Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 30 de noviembre de 2015

EL PORTAL ANUNCIADOR
Tenía claro que la respuesta iba a ser un rotundo no, pero, aun así, me atreví. Lo que nunca hubiera imaginado era que la combinación de dos letras en la voz de doña Monsi pudiera ser tan repulsiva y desagradable. Cuando le pregunté si este año podíamos poner un arbolito de Navidad en el edificio, acompañó su negativa con un bufido tan fuerte que llevo toda la semana resfriada de la ventolera que levantó la mujer.
-Pero ¿cómo se te ocurre preguntarle eso? Ella le ordena a Neruda que quite la bombilla del ascensor y vas tú y le planteas si podemos poner un arbolito con luces de colores -se carcajeó la Padilla, atufándome con un aliento a café que me llegó hasta lo más profundo de las fosas nasales.
-Pues yo no le veo la gracia. Con la ilusión que me hacía que mis mellizas disfrutaran de sus primeras navidades -se lamentó Carmela, que ha vuelto a tomar el mando de las escaleras.
A Walter le dio mucha pena escuchar aquellas palabras porque le ha cogido cariño a las niñas, así que se le ocurrió que, para mantener las tradiciones y darle algo de alegría al edificio, podíamos hacer un portal viviente. Sin luces.

El problema empezó cuando María Victoria dijo que aquello le parecía una idea magnífica y que, por supuesto, ella sería la Virgen. 
-Cariño..., yo creo que tú... -empezó a decir su marido, Alberto, y enseguida ella le echó una mirada tan fulminante que el hombre se volvió pequeñito, pequeñito y se quedó sin voz para terminar la frase. 
La que no se quedó callada fue la Padilla. 
-¿Tú la Virgen? ¡Anda ya! Con tus vestidos de "animal prin" o como se diga eso, mejor te valdría ser el buey o la mula.
Calma, señoras. No se me desboquen. En este edificio no somos tantos y hay hueco para todos -les tranquilizó Walter, que hará de San José, ya que la idea fue suya.
-Bueno, lo que también parece estar claro es que mis niñas harán del niño Jesús -aseguró Carmela. 
-Como su propio nombre indica, el niño Jesús era un niño -le aclaró, con un tonito burlón, la Padilla.
-Lo sé, pero mis nenas son las únicas bebés que hay en este edificio y con el pañal nadie se dará cuenta. Además, son dos, por lo que habrá una de repuesto -le recordó mientras le daba el pecho izquierdo a la melliza morena.
-Me niego. Son muy quejicosas y, por si no lo sabías, el niño Jesús no lloraba -le contestó, como si ella hubiera vivido en aquella época. Siempre he dicho que tiene más edad de la que dice. 
En aquel momento escuché cómo Úrsula le susurraba a Carmela, que tanta negativa era porque la Padilla quería que Cinco Jotas hiciera del niño.
-Pero ¿qué sacrilegio es este? Lo que me faltaba ya por escuchar hoy. Un cerdo haciendo de niño -se enfadó Carmela, cambiando de pecho y de melliza. 
Walter volvió a pedir calma y, en poco más de una hora, logró alcanzar un acuerdo. Al final, las niñas harán del niño y Cinco Jotas, de uno de los pastorcillos. 
El resto de personajes también generó polémica.
Eisi, Neruda y Torito fueron elegidos como los tres Reyes Magos. El problema es que los tres quieren ser Melchor y no se bajan del burro, o del camello. Habrá que ir a una segunda eliminatoria. 
Pero lo más complicado de todo fue elegir a la Virgen María. Al personaje femenino optaban Úrsula, Carmela, la Padilla y María Victoria hasta que, a última hora y sin avisar, apareció doña Monsi. 
-Yo seré la Virgen -dijo, saliendo del ascensor. 
-Usted no puede ser. Es mala -le recordó Úrsula.
-Pero soy la única a la que se le ha aparecido la Anunciación -aseguró.
Todos nos quedamos paralizados al escuchar aquello y solo Brígida se atrevió a pronunciar un tímido "¿y eso?". 
Doña Monsi nos contó que Anunciación, una prima suya de Hospitalet del Infante, provincia de Tarragona, murió de unas fiebres extrañas cuando ella era una jovencita.
-Y, una noche, cuando estaba a punto de dormirme, se me apareció -recordó. 
Ante tal revelación, Walter dijo que no había más discusión. La presidenta será la Virgen. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

VAYA GENTE MÁS RARA

Habíamos perdido toda esperanza de que doña Monsi se levantara de la cama, pero lo hizo el martes, sin avisar y con movimientos lentos como los de Neil Armstrong aquel julio de 1969 cuando pisó la luna. En el caso de la presidenta, no fue un gran paso para la humanidad, sino catorce hasta llegar al sillón de la sala, donde decidió quedarse unos días.
Neruda y Carmela fueron los únicos que se atrevieron a entrar en su casa. Él, porque es el encargado de llevarle la compra, y Carmela, porque se ofreció a controlar su higiene para así evitar un nuevo código rojo, pero, más que nada, para sacarse un dinerito extra al de las escaleras. 
Con este panorama, Walter sigue cuidando de las mellizas. El pobre hombre se pasa el día subiendo y bajando en el ascensor, que, por lo visto, es lo único que calma el llanto felino de las mellis, como las llamamos cariñosamente entre los vecinos. Las niñas han salido bastante gaseosas y llevan fatal lo de los cólicos, tanto, que el ascensor parece el local de prueba de los hermanos Toste. 
-Tan pequeñas y cómo huelen las cagoncillas esas -se quejó una mañana Eisi, mientras le entregaba una porra a uno de sus colegas, al que llaman Torito. 
María Victoria fue quien nos previno al ver la maniobra y la Padilla se encaró con él.
-¿Qué hace ese tipo con un arma en la puerta? 
-Vigilar que no entre nadie raro -contestó Eisi.
-¿Para eso no estabas tú, que eres el jefe de seguridad del edificio? -preguntó la Padilla.
-A mí no me gusta nada la pinta que tiene ese hombre -comentó María Victoria con su nueva blusa estampada con ojos de lechuza de campanario.
-Pues a mí me parece bien. El mundo está cada día más loco y yo, ahora, tengo dos niñas -recordó Carmela desde la sala de lactancia. 
Eisi estuvo a punto de darle un beso porque era la única que le apoyaba en su decisión, pero recordó el tufillo de las mellizas y pensó que mejor no acercarse a la "madre cloaca". 

Al final, como ocurre con todo en este edificio, Eisi se salió con la suya y Torito se quedó de guardia de seguridad permanente. 
-¿Eso no está penado? Me refiero a que el hombre no tenga ni un solo día de descanso -preguntó Brígida. 
-Más penado debería estar lo feo que es y ahí está -le respondió Úrsula con cara de repugnancia. 
A pesar de todo, la cosa iba más o menos bien hasta que, el sábado por la tarde, el llanto desgarrador de las mellis nos levantó el estómago. 
-¡Mis niñas! -gritó Carmela estrujando el bote de lejía. 
-No es por nada, pero acabo de ver a Walter subir con ellas en el ascensor con cara de desesperación -avisó Neruda.
Como cohetes, todos salimos disparados escaleras arriba temiendo lo peor. Al llegar al rellano del tercero encontramos a Torito con la porra en alto, amenazando a doña Monsi, que, por primera vez, en varias semanas se disponía a salir a la calle. 
-¿Pero qué haces? -le gritó Eisi.
-¿No me dijiste que tenía que vigilar que no entrara nadie raro? Pues mira esto -dijo Torito señalando a la presidenta. 
En ese momento, entre el llanto descontrolado de las mellizas, a las que Walter mantenía apretadas contra su pecho para que no fueran testigos de aquel disparate, todos nos fijamos en doña Monsi y, por un instante, pensamos que Torito tenía razón.
La mujer estaba horrible. Realmente rara. Después de tanto tiempo tirada en el sillón, había vuelto a perder el volumen del peinado y su aspecto era como el del traje de Armstrong pero sin el astronauta dentro. Vamos, una sinsustancia. Y, por si fuera poco, en medio de aquel absurdo, las mellis erupcionaron sin avisar y alguien gritó que nos dispersáramos, porque el tufillo podría ser letal. Torito fue el único que aguantó estoicamente y, a gritos por las escaleras, le hizo una pregunta a Eisi.
-A ver, ¿cuál es mi trabajo? ¿Vigilar para que no entre nadie raro o intentar que salga toda esta gente rara?
Se puso bravo el Torito.

lunes, 16 de noviembre de 2015

CÓDIGO ROJO
La alarma saltó cuando Neruda nos advirtió de que doña Monsi llevaba más de diez días sin levantarse de la cama. No era solo el temor a que sus huesos no respondieran al peso de su diminuto cuerpo cuando quisiera volver a ser un "homo erectus", sino, sobre todo, el aspecto físico insalubre que estaba desarrollando. De hecho, Neruda nos alertó del peligro que empezaba a suponer ya la grasilla que el pelo de la presidenta estaba destilando. 
-Una vez leí en National Geographic que la resina de poliuretano carboxilado de las lacas puede generar explosiones mortíferas en contacto con el sebo capilar -explicó y todos nos quedamos con la boca abierta. 
-Esto es un código rojo en toda regla. Hay que lavarle el pelo o saltaremos por los aires cuando menos lo esperemos -avisó Úrsula.
El problema era cómo hacerlo. La Padilla sugirió que lo más fácil era decírselo claramente. 
-Doña Monsi, su pelo es un riesgo inminente para este edificio -ensayó con un cojín. 
A María Victoria no le gustó mucho esa forma tan radical de estamparle la verdad en toda la cara a la pobre y menos cuando estaba pasando por un momento sentimental complicado, así que planteó hacerlo con un poco de tacto. 
Una de las más preocupadas era Carmela. Temía que si doña Monsi moría ahogada en su propia grasa se quedara sin trabajo y sin poder alimentar a sus niñas recién nacidas. Mientras buscábamos una solución, las dejó a cargo de Walter.
-A las nueve les toca el pecho. A una, el derecho y a la otra, el izquierdo -le explicó y subió corriendo a casa de la Padilla, donde había una reunión de urgencia. 
-Pero yo no tengo de eso -le gritó Walter sin éxito. 
Y si no teníamos suficiente, Eisi -que pasa del asunto y de la pobre mujer- sigue con sus negocios turbios. El martes envió un whatsapp masivo a sus colegas, ofreciéndoles una tarifa "minichiquitita" para el teléfono rojo, con lo que, ahora, el portal parece un cibercafé en hora punta. La que más uso hace de esta oferta es Onelia, una peluquera colombiana que todas las tardes llama a Medellín, donde vive su marido. Al verla, a Úrsula se le ocurrió pedirle que nos echara una manita con el pelo de doña Monsi.
-Solo tendrías que darle forma de nubecilla alborotada al peinado cuando se lo hayamos desinfectado- le explicó.
El jueves por la tarde fue el momento elegido para poner en marcha la operación limpieza. Sin avisar, subimos a la habitación de doña Monsi para acabar, de una vez por todas, con aquel riesgo en potencia. Úrsula fue directa al grano; bueno, a la grasa.
-Señora, esto apesta tanto que podrían quitarle el cargo de presidenta. Así que vamos a proceder -le advirtió.

En ese momento, hizo una seña para que Brígida, la Padilla y Carmela la sujetaran, mientras María Victoria y su marido, Alberto, que es fumigador, pudieran empezar a desinfectar la cabellera con una especie de manguera articulada. 
-Tienes que apuntar bien el pitorro porque la grasa es bastante densa ¡Dispara! -gritó María Victoria, vestida con un mono a rayas de cebra Grevy en peligro de extinción.
Doña Monsi se revolvió como un escarabajo moribundo y emitió toda clase de improperios.
El proceso de desinfección duró más de cuarenta minutos, pero terminó con éxito. Después, Onelia se quedó a solas con ella para darle forma a aquel matojo enredado y decolorado. 
A día de hoy, doña Monsi todavía sigue sin levantarse de la cama porque la peluquera le dio tanto volumen al peinado que el peso le impide incorporarse sin ayuda y, después de lo que hicimos, ninguno nos atrevemos a regresar a su habitación. Es una auténtica "homo enfadatus".
Pero, para miedo, el que nos está haciendo pasar Eisi con sus chanchullos telefónicos. Un timbre insistente nos despertó a todos en la madrugada del sábado. Walter bajó a toda pastilla pensando que era la alarma del edificio y temió que se hubiera regenerado la grasa capilar de doña Monsi. Pero el sonido era el del teléfono rojo y quien llamaba era el marido de Onelia para decir que el Independiente de Medellín había ganado esa tarde el partido de liga. 

lunes, 9 de noviembre de 2015

UN POQUITO DE SILENCIO, POR FAVOR
El auténtico Eisi reapareció como una mariposa, abandonando de golpe el capullo de Sansón. Que conste que lo de capullo lo digo en el más puro sentido descriptivo de la metamorfosis que experimenta la oruga para transformarse en lepidoptera. El taponazo que recibió contra el suelo del montacargas le hizo recuperar la memoria y convertirse de nuevo en el parásito y sacacuartos que conocemos.
Al constatar que, de esta forma, moría el caballero educado y atento del que se había enamorado, doña Monsi cogió un disgusto tremendo y lleva toda la semana sin quitarse el pijama. Solo se levanta de la cama para darle órdenes a Neruda. La primera fue que se deshiciera del montacargas y volviera a poner en uso el ascensor, con lo que Walter se quedó en paro.
-No te preocupes. Puedes vivir conmigo en el ático -le tranquilizó Eisi.
Úrsula averiguó que tanta generosidad no era gratuita.
-Por la cama no le cobra, pero le pide tres euros, o cinco dependiendo de lo que haga, por usar el baño -nos dijo haciendo gestos y, entonces, le pedimos que no diera tanto detalle.
Walter aceptó porque le gusta el edificio y porque también está sacando un dinerito de María Victoria que lo vuelve loco con sus encargos.
-Este hombre es una joya. El otro día, cuando venía de camino de la pescadería, él mismo, de moto propia, (entiéndase motu proprio) me compró unos calcetines de lana de oveja merina ibérica. Se nota que me conoce -dijo con un suspiro sospechoso.
Ha habido tantos cambios últimamente que ya no sé quién hace qué en este edificio. De momento, Neruda sigue limpiando las escaleras, aunque el jueves Carmela decidió volver, a pesar de que todavía no ha agotado su baja maternal.
-¡Qué vergüenza! Con lo que nos ha costado a las mujeres conseguir ese derecho -protestó la Padilla.
-Bueno, mujer -le tranquilizó Brígida- míralo por el lado positivo: ya no tendremos que estar esquivando las malditas pelusas, dijo mientras cazaba al vuelo una, tamaño XXL.
Pero Carmela no ha regresado para limpiar las escaleras. Lo ha hecho porque no puede más con su condición de cotilla y asegura que, desde que dio a luz, están ocurriendo demasiadas cosas en el edificio y no soporta enterarse por terceros. Así que, por ahora, Neruda seguirá al frente y ella solo se encargará de pasarle un trapito a los buzones. Además, como le está dando el pecho a las mellizas, le ha pedido a Eisi que convierta el cuartito de contadores en sala de lactancia.

Doña Monsi no se ha enterado del tinglado y, menos mal. La mujer sigue sin levantarse de la cama. Ya no lo hace ni para darle las órdenes a Neruda sino que lo cita en su habitación y le habla desde la cama.
-¿Cómo va la cosa ahí fuera?
-Bien -le contestó él.
-No sé por qué no te creo. ¿Qué está haciendo Walter? -preguntó la presidenta ahuecándose el pelo que de tanta almohada se le ha quedado tatuado al cuero cabelludo.
-Nada.
-Pues tengo un encarguito para él -le anunció.
El viernes por la mañana se montó el escándalo cuando la Padilla abrió la puerta de su casa para quejarse de que no tenía línea telefónica. María Victoria, Úrsula y Brígida salieron como descosidas, gritando que ellas, tampoco.
-Ni la tendrán -dijo Walter, sentado junto a una mesita con un teléfono rojo.
-¿Pero qué dices? -preguntó María Victoria mirándole la barba, cada día más descuidada.
Walter explicó que la presidenta había decidido cortar la línea de las viviendas y poner un teléfono de uso común en el portal.
-Esa mujer está de atar -gritó la Padilla.
-¿Y tú te has prestado a eso? No lo esperaba de ti -le echó en cara María Victoria dando un respingo despreciativo.
-Señoras, entiéndanlo, necesito dinero. ¿Saben cuántas veces voy al baño? -preguntó pensando en los cinco euros que le cobra Eisi cada vez que lo usa.
Nadie dijo nada. Ciertamente, no nos gusta hablar de ese tema.
Y así estamos. Entre el llanto de las mellizas y las peleas por usar el teléfono, aquí no se puede vivir. Y eso, sin mencionar lo de doña Monsi tirada en la cama... y en pijama.

lunes, 2 de noviembre de 2015

CALABAZAS, FANTASMAS Y DIFUNTOS
Que Walter haya vivido más de 30 años en Oklahoma, Estados Unidos, tenía que tener consecuencias y esta semana las hemos sufrido en carne propia. No es solo que haya desarrollado un castellano extraño, con caída libre de algunas sílabas finales, sino la que montó esta semana en el edificio a cuenta de Halloween. Al responsable del montacargas se le ocurrió dedicar una semana temática a esta festividad.
-A mi todo eso me da mucho yuyu. Yo no quiero -dijo Brígida, metiendo la cabeza entre los pechos de su hermana.
-Señoras, no teman. It's gonna be funny -dijo Walter.
-¿Qué? -preguntó Úrsula, como si oyera hablar en chino.
-Que digo que será divertido -explicó él quien, por su cuenta y riesgo, ya había tuneado el transportador con unas cortinas negras ensangrentadas.
A las reticencias de los primeros momentos, siguió una locura desenfrenada inexplicable. Sin duda, Walter tiene un no sé qué para convencer.
-Para la noche de Halloween voy a estrenar mi disfraz de bruja sexi -dijo María Victoria haciéndole morritos.
-Yo puedo preparar un puré de calabaza -propuso la Padilla, a la que no se le borra la sonrisa desde que la Organización Mundial de la Salud anunciara que la carne roja es cancerígena. "Ya no corres ningún riesgo, cariño mío", le dijo a Cinco Jotas.
La que no entró en razones fue doña Monsi. Se negó en rotundo a los adornos y a que celebrásemos Halloween.
-Por encima de mi cadáver -gritó enloquecida cuando Walter le contó la idea.
-No nos caerá esa breva -murmuró Úrsula.
A pesar de la negativa, Walter desobedeció a la presidenta y siguió adelante con el montaje de los actos. El jueves, el edificio no tenía nada que envidiarle al set de rodaje de "The walking dead". Entre la decoración, el sonido chirriante del montacargas y los leggins de piel de murciélago de María Victoria, daba miedo salir de la puerta de casa.

La esperada noche de Halloween llegó y, aprovechando que doña Monsi suele acostarse temprano, nos reunimos en el portal para disfrutar de una cena con un menú elaborado para la ocasión por la Padilla: puré de calabaza, calabaza rellena de calabaza y pastel de calabaza.
Nada más empezar la celebración, se fue la luz y, aunque solo fueron treinta segundos, aquello pareció eterno. Cuando regresó la claridad, el montacargas se activó solo y, al llegar al portal, descubrimos que dentro había un cuerpo inerte tirado en el suelo. 
-¡Es Eisi! -anunció la Padilla.
-¡Lo sabía! -gritó Brígida- Estas cosas de brujas y zombis no traen nada bueno.
-Alguien ha tenido que matarlo mientras se fue la luz. Que nadie abandone el edificio hasta que encontremos al asesino -ordenó Walter. 
-¿Está insinuando que uno de nosotros lo ha matado? -preguntó la Padilla.
-Sí, me temo -contestó.
Al oír aquella afirmación, a María Victoria le dio un ataque de histeria y empezó a cantar.
-Haga callar a su esposa -le pidió Walter a Alberto.
-Alguien tendrá que avisar a doña Monsi -dijo la Padilla- Está tan enamorada desde que él perdió la memoria y se convirtió en un caballero.
Entre tanto alboroto, la voz de la presidenta surgió desde lo alto de la escalera.
-Sansón, cariño. ¿Estás ahí?
Ninguno abrimos la boca. 
-¿Alguno de ustedes lo ha visto? Me dijo que iba a comprar tabaco pero no ha vuelto -insistió la mujer alongándose por el hueco del montacargas.
Walter miró hacia arriba y le aconsejó que se acostara tranquila que seguro que volvía pronto.
-¿Por qué le ha mentido? -se quejó Úrsula.
-Me ha dado pena y más al verla en pijama -reconoció él.
A pesar de los esfuerzos, Alberto no conseguía que María Victoria dejara de cantar y lo único que se le ocurrió fue meterle el pastel de calabaza en la boca. Entero. 
-Egoísta -rezongó la Padilla.
Mientras decidíamos qué hacer, alguien se percató de que el difunto había movido la cabeza. Nos acercamos al montacargas y allí lo vimos revolverse y gemir.
-¡No está muerto! -gritó Ursula. 
Walter ayudó a sentar a Eisi que, al vernos a todos, dijo: "¿Chas, qué pasó?".