idea de la peregrinación fue de Úrsula que confesó que tenía una promesa desde hace veinte años y, por fin, quería cumplirla. Brígida le advirtió de que es un camino duro y largo y que ella ya no está para esos trotes pero la mujer hizo oídos sordos y el lunes subió a Decathlon y se compró un bastón de senderismo, unos tenis y una mochila que ya le gustaría a Jesús Calleja para la próxima temporada de 'Desafío Extremo'. 





El jueves, las tres peregrinas quedaron en el portal del edificio para subir a Llano del Moro y comenzar desde allí la ruta hacia Candelaria. Brígida, angustiada, pensando que sería la última vez que vería a su hermana, bajó para intentar detenerla pero Úrsula, con un chandal a lo Rose Nyland en el capítulo trescientos y pico de Las Chicas de Oro, le dijo que no se preocupara que estaba en forma. "Sí, en forma de si-me-caigo-ruedo", pensé al escucharla.

La siguiente en aparecer fue la Padilla. Llegó con su batilongo de flores -hortensias, gardenias y girasoles en 3D- y con las botas de trekking de su hijo, con lo que más parecía la madre del gato con botas en la fiesta de bienvenida a la primavera que una peregrina. Carmela, como siempre, llegó la última y, también como siempre, con sorpresa incorporada.

- Lo siento. No puedo dejarla sola- dijo mientras cruzaba la puerta del portal y la cabecita de Lili Wei asomaba tras ella con una sonrisa enorme.

- ¿No pretenderás que venga con nosotras?- le apuntó Úrsula, señalando a la anciana china con el bastón de caminata. 

Después de una breve pero intensa discusión, Neruda -nuestro nuevo buzón de voz- le dejó su gorra a Lili Wei. Definitivamente, al final, ella también iba. Con aires de ganadora, Carmela dijo que había cosas peores que aguantar a una anciana de cien años china durante una peregrinación. Úrsula y la Padilla se miraron pero no dijeron nada. Cuando las peregrinas estaban a punto de salir, Brígida pegó un grito por las escaleras y le pidió a su hermana que esperase un segundo.

- Tengo algo para ti- le dijo mientras rebuscaba en el bolsillo.

- Querida, tengo de todo: almendras para el hambre, agua para la sed, azúcar por si me da un bajón, alcohol para las heridas, ciruelas pasas para el estreñimiento, repelente de mosquitos...- le contestó Úrsula, señalando a la mochila, que si la coge MacGyver crea el Iphone20.

- Pero, por favor, ¿tú a dónde te crees que vamos?- preguntó Carmela mientras colocaba en rampa de salida el andador a Lili Wei. 

Brígida no dejó contestar a su hermana. Le cogió la mano y le entregó un walkie-talkie para que pudieran estar conectadas durante toda la peregrinación. Al mediodía, por fin, las cuatro mujeres salieron hacia Candelaria.

El primer contacto se produjo a las nueve de la noche. 

- Brrr-brrr-brrr Hola, Brígidda ¿Me o-brr-yes? Cambio.

- Sí, te oigo. Menos mal. Estaba preocupada. ¿Dónde están? ¿Va todo bien? ¿Han comido? ¿Te queda agua? ¿Alguna está herida? ¿Cómo llevas la respiración?

- Por dios, brrr-brrr, que no estamos en el Kilimanjaro. Todo va bien. Ahora vamos a descansar pero no mucho porque si no perderemos de vista a Lili Wei. Brrr-Brrr Volveremos a contactar ya de madrugada. Cambio y corto.

A las cuatro de la mañana del viernes, alguien tocó en el portal con tanta desesperación que todos bajamos corriendo, temiendo lo peor. El italiano fue el primero en llegar pero no se atrevió a abrir la puerta cuando vio aparecer a Dolors en pijama. Reconozco que la mujer así y con el pelo rebujado por la almohada da más miedo que en su estado natural.

- ¿Pero qué es esto?- gritó la presidenta de la comunidad al ver a la Padilla, a Carmela y a Úrsula extenuadas.

- No podemos más- dijo Carmela- Hemos cogido un taxi para volver a casa. Nunca pensé que Candelaria estuviera tan lejos.

- ¿Y Lili Wei?- pregunté al no verla.

- Supongo que a esta hora debe estar por El Rosario- contestó la Padilla, tirándose al suelo para quitarse las malditas botas de su hijo. 

Más tarde, con un chocolate caliente que les preparó Brígida, las tres mujeres contaron que Lili Wei se había negado a regresar con ellas y que solo pudieron desearle buena suerte y dejarle el walkie por si necesitaba ayuda. 

A la mañana siguiente, sobre las doce menos cuarto, el walkie-talkie de Brígida empezó a sonar.

- Brrr-brrr-brrr... Monenita, monenita


Por el amor de dios, esa es Lili Wei, gritó Carmela, arrancándole de las manos el aparato a Brígida que se había quedado mirándolo como si fuera un pajarito herido. 

- Lili, ¿cómo está? ¿Necesita un médico? No se mueva que vamos para allá a recogerla. No se mueva- le gritó Carmela.

En ese momento, Úrsula que estaba viendo la televisión canaria, nos hizo una señal a todos porque, de la impresión, se había quedado sin voz. Fue entonces cuando vimos a Lili Wei entrando en la basílica como si nada. Le dejó el walkie y el andador a un monaguillo que estaba en la entrada de la iglesia y se fue a ver a la Morenita. 


Carmela ha decidido que el lunes empieza de nuevo a limpiar las escaleras. "Ella ya no me necesita", dijo. 

domingo, 10 de agosto de 2014

NERUDA ERA EL CARTERO

“Si crees que algo va mal, piensa que puede ir peor”. Esa frase que me dijo la dueña de la zapatería de la rambla el día que tuvo que cerrar la tienda por falta de clientes se encendió en mi mente como un cartel de motel de carretera con luces de neón y me dejó sentada en la cama en medio de la madrugada. No era para menos. Esa misma mañana, un golpeteo incesante y desconocido nos alarmó a todos que, en pijama o sucedáneo, bajamos al portal de donde provenía el maldito ruido.

- ¿Pero qué hace? Ese es mi buzón- gritó la Padilla al ver cómo un señor que podía ser el hermano de Mr. Bean lo arrancaba de cuajo de la pared después de varios golpes con el martillo.

En ese momento, fue cuando me di cuenta de que el mío yacía en el suelo con mi nombre escrito en Times New Roman, junto al de Úrsula, en una exagerada Helvética 32. Me acerqué a recogerlo como si fuera un cachorrillo herido pero una voz gruesa entró por mi oído izquierdo, me atravesó el tímpano, pasó a la tráquea, saltó al pulmón derecho y, como un dardo, se me clavó en el corazón.

- ¡Deja eso donde está! 

Al volverme vi a Dolors, la presidenta con una mirada amenazante sobre mis ojos. Úrsula se encaró con ella y le pidió explicaciones. La única respuesta que obtuvo fue que había tomado la decisión -obviamente unilateral- de quitar los buzones y colocar un buzón de voz. “Hay que modernizarse”, nos dijo vestida con aquel traje de flores más cercano a Romina y Albano que a Lady Gaga. 

Así que desde el martes, la pared del portal luce blanca y reluciente y las cartas llegan a un buzón de voz que es un señor de unos sesenta y tantos que se llama don Pablo, aunque en el edificio ya lo hemos bautizado como Neruda. 




El italiano no ha tardado en hacerse amigo suyo; claro que a él poco le importa el cambio pues está de paso y no recibe cartas. Quien no ha superado el trauma del supuesto cambio hacia la modernidad es la Padilla que, cada dos jueves, suele recibir una carta de su prima Paloma, la de Valle Gran Rey, porque sospecha que su marido la espía cuando habla por teléfono y prefiere que no se entere de sus conversaciones.

- Deme la carta de mi prima- le pidió la Padilla a Neruda el pasado jueves.

- No puedo dársela, señora. Lo único que estoy autorizado a hacer es decirle lo que pone- le explicó el hombre- Soy un cartero en modo buzón de voz.

- Dios bendito ¿qué he hecho para que me castigues de este modo?- murmuró la Padilla, mientras subía hecha un basilisco escaleras arriba. 

Esa misma noche, la mujer bajó a hurtadillas al portal. Lo sé porque al pasar por mi piso se dio un golpetazo en el dedo gordo contra la pared y escupió  de todo por la boca. Me asomé a ver qué pasaba y, entonces, fue cuando la escuché pedirle a Neruda que le dijera qué decía la carta de su prima. El pobre hombre, que trabaja 24 horas, le respondió de buenas maneras y le dijo de forma literal lo que allí decía.

- "Hola Chencha (que debe ser el nombre de pila de la Padilla). Estoy preocupada con lo que te conté en la carta anterior porque no me esperaba algo así pero al final he logrado descubrir que"

- ¿Qué? ¿Qué ha descubierto? ¡Siga leyendo!- le ordenó desesperada.

- Lo siento señora pero no puedo leerle más. Solo tengo permitido leer 141 caracteres. Por cierto, uno más que tuiter. Es una deferencia de la señora Dolors. Si quiere que siga leyendo tiene que pagar 20 céntimos por cada letra de más. 

La Padilla no podía creerse lo que acababa de escuchar. Como la puerta giratoria de entrada a los hoteles, se dio media vuelta, subió las escaleras -cuidándose de golpearse otra vez el dedo gordo del pie- y cerró la puerta de su casa con tanta fuerza que el edificio se movió más que Di Caprio en la escena de la colisión del Titanic. El italiano se asustó y salió a tomar aire al balcón, pensando que los tres Gingerale, que se había largado en media hora, le estaban pasando factura. 


Al día siguiente, cuando salí a trabajar me encontré a la Padilla con la hucha de su hijo Tito, sacando monedas de 20 céntimos que le iba entregando a Neruda cada vez que éste le decía una letra de la carta de su prima. 

En fin. 

domingo, 3 de agosto de 2014

LA NOTTE DEI FIORI

La noticia de la semana es que el ascensor vuelve a estar en servicio. Realmente, a mi me da igual porque no lo uso pero lo bueno es que ya no hay tanto colapso en las escaleras y puedo llegar antes a casa. La otra novedad es que Dolors, la propietaria, ha regresado al edificio. Lo ha hecho sin Bartomeu, su marido, con lo que Brígida se ha quedado un poco fastidiada. Con mucho tacto, intentó sonsacarle por qué no había venido con ella pero la mujer, que debe sospechar algo, le dijo en castelán (castellano-catalán) que se metiera en sus asuntos. Con la vuelta de Dolors, la Padilla ha perdido su accidentalidad en la presidencia de la comunidad y, ahora, no hay quien la aguante. La primera medida que ha tomado ha sido decirle a Tito que deje de limpiar las escaleras inmediatamente.

- Pero, mamá si ya le había cogido el truco a la fregona. Fíjate qué bien me quedó el escalón 37 y el 42. Bueno, y ni que decir tiene el brillo del 23.

La Padilla hizo una caída de párpados que ni el de la joyería cuando baja la reja por la noche. 

- Eres tonto, ¿verdad? Te he dicho que dejes el cubo ahí y subas pa’ casa- le gritó y, entonces, Tito subió como la leche aquel día que mi abuela se despistó del caldero al fuego.

Así que ahora tenemos ascensor, otra vez escaleras sucias y a la presidenta dando órdenes a diestro y siniestro. Y todo en pleno agosto, que es cuando se supone que uno se toma las cosas con calma y tranquilidad por aquello de que es el mes de las vacaciones. Un decir. Lo sé. 

A todas estas, el italiano se ha integrado un poco más en la comunidad, sobre todo después de que Úrsula hiciera una fiesta para darle la bienvenida. El jueves mandó a Brígida a repartir las invitaciones piso por piso, indicando que había que ir vestido de blanco y que cada uno debería llevar una flor para el homenajeado. 

La fiesta sería al día siguiente a las siete de la tarde en la azotea. Ese día, Carmela que también estaba invitada, me pidió si podía venir a casa y utilizar el horno para hacer unos cupcakes de chocolate. Lo que no me esperaba es que, además, trajera a la centenaria Lili Wei que se entretuvo batiendo los huevos al ritmo del ‘Que no pare la fiesta’ de Pitbull. 

Lo peor fue cuando ya no quedaban más huevos y se puso a bailar como el mismísimo Pitbull y eso, a pesar de que tiene tres tornillos en la cadera izquierda y un implante en la derecha. Pensé que acabaría como un transformer pero afortunadamente se quedó dormida y la llevámos al sillón. 

Ya en la fiesta, y cuando todos estábamos arriba, Úrsula avisó al italiano por el patio y le dijo que si podía subir un momento. Ahí fue cuando me di cuenta de que era una fiesta sorpresa. Nada más abrir la puerta de la azotea, la cara de Salvatore se transformó en ‘El grito’ de Munch. 

- Seguro que no le gustan las sorpresas- me susurró Carmela al oído mientras trataba de colocar los cupcakes en primera fila y cuando todos le recibíamos lanzándole las flores que habíamos llevado como si fuera un novio a la salida de la iglesia. 



- Non per favore. Io sono allergico ai fiori- dijo al mismo tiempo que su cara empezaba a ponerse de todos los tonos de rojo y caía al suelo asfixiado.

- Rápido, rápido necesita un boca a boca- gritó Úrsula que, sin esperar, se lanzó a hacérselo ella misma.

Después de más de cinco minutos y, cuando el italiano recobró el aliento -seguramente el de Úrsula- a tenor de la cara de repugnancia que puso, empezó a estornudar y no paró hasta el día siguiente.


Obviamente, la fiesta se suspendió y todos regresamos a nuestras casas. Como ya era tarde, Carmela me preguntó si Lili Wei se podía quedar a dormir conmigo, que ella se encargaba de avisar a Chen Yu. No fui capaz de negarme, así que la señora pasó la noche en mi cama, gritando "shàngdì bǎoyòu nǐ", cada vez que escuchaba al italiano estornudar. Al día siguiente, Dolors colgó un cartelito en el portal que ponía prohibido hacer fiestas en la azotea y otro en la puerta del ascensor: "Estornude más bajito".