Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 28 de enero de 2015

MI TESORO
Desde que doña Monsi va a la peluquería de la esquina ha empeorado de la cabeza. No es culpa del peinado, que cada vez está cogiendo más volumen y que, de seguir así, terminará midiendo lo mismo que ella. El problema está en que la peluquera, que no anda bien de la cabeza ni del pelo, le contó que, en el mismo lugar donde construyeron nuestro edificio, siglos atrás, estaba la finca de un terrateniente, tan rico que ordenó que si moría le enterrasen allí con toda su fortuna. 
-¿Como a Tutankamón? -le preguntó Carmela cuando la escuchó cómo se lo contaba a Neruda en medio de la escalera.
-¿Quién te ha dado vela en este entierro? -le soltó la presidenta. 
A Carmela le sentó fatal esa contestación malcriada, sobre todo porque coincidió con el momento exacto en que limpiaba los charquitos de las dos caniches de María Victoria. Tras la reaparición de la verdadera Miniña y de la falsa, a la que han bautizado como Tuniña, no fue capaz de desprenderse de ellas. Según Úrsula, porque no supo reconocer quién era la auténtica.
-¿Y si nos quedamos con las dos? -le dijo a su marido, poniendo morritos.
Él no pudo decir que no, por miedo a que ella volviera a repetir el gesto.
Con la historia del terrateniente hemos tenido movida. El martes, doña Monsi invitó a Lupe, la peluquera, a merendar y, después de tomarse dos infusiones y media pachanga cada una, subieron a la azotea, al cuartito del ascensor. La Padilla las vio pero no le dio mayor importancia porque pensó que iban a comprobar qué tal funcionaba la nueva laca antihumedad, pero, cuando Neruda fue piso por piso buscando a la presidenta, empezamos a preocuparnos. Bueno, no todos. 
-Se la habrá llevado Llongueras para su concurso Master Hair -dijo Úrsula cuando Neruda tocó a su puerta.
-Jo, ¿por qué no me avisaste? -se quejó su hermana Brígida al escuchar cómo le cerraba la puerta en las narices al jefe de seguridad del edificio, del que sigue enamorada. 
Al llegar al piso de la Padilla, esta le contó que las había visto subir a la azotea, pero que no sabía nada más. 
-Lo que faltaba -dijo Úrsula cuando, alertados por el alboroto, terminamos todos en medio de la escalera-. Como esto sea como lo de la perrita y, al final, aparezcan dos, doña Monsi, no nos queda nada. 
Bernardo empezó a reírse y María Victoria, todavía afectada por lo de su caniche, le dijo que era un "babieca", lo que me hizo acordarme de mi abuelo, que solía decirlo cuando le hacían enfadar. 
-De todas formas, muy lejos no puede haber llegado -apuntó Carmela señalándose al pelo.
-Sí, claro. A su edad y con el peso que soporta esa mujer en la cabeza no puede haber llegado muy lejos -dijo Alberto, que se llevó un codazo de su mujer, María Victoria, en todo el estómago, y entonces fue él quien puso morritos, pero del dolor. 
Después de más de dos horas de búsqueda infructuosa, el "walkie" de Neruda empezó a sonar.
-¡Silencio! -gritó Carmela. 
-Doña Monsi, ¿dónde está? -preguntó Neruda.
-Soy Lupe... fsh fsh... Doña Monsi está a mi lado... fsh... Hemos encontrado al terrateniente fsh... en el subsuelo del edificio. Necesitamos que nos rescaten... fsh fsh. Accedimos por el ascens... fsh.
Por primera vez en mucho tiempo, todos nos quedamos callados hasta que las caniches rompieron el silencio. Neruda abrió la puerta del ascensor y, allí, solo había un hueco enorme hacia el vacío, desde donde subían las voces de Lupe y doña Monsi. No se lo pensó dos veces; buscó una cuerda y le pidió a Bernardo que le ayudara a descender. En un suspiro, ya estaba en el subsuelo con las presuntas arqueólogas.
Nos gritó que tirásemos de la cuerda, pero, como era de esperar, empezó la discusión de quién lo hacía. Como no nos poníamos de acuerdo, terminamos llamando a los bomberos.
En menos de veinte minutos, las dos mujeres y Neruda estaban de vuelta en tierra firme. Doña Monsi venía con un cofre entre las manos. 



martes, 20 de enero de 2015

DOBLE O NADA
Carmela se ha pasado toda la semana sin limpiar las escaleras por prescripción policial. Los agentes le dijeron a doña Monsi que necesitaban cualquier prueba, por mínima que fuera, para encontrar a Miniña, la caniche de María Victoria, desaparecida en extrañas circunstancias. El lunes comenzó la ronda de interrogatorios en el portal y todas las declaraciones apuntaron a Carmela como principal sospechosa.
-Le escuché quejarse de la perrita porque se hacía pis en las escaleras cuando don Alberto la sacaba por las mañanas -dijo Bernardo, que declaró con las gafas de sol puestas como si no fuéramos a saber que él es el único calvo del edificio. 
-Será capullo... -murmuró Carmela, que, más que nunca, deseaba tener la fregona entre las manos. 
Después de cuarenta minutos, uno de los agentes se despidió de la presidenta y le explicó que tenía que acudir a otro servicio, pero que dejaba a Pelayo, que se encargaría del caso. A doña Monsi no le gustó nada el lío que se estaba montando por la desaparición de un "simple caniche" y llamó a Neruda. 
-Si esta tarde no aparece el perro ese, te acercas a la perrera y traes uno parecido -le ordenó.
-Pero, señora, no me acuerdo mucho cómo era. En realidad, solo estuvo dos días entre nosotros. Recuerde que fue un regalo de Reyes -le dijo el jefe de seguridad y otras cosas del edificio. 
-Excusas, excusas. ¿Qué más da un perro que otro? Le ponemos unas mallas y una chaquetita vaquera y ¿quién va a decir que no es Miniña? Venga, tira palante.
Durante toda la mañana del martes, Pelayo se dedicó a recoger muestras del pis y de las huellas de las pisadas.
-¿Y eso cómo va a ayudar a encontrar a mi cachorrillo? -preguntó entre lágrimas María Victoria, mirando con desconfianza a Carmela, que observaba, con los brazos cruzados y una rabia contenida, la operación del CSI. 
-Cualquier indicio es importante -le respondió Pelayo, echando un líquido de color azul eléctrico sobre los escalones.
La búsqueda fue infructuosa y esa tarde el "walkie" de Neruda empezó a hacer ruidos extraños hasta que se dio cuenta de que era la voz de su ama (perdón, de doña Monsi), que surgía desde lo más profundo del aparato: "Ya sabes lo que tienes que hacer". 
El miércoles, a primera hora, la Padilla nos despertó a todos con un grito desgarrador. En menos de un minuto la pandilla del pijama, que es como ya nos conocen en el barrio, salimos a la escalera a ver qué pasaba. Yo me temí lo peor hasta que vi cómo María Victoria se abrazaba a Miniña, que acababa de subir hasta su piso en el ascensor.
-Es pija hasta en eso la perra -murmuró Úrsula, refiriéndose a la caniche. Supongo.
Ante el asombro de todos los vecinos, Neruda explicó que la había encontrado en la puerta cuando salió a saludar al barrendero y que la reconoció enseguida por la ropa. En el mismo instante en que María Victoria se reencontraba con su perrita y la acurrucaba entre sus pechos cubiertos con una bata del Rey León, su marido Alberto -que al tener el sueño pesado no se había enterado del alboroto- salió a la puerta anunciando que había encontrado a Miniña en la casita de Pepa Pig que los Reyes le habían dejado a su nieta. 

-Eso es imposible -dijo la Padilla, mirándole con la misma cara de repugnancia que pone cuando despelleja el pollo.
-A mí no me extraña. No saben lo caro que están los pisos ahí fuera -apuntó Brígida. 
Como si hubiéramos visto un fantasma, todos nos quedamos de piedra al confirmar que María Victoria no solo tenía uno, sino dos caniches entre sus brazos. Doña Monsi le hizo un gesto con la cabeza a Neruda y este abrió los ojos más que el emoticono sorprendido del "whatsapp" al más puro estilo "mí no entender". Quien no dijo nada fue Carmela, que abrió el cuartito de la entrada, sacó el cubo y la fregona y se puso a limpiar las escaleras.

jueves, 15 de enero de 2015

CAMBIO Y CORTO
Terminaron las fiestas pero no las ideas raras de nuestra "querida" presidenta, que, a pesar de mis peticiones a los Reyes Magos, sigue en el edificio. Que me acercara a la Cabalgata, saltara sobre sillas de plástico, escay y madera, diera las explicaciones más rocambolescas a los de Protección Civil para poder acercarme a los pies de los camellos y hablar con Melchor en persona no sirvió de nada. Al contrario, me llevé el abucheo del público, el golpe seco de un caramelo de fresa ácida en todo el ojo y, para rematar la faena, con el bullicio, los de Oriente debieron malinterpretar lo que les dije, porque le trajeron a doña Monsi un "walkie talkie" con pantalla incorporada para tener conexión permanente con Neruda, al que con el nuevo año ha ascendido a jefe de seguridad del edificio. 
Úrsula no hace más que reírse desde que se enteró del ascenso meteórico de Neruda, que llegó el verano pasado para gestionar los buzones y ha terminado convertido en la mano derecha e izquierda de la presidenta. En cambio, su hermana Brígida parece preocupada. Me temo que se ha enamorado de él. 
-¿Que te has enamorado del cartero? -gritó emocionada Carmela al escuchar la confesión de Brígida, y a punto estuvo de pasarle la fregona por toda la cara, como si fuese un beso.
-¡Baja la voz, por favor! -le pidió susurrando-. No quiero que se entere nadie. Te lo cuento porque necesito desahogarme. 
-Claro, mujer. No diré nada -le prometió, y acto seguido subió a contárselo a la Padilla.
Esa misma noche, todos sabíamos la buena nueva, después de la anunciación de Carmela; todos, incluida Miniña, la caniche que los Reyes le trajeron a María Victoria y a la que ya han puesto su nombre en el buzón. Pero lo peor no es eso; ni que la perrita aún no sepa dónde tiene que hacer sus "cosas", ni los gritos desmesurados de Carmela cada vez que encuentra un charquito en medio de la escalera. No, qué va. Lo peor es que María Victoria ha convertido al can en su "mini yo" y la viste también con "leggins" y camisetas a lo "animal print". 

La que está que trina es Carmela. Entre el "walkie" de Neruda y los charquitos de Miniña está estresada. 
-¡Te quieres quitar de ahí que estoy fregando! -gritó Carmela cuando a primera hora del jueves Neruda comenzó a seguirla y a retransmitirle a doña Monsi cómo la mujer fregaba la escalera.
-Está mojando la fregona. Sí. Cambio. No. La lejía ya la puso. ¿Qué? Sí, con el mismo cubo de agua lleva ya tres pisos. Cambio. No. El zócalo ni lo ha tocado. Sí, tiene pelusas. Cambio y corto.
-Tú estás tonto, ¿verdad? -le dijo Carmela al nuevo jefe de seguridad del edificio.
-Lo siento pero la presidenta quiere que le cuente al detalle cómo haces tu trabajo. Le han contado que no te afanas mucho -le confesó Neruda. 
Esas palabras le sentaron a Carmela como un cubo de agua fría después de tres pasadas por el suelo de la azotea y exigió saber quién se había quejado. Con la cara de desquiciada que lo hizo, a Neruda no le quedó más remedio que confesarlo: "Fue María Victoria". 
Esa noche cuando regresé a casa después de una reunión de trabajo tardía, me encontré a todos los vecinos en el portal. Temí que fuera un atrincheramiento por alguna nueva norma de doña Monsi, pero Bernardo me despejó las dudas enseguida. 
-Miniña ha desaparecido.
Sentada en una silla, Alberto le daba aire con un folleto de las rebajas a su esposa María Victoria, que no solo no cabía en las mallas ajustadas que se había puesto, sino en sí misma tras el disgusto por la pérdida de su perrita. 
-Habrá que llamar a la Policía -sugirió la Padilla. 
-¿Cómo iba vestida en el momento de su desaparición? -preguntó Bernardo.
-Mejor obviar ese detalle -sugirió Úrsula-. No nos tomarán en serio.
-Llevaba una sudadera con manchas de tigre y una faldita de piel de serpiente -dijo entre sollozos María Victoria. 
-¡Dios! Lo sabía -murmuró Úrsula. 
Desde su casa y a través del "walkie", doña Monsi ordenó a Neruda -como jefe de seguridad del edificio- que fuera él quien diera parte a la policía. 

lunes, 12 de enero de 2015

EL DESEADO MILAGRO DE REYES

Lo primero que hice esta mañana al levantarme fue mirar por la ventana hacia las montañas para comprobar si ya venían los Reyes Magos. No es que esté desesperada como los niños. No. Lo hice porque necesito hablar con ellos. Sí, con los tres. He pensado pedirles que, por favor, se lleven a doña Monsi a Oriente durante una temporada, unos meses, un año... O para siempre. La mujer es agotadora y en el edificio la cosa se está poniendo fea. Es increíble cómo dentro de ese cuerpo tan menudito y frágil pueden caber tantas malas ideas. Lo último que se le ocurrió a la señora fue ordenar al pobre Neruda -que a todo le dice que sí- que electrificara la azotea para impedir que los Reyes puedan entrar al edificio esta noche.




-El año pasado forzaron la puerta que da a la escalera y rompieron las paredes -le dijo a la Padilla, justificando su decisión.

-Por favor, señora, esos no fueron los Reyes y tampoco fue el año pasado; ocurrió en las vacaciones de Semana Santa y era una banda de ladrones a la que llaman "Los de Oriente", pero porque vienen de Montenegro. No lo mezcle todo -le pidió la subpresidenta, que, además, es seguidora del Twitter de Gaspar.

De nada sirvió la discusión. Doña Monsi siempre tiene la última palabra. Esa misma noche, Neruda y un primo suyo de El Cardonal subieron a colocar el cablerío en la azotea y, desde entonces, las hermanísimas tienden las sábanas en la terraza que da al patio, con lo que esto parece Alcalá Meco en la época de fugas.

Bueno ya veremos que ocurre esta noche cuando lleguen los Reyes. Para evitar el accidente, la Padilla ha colgado -de forma clandestina- un cartel en una de las ventanas que da a la calle con el mensaje: "No utilicen la azotea. Peligro de muerte. Entren por la puerta del edificio".

-Espero que lo lean porque, si no se van a quedar como los tres punkies que tocaban en las fiestas de mi pueblo -dijo Úrsula imitándolos y poniéndose el pelo de punta mientras sacaba la lengua.
Lo que al final quedó realmente para tirarse del pelo y de la ventana fue el temido discurso de Navidad de doña Monsi, que se emitió para todo el edificio la noche de Fin de Año, a la misma hora que las campanadas.

-Seguro que lo hace porque a esa hora hay más audiencia, ¿no? -dijo Carmela, a la que creemos que la lejía le está empezando a afectar definitivamente.

El miércoles cuando faltaban cinco minutos para la medianoche, Neruda nos llamó a todos para que subiéramos a casa de doña Monsi a ver el discurso que habíamos grabado con la súper 8. María Victoria y el príncipe Alberto fueron los primeros en llegar, pensando que habría algún canapé. Esta vez, María Victoria -temiendo los efectos de la laca de doña Monsi- llevó una mascarilla tuneada con las fauces de un león.

A las doce en punto, cuando a lo lejos se escuchaban las campanadas del reloj del Cabildo, Neruda accionó el vídeo y comenzó el mensaje:
"Vecinos todos y todas. Ha sido un año duro. Soy consciente. Pero el que está por llegar lo será más. Habrá que apretarse el cinturón, apagar las luces, gastar menos. Usar más las escaleras y pagar la cuota de la comunidad. Seré más estricta con las normas, porque solo así podremos convertirnos en un edificio ejemplar. El mejor del barrio. Vayan con Dios".

Fue una suerte que no tomáramos las uvas porque de la impresión nos hubiéramos atragantado. Como si acabara de escuchar un concierto de Madonna, Carmela empezó a aplaudir y gritó: "Así se habla". La Padilla la miró con tanta rabia que la mascarilla felina de María Victoria terminó pareciendo un gatito lindo a su lado.

Pero lo peor estaba aun por llegar. Aquella noche, doña Monsi ordenó a Neruda que emitiera el mensaje a cada hora en punto en el hilo musical del edificio.

- ¡Ya está bien de tanta tontería! -gritó Úrsula hastiada-. Qué ganas de que lleguen "Los de Oriente", pero los de la banda para que se la lleven de una vez.

Yo, en cambio, confío en que sean Melchor, Gaspar y Baltasar los que obren el milagro esta noche.