Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 17 de febrero de 2015

SE ALQUILA
Desde el pasado miércoles, el ático y el bajo izquierda, que llevaban vacíos más de dos años y medio, han vuelto a tener inquilinos. La decisión la tomó doña Monsi después de que su amiga la peluquera le dijera que podía sacar unas perritas alquilando los pisos a los turistas que llegan a la Isla por Carnaval. También le dijo -y creo que ahí está la clave de la historia- que su marido, expresidiario desde hace diez días, podría encargarse de poner a punto las viviendas y que no le costaría demasiado.
Dicho y hecho. El lunes llegó Eisi Disi, que es como llaman al marido de la peluquera desde que empotró el coche contra el banco con el "Highway to hell" de la mítica banda australiana sonando a todo trapo. El hombre llegó con dos bolsas de basura tamaño XXL y, al verlo, Carmela alertó a Brígida.
-Pero, niña, que el hombre es de fiar. Doña Monsi lo ha contratado para arreglar las viviendas -le explicó Brígida. 
-¿Y para qué necesita esas bolsas de basura tan grandes? No me da buena espina. No hay tanto que sacar de ahí dentro, a no ser... Un cadáver -comentó Carmela. 
-Por favor, señoras. No empecemos a liarla otra vez. Lo ha traído porque es un manitas -dijo Neruda que hacía su ronda de vigilancia.
-Ese es el problema: las manitas. ¿No fue por eso por lo que terminó en la cárcel? -apuntó Carmela haciendo un gesto de "yo-lo-advierto-por-si-acaso" con la cabeza. 
Esa misma tarde, Eisi terminó de arreglar los pisos que quedaron listos para recibir a los nuevos inquilinos. Fue entonces cuando doña Monsi llamó a Carmela para que les pasara un trapito, pero la mujer se negó, aduciendo que ella solo se encargaba de las escaleras. Así que el muerto le cayó a Neruda. 
Por la noche, una pareja de ingleses entró en el portal y la Padilla, que no estaba de acuerdo con meter a extraños en el edificio, les dijo que se habían equivocado y que allí no había ningún piso libre. "Gou, gou", les gritó, empujándoles hacia la salida. 
-No me gusta nada el andar de la perrita y no, precisamente el de las mías -se quejó María Victoria, temerosa de que el edificio acabara convertido en una pensión.
-Además, si eran ingleses, no se iban a enterar de nada y a mí, cuando digo que no se puede pisar porque el suelo está mojado, me gusta que lo entiendan a la primera -apostilló Carmela, apartando a una de las caniches del palo de la fregona que debió confundirlo con el bonsai. 
Una hora más tarde, entró un matrimonio de Albacete.
-Venimos al ático. ¿Alguno de ustedes es Neruda? -preguntó la mujer a la Padilla.
-¿Neruda? El único que conozco murió hace más de cuarenta años y, además, no tenemos ático. Lo que sí tenemos es un virus estomacal que ha infectado el edificio.
Al oír aquello, el matrimonio salió escopetado tapándose la boca con las manos para evitar el contagio. 
A la mañana siguiente, doña Monsi se extrañó de que aún no hubiera venido nadie preguntando por los pisos.
-Pues sí, raro es -contestó Úrsula con ironía. 
El sábado de Carnaval, a las cinco de la mañana, unos tambores de guerra nos sobresaltaron y todos corrimos hacia la escalera. 
La bata de franela de doña Monsi con ella dentro apareció en medio del rellano del tercero.
-Tranquilos, son los nuevos inquilinos -dijo bostezando.
-Pero si los echamos -apuntó Brigida, mientras se llevaba un codazo de su hermana en pleno costillar derecho.
Por suerte, y por culpa de la bata, doña Monsi no escuchó bien y empezó a contarnos que, como los ingleses y los de Albacete no habían dado señales de vida, el marido de la peluquera contactó con unos amigos brasileños que querían conocer el Carnaval de Tenerife. 
-Han venido trece: seis están en el ático y siete, en el bajo izquierda -nos contó.

Miré de reojo al suelo de la escalera y vi rastros de purpurina y plumas y un charquito sospechoso debajo de las caniches que temblaban asustadas. Pensé en la cara que pondría Carmela y me entró mucho miedo. 

sábado, 14 de febrero de 2015

QUÉ MALO ES EL FRÍO
El frío que hace este invierno no es normal, pero tampoco creo que sea el causante de las situaciones absurdas que se producen en este edificio. Aunque ya no sé qué pensar, porque el pasado miércoles Carmela le contó al del butano que cuando no logra calentar las manos es capaz de hacer cualquier cosa. "Lo que sea". Aquella afirmación se me quedó en la parte del cerebro donde se incrustan mis temores y esa noche soñé con Carmela a lo Freddy Kruger fregando la escalera. Por la mañana compartí mi angustia con Bernardo.
-¿Lo que estás diciendo es que el agua fría la puede trastornar? -me preguntó con los ojos más abiertos que el ojal de la chaqueta de un payaso. 
-Es que la pobre se pasa todo el día con las manos dentro del cubo de agua y en este edificio ya sabes que sale bastante helada. Temo que le dé por hacer alguna tontería -le dije.
María Victoria, que desde la desaparición con final feliz de su caniche no saca a las perritas a la calle, sino que pasea a las dos por la escalera del edificio, no pudo evitar escucharnos y dijo que hacía días que encontraba a Carmela muy rara y que ella también temía que estuviera empezando a desquiciarse por culpa de los estragos del frío.
-Por favor, un poco de sensatez. ¿Y las personas que viven bajo cero? ¿Todas son asesinas en serie? ¿Eh? -preguntó Bernardo. 
Por lo que pudiera pasar, María Victoria encerró a sus caniches en el piso y le pidió a su marido que, cuanto antes, consiguiera un arbolito para que las perritas pudieran hacer sus necesidades sin tener que salir de casa. Alberto compró un bonsái. "Suficiente para las dos", se justificó.
La amenaza de una transformación fatal de Carmela por culpa del frío corrió como la pólvora por todo el edificio y Brígida empezó a preocuparse. 
-¿En qué se convertiría? -le preguntó a su hermana Úrsula, mientras recogían las sábanas de la azotea.
-Pero ¿tú también estás con eso? Qué manía les ha entrado a todos ahora. ¡No hay relación entre el frío y la locura! -le gritó como una descosida tiritando por la brisa helada que bajaba de Anaga.
Viendo la que se estaba montando por una estúpida pesadilla, empecé a sentirme culpable y traté de tranquilizar a los vecinos, pero la situación ya se había desbordado.
A Tito, el hijo de la Padilla, se le ocurrió la "brillante" idea de abrir una cuenta en Change.org y pedirnos la firma a todos para que el calentador surtiera de agua caliente al cuartito de la limpieza. 

Tito -que estoy convencida de que no entiende ni siquiera el castellano- también le pasó la firma a Carmela y esta, al ver cómo todos nos habíamos movilizado para conseguir que sus manos tuvieran agua caliente, se emocionó. A la mujer le entró una llantina tan fuerte que María Victoria pensó que era el inicio de la fatal transformación y se encerró en el baño con las perritas y el bonsái. Allí, escondida, telefoneó a su marido y le pidió que volviera cuanto antes a casa.
Justo en medio de la llantina, doña Monsi entró en el portal, acompañada de Lupe, su inseparable amiga y peluquera, que venía abrazada a su marido, recién salido de la cárcel gracias a la condicional. 
-¿Y a ti qué te pasa? -le preguntó con desprecio la presidenta a Carmela, que, nada más verla, se le tiró encima a besuquearla, creyendo que la iniciativa del agua caliente había sido suya. 
Alertado, el marido de la peluquera se puso en posición de combate. En ese mismo instante Alberto, que entraba de la calle, se encontró con la escena, le hizo una cogida de tobillo combinada a Carmela, que remató con una pardelera y la dejó planchada en medio de la escalera. 
-Ya está. He reducido a la fiera -dijo desmelenado por el esfuerzo y esperando el aplauso de todos.
-Tú estás tonto, ¿verdad? -le recriminó Úrsula.
Desde entonces, Carmela se pasa el día poniéndose hielo en el pómulo que se golpeó al caer. ¡Qué frío, por favor!

domingo, 8 de febrero de 2015

CHIQUITO ESCÁNDALO
Ya no recuerdo lo que es dormir. Mi mente se ha desprogramado de tal manera que no consigo entrar en ese estado fisiológico de autorregulación y reposo uniforme del organismo. Cada vez que lo intento, en mi cabeza, resuena el eco lejano de las murgas y es que doña Monsi se ha pasado toda la semana viendo los concursos en la tele con el volumen tan alto que el edificio quedó sumido en un Dolby Surround que ya quisieran los multicines. El primero en explotar fue Bernardo.
-¡Por favor! Un poco de respeto, que a las cinco tengo que estar al volante del taxi -gritó por las escaleras el lunes. 
-Pues mira, chico, si madrugas un poco más y te pasas por el recinto, igual consigues un par de viajes con la gente que sale del concurso -le propuso la Padilla.
El taxista no le hizo ni caso. Le dio la espalda y se encerró en su piso. 
FOTO: carnavaldetenerife.com
El viernes -la noche de la final infinita- el escándalo era insostenible y más aún porque a doña Monsi le dio por tararear los pasacalles. Ante esta situación, Úrsula convocó una reunión de urgencia en el ascensor, que con la última derrama de la comunidad había quedado insonorizado y ahora es el único lugar del edificio donde podemos hablar sin oír ruido.
-Solo caben cuatro -dijo la Padilla, abriéndose camino para entrar la primera.
-Yo tengo que estar porque he sido quien ha convocado la reunión para ver qué hacemos con la presidenta y la maldita tele -aseguró Úrsula, mientras empujaba dentro a su hermana Brígida con ella. 
María Victoria y su marido quisieron entrar los dos, pero solo quedaba espacio para uno, así que él se quedó fuera cuidando de las caniches, que empezaron a gimotear al separarse de su dueña. Don Alberto, con los ojos aguados como si no la fuera a ver nunca más, le preguntó si quería que le trajese algo de comida o abrigo. 
-Por el amor de dios, que es una reunión dentro del edificio. Que no nos vamos al Himalaya -dijo la Padilla, cerrando la puerta del ascensor. 
La reunión se prolongó durante media hora. En ese tiempo, doña Monsi mandó a Neruda a hacer la ronda nocturna y al vernos sentados a don Alberto y a mí en las escaleras preguntó si pasaba algo. "¿Qué va a pasar? Es que en casa no escuchaba bien las murgas", le dije mientras Miniña se hacía pis en los pantalones de su dueño. Sin hacerme caso, Neruda cogió el móvil y empezó a teclear. 
-¿Cómo se escribe caniche? -me preguntó. 
-Con cuidado porque, a la que te despistas, te mean encima -dijo don Alberto con cara de asco.
-Con c de caniche -le contesté y me dio las gracias como si le hubiera resuelto el rosco de pasapalabra. 
Neruda se sinceró y nos contó que estaba escribiendo un whatsapp a doña Monsi para darle el parte nocturno, pues, con el escándalo que había, era imposible que le escuchara si la llamaba por el "walkie". 
-¿Por cierto? ¿Dónde ha guardado el cofre la vieja esa? -preguntó don Alberto separándose el pantalón mojado de los muslos y dando un giro de quinientos grados a la conversación. 
-Soy el jefe de seguridad del edificio y no puedo contestar a esa pregunta. Solo les adelanto que no hemos podido encontrar la llave, así que estamos esperando a que le den la condicional al marido de la peluquera para que nos ayude a abrirlo.
Neruda se dio cuenta de que nos estaba contando demasiado y se marchó.
En ese instante, la Padilla abrió la puerta del ascensor y nos llamó para explicarnos el plan para acabar con aquella estridencia. 
María Victoria era la pieza clave. Subió al piso de doña Monsi y, cuando terminó la murga que estaba actuando, aprovechó y tocó el timbre. La mujer abrió la puerta y, entonces, Miniña y Tuniña entraron como dos fieras hambrientas en el salón, tropezaron con los cables y tiraron el televisor al suelo. Al minuto, Bernardo se asomó por la ventana y gritó. 
-¿Por qué no suena ya la otra murga? No se puede dormir con este silencio.