Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 28 de julio de 2015

FUERTE(A)VENTURA
Que en la vida todo es posible lo demostró Carmela convirtiéndose en la flamante única ganadora del concurso de resistencia organizado por Eisi y, por tanto, acompañante de doña Monsi en su viaje a Fuerteventura. Como era de esperar, la mayoría de los vecinos no encajaron la derrota. 
-Lo de seguir moviendo la mano cuando se había desmayado es por el embarazo ese que tiene. Esta mujer no tenía que haber participado. Es una tramposa -dijo Eisi enrabietado.
Con su barriga de cinco meses, que por el volumen más parece ya de dos años y medio, Carmela salió del edificio el lunes con la presidenta rumbo al aeropuerto. Iba pletórica, como si hubiera ganado Eurovisión por 20 puntos más que Guayominí. Quien no estaba nada contenta era doña Monsi, y eso se le notaba en la cara y en el pelo. Ni toda la laca del mundo habría sido capaz de adecentar esa nube de algodón estofada. 
-Pero ¿a dónde vas tú con todas esas maletas? -gritó la presidenta al ver a Carmela en el portal y le echó una mirada casi tan repulsiva o incluso más que el nuevo sujetador de piel de serpiente Rey de San Luis Potosí que se ha comprado María Victoria en las rebajas. 
Siguiendo el consejo de la Padilla, ella no le contestó y se limitó a meter las cuatro maletas en el taxi de Bernardo que se había ofrecido a llevarlas al aeropuerto a cambio de que le perdonaran la cuota de la comunidad del próximo mes.
-¿Puedes poner algo de aire? -preguntó Carmela sofocada por la falta ventilación en el taxi y nerviosa porque era la primera vez que salía de la Isla en avión. 
Agobiada cogió uno de los periódicos deportivos que Bernardo tenía tirado por el suelo y empezó a abanicarse contra el pecho, con tanta fuerza que pensamos que la foto de Iker Casillas salía volando y el portero regresaba a Madrid. 
A las cinco menos cuarto de la tarde, Carmela y doña Monsi salieron rumbo al aeropuerto del Norte. Aunque ninguno dijimos nada, estoy segura de que a todos nos dio un poco de sentimiento verlas marchar a través de aquellas ventanillas que las empequeñecía cuanto más se alejaban. "Las voy a echar de menos", le dijo la Padilla a Cinco Jotas, que tenía cara de no entender nada de lo que estaba pasando, que para eso es un cerdo.
Ya en el aeropuerto, Bernardo se despidió de ellas y esperó por si caía una propina, pero había tanta niebla que perdió de vista a las mujeres y a punto estuvo de subirse en otro taxi, pero el olor a ambientador lo sacó de su error. 
En el control de seguridad, Carmela seguía sin poder contener los nervios y se puso como una energúmena cuando uno de los vigilantes les dijo que se tenían que quitar los zapatos.
-¡Doña Monsi, no lo haga! Por ahí empiezan y luego nos pedirán que nos quitemos la faja -dijo Carmela, mientras otro de los vigilantes les hacía señas para que no entorpecieran la cola. 
-No insista, que no nos vamos a quitar nada. Pervertido -le espetó sin reparo. 

Doña Monsi, acostumbrada a viajar entre Barcelona y Tenerife, no daba crédito a lo que estaba pasando y le pidió a Carmela que se dejara de tonterías.
-Señora, si no se quita los zapatos no podrá pasar -insistió el vigilante
-¿Por qué no te quitas tú los pantalones, eh? -le desafío Carmela. 
Doña Monsi, avergonzada, hizo como si no la conociera, se quitó los zapatos, pasó el control y siguió su camino hacia la puerta de embarque. 
A las siete de la tarde, cuando pensábamos que las dos mujeres ya volaban hacia Fuerteventura, Carmela apareció en el portal arrastrando la ristra de maletas. 
-Pero ¿qué ha pasado? -preguntó la Padilla y, del susto, María Victoria sintió que el sujetador serpenteado cobraba vida. 
-Pues que unos hombres querían que nos desnudáramos antes de subir al avión. Yo escapé loca pero doña Monsi accedió -explicó Carmela más sofocada que el abuelo de Cinco Jotas el día de la romería de San Benito. 
Así que al final, después de tanto rollo y peleas, la presidenta acabó viajando sola. Ayer nos mandó una postal desde las playas de Corralejo. 

lunes, 20 de julio de 2015

RESISTENCIA O INSTINTO
No sé cómo fue ni qué fuerza interior me hizo tomar la decisión -tal vez fue el calor-, pero el lunes por la tarde les comuniqué a los vecinos que renunciaba a luchar por una plaza en el viaje a Fuerteventura con doña Monsi. Aproveché que estábamos todos en el portal porque la presidenta nos había citado para quejarse del abuso que, según ella, estábamos haciendo de las neveras.
-Pues claro, señora, con estos calores... ¿Qué quiere? ¿Que ponga el helado en el horno? -se quejó la Padilla y aprovechó la coyuntura para pedirme (ya que yo no iba a ir de viaje) que me quedara con Cinco Jotas.
A la mañana siguiente, María Victoria también me abordó en la escalera para suplicarme "engradecidamente" que me quedara con sus dos caniches.
No pude decirle que no a ninguna de las dos.
-Tú estás loca -me dijo Carmela, más sudorosa que el calcetín de Nadal.
-Es que me da pena. Ya sabes que doña Monsi ha prohibido que vayan los perros y el cerdo al viaje -le recordé.
-Pues que se queden ellas cuidando a sus animalitos. Además, no sé si soportaré ver a María Victoria con bikinis XXL llenos de manchas de tigre correteando por las playas de Corralejo -comentó Carmela.
Tras mi renuncia, Eisi, organizador oficial del concurso de resistencia, sobornó al del butano, con no sé qué chanchullo, para que hiciera de juez. El hombre estaba encantado, sobre todo porque Eisi lo trató a cuerpo de rey.
-Solo tienes que estar pendiente de que mis convecinos no hagan trampas -le explicó mientras le servía un par de cervezas fresquitas y unos berberechos.
-Vaya forma más descarada de comprarlo. No es listo ni nada el exconvicto este -protestó Úrsula.
El miércoles a las cinco de la tarde nos reunimos en el portal y Eisi insistió en que fuera yo quien diera el pistoletazo de salida con su Magnum. Me negué en rotundo.
-Pero si no tiene balas de verdad. Esas las gasté cuando atraqué la carnicería -me dijo tan tranquilo.
-¡Basta! La chica lo hará a lo tradicional -gritó Úrsula y, a la de tres, empezó el abaniqueo loco.
Los primeros cuatro minutos todo fue sobre ruedas, hasta que María Victoria empezó a quejarse de que la Padilla estaba levantando demasiado aire y que eso le afectaba a la garganta.
-Vaya con doña delicada. Me da que tú de lo que tienes miedo es de que se te caiga una de esas manchas ridículas -le dijo señalando a la camiseta aleonada.
Con tanto abanico, el portal parecía una clase de aspirantes a Locomía y, en medio de aquel frenesí, Carmela emitió un suspiro y, sin dejar de mover el abanico, susurró que se encontraba mareada.
-¡Rápido! Que alguien llame a una ambulancia -gritó Alegría.
-¡Nooo! Solo quiero agua -gritó Carmela, temiendo que se la llevaran y perder así el concurso.
Dos horas después, el cansancio empezaba a hacer estragos.
-No puedo más -se lamentó María Victoria, que le colocó el abanico a su marido en la otra mano. Sigue tú por mí.
-¡Eh! Eso no vale. Señor juez, échelos inmediatamente -gritó la Padilla.
-Estoy cubriendo a mi esposa -aclaró Alberto moviendo los dos abanicos.
El del butano puso cara de ¿y-ahora-qué-hago? y, después de consultarlo con la mirada fulminante de Eisi, no tuvo dudas.
-¡Descalificados los dos!
María Victoria chilló como una anaconda acorralada, pero su marido dejó de abanicarse y aceptó la decisión. "No podemos ir en contra de un juez", le advirtió a su mujer, que subió las escaleras con tanta rabia contenida que imaginé que explotaba y llenaba el edificio de manchas de tigres, leones y cebras.
-Ahora solo queda que uno deje de abanicarse y el resto nos vamos de viaje -calculó Eisi.
Una hora más tarde, Carmela volvió a marearse y esta vez cayó redonda al suelo. La Padilla, Úrsula, Brígida, Neruda, Eisi, Alegría, Bernardo y Dolors se acercaron a ella y alguien comentó: "Ya podemos parar. Quedamos ocho". En ese instante, todos soltaron los abanicos.
La felicidad solo duró hasta que el del butano advirtió.
-Pero Carmela no ha dejado de abanicarse.
Cuando miramos a la mujer, tirada en el suelo, comprobamos que seguía moviendo el abanico de forma inconsciente.

lunes, 13 de julio de 2015

QUE CORRA EL AIRE
El calor ha hecho verdaderos estragos esta semana entre los vecinos, y solo cuando Carmela sufrió un mareo que la dejó escarranchada en medio de las escaleras, doña Monsi aceptó buscar una solución para hacer frente a las altas temperaturas.
-Vaya, ¡por fin se digna a poner aire acondicionado! -se emocionó la Padilla, que, desde el lunes, lleva sin sacar a Cinco Jotas del edificio por miedo a que sude como un cerdo. Como si fuera otra cosa.
-No te ilusiones, que si termina poniendo uno será de esos baratos -dijo Carmela con un ventilador colgado a la espalda que le ha fabricado Eisi para estos días de calor intenso.
El jueves por la tarde despejamos nuestras dudas, cuando dos señores cargados -uno con una caja y otro con una factura- llegaron resoplando.
-¿Dónde dejamos esto? -preguntó uno de ellos.
-¿Dejarlo? ¿Es que no lo van a montar? -preguntó Carmela.
El que debía ser el jefe soltó una carcajada que se escuchó hasta la farmacia.
-¿Montarlo? De verdad, señora, si quiere lo hacemos pero serán 100 euros más. Tú, niño abre la caja y móntaselo como puedas -le indicó a su compañero.
El chico abrió la caja que estaba llena de abanicos, cogió uno, lo extendió con cuidado y dijo: "Aquí tiene. Funciona moviendo la muñeca tal que así".
Todos nos quedamos con cara de tontos, mirando cómo movía aquel artilugio que, en un principio, pensamos que podría tratarse de un aparato de aire acondicionado de diseño. Volvimos a la realidad cuando el jefe nos preguntó quién firmaba la factura.
-Eso es, doña Monsi -apuntó María Victoria, que ya había cogido uno de los abanicos y se lo había dado a su marido para que practicara el jueguecito de muñecas.
Eisi subió a avisar a la presidenta y, enseguida, bajó al portal. Cuando se abrió la puerta del ascensor, la mujer surgió como si fuera Darth Vader por culpa de un corrientazo que le había dejado un resfriado de campeonato. Peor se quedó cuando vio la factura y preguntó sofocada por qué era tan caro. Uno de los señores le explicó que el montaje siempre encarece.
-¿Pero qué montaje ni que ocho cuartos? -gritó doña Monsi, levantando más aire que el abanico de María Victoria, que su marido agitaba con estilo de jugador de futbolín-. Abónale lo que estaba pactado y ni un céntimo más -le ordenó a Eisi.
Los hombres cobraron y se marcharon. Eisi aprovechó para preguntarle a la presidenta si ya había decidido a quién se llevaría a Fuerteventura de vacaciones.
-Eso. En este edificio somos trece, pero el regalo decía que solo podría elegir a ocho vecinos para que le acompañen -le recordó Carmela.
-¡Basta! Pesados que son todos. Tengo el billete para el 20 de julio, así que tendrán que ponerse de acuerdo entre ustedes. A mí me da igual. Más me gustaría que no viniese ninguno, pero eso no lo contempla la letra pequeña. Lo que no pienso aceptar es ni perros ni cerdos -dijo la mujer entrando en el ascensor de regreso a su piso.
Cuando se cerró la puerta, se armó un revuelo. Todos teníamos razones por las cuales debíamos estar entre los ocho elegidos. Carmela sugirió organizar una reunión para abordar el tema y, esa misma noche, quedamos en la azotea, donde corría algo más de aire.
Carmela tomó la voz cantante.
-Sé que todos queremos ir de vacaciones, pero solo podemos ir ocho más ella.
-¿Po-de-mos? ¿Estás dando por hecho que tú vas? -preguntó la Padilla subiendo el tonito y mirándola como si quisiera decirle "tú con esa barriga y ese ventilador a la espalda no llegas ni a la esquina".
Viendo que la cosa se iba a desmadrar otra vez, Alegría pidió paz y sugirió que hiciéramos un concurso. Neruda, que va mejorando de su golpe en la espalda y sigue enamorado de la joven aspirante a monja, la miró embelesado.
Después de dos horas discutiendo, Eisi recordó que, cuando estaba en la cárcel, solía organizar concursos de resistencia.
-Podríamos hacer uno de abanicos. Los ocho que aguanten más tiempo abanicándose nos vamos de viaje con la vieja.
Y en esas estamos; practicando para el próximo miércoles que es cuando empieza el concurso. Menuda ventolera se va a meter.

domingo, 5 de julio de 2015

HAY UNA CARTA PARA TI 

Julio ha llegado como siempre y Carmela pensó que se quedaría todo el año. Le costó entender que el tal julio era el mes y no un nuevo inquilino. Su problema es que no escucha y, cuando oye algo, su mente empieza a emitir señales que, enseguida, se transforman en palabras que suelta a discreción. Entendiendo por discreción todo lo contrario. En fin, que la llegada del nuevo mes ha venido con novedades. Para empezar, Neruda está de baja, tras el tremendo golpe que recibió con el extintor la víspera de San Juan.
-Pero si solo era espuma -se justificó Úrsula cuando todos le echamos en cara tremenda salvajada.
-Espuma es lo de dentro; te recuerdo que lo lanzaste con el envoltorio -le aclaró su hermana, que, por pena, se pasa las tardes abanicando al convaleciente, intentando que el aire entre por alguna rendija del vendaje.
A falta de Neruda, doña Monsi ha ascendido a Eisi a jefe de seguridad del edificio, lo cual no supone ninguna tranquilidad si tenemos en cuenta que la última vez que ocurrió lo mismo fue cuando, a plena luz del día, nos robaron la puerta de entrada.
A Eisi se le ha subido tanto el cargo a la cabeza que, aparte de ponerse la corbata que dice que su mujer le regaló en San Valentín -aunque lleva las iniciales B.R. y es idéntica a la que perdió Bernardo-, también le ha dado por pedirnos el DNI si queremos subir al ascensor.
-Déjate de tonterías. Me conoces perfectamente -se quejó la Padilla, cuando volvía de clases de ladridos con Cinco Jotas y Eisi le solicitó el documento.
-Cumplo con mi trabajo, señora. Y ¡ojito! que lo tiene caducado -le advirtió.
Con los calores y la barriga de mellizos, Carmela vaga como alma en pena por el edificio. Alegría, la sobrina aspirante a monja de la Padilla, le ha cogido cariño y le ha comprado un ventilador para cada tramo de la escalera.
-Niña, ¿tú estás loca?
- ¡Ay!, tita, es que me da tanta pena. En su estado y limpiando las escaleras -le dijo la joven a la Padilla, que apenas podía oírla porque Cinco Jotas se había puesto a practicar un ladrido amenazador.
-Qué poco la conoces. Su estado es la vagancia pura. Ella se pasa el día subiendo y bajando con chismes y es el aire que levanta el que realmente arrastra las pelusas -le aclaró la Padilla.
El jueves, en su ronda de seguridad, Eisi revisó los buzones y encontró una carta que venía a nombre de la presidenta: "Nuestra agencia tiene un secreto que contarle", leyó en el sobre. Se asustó pensando que doña Monsi había contactado con una agencia de detectives para averiguar su oscuro pasado y, temiendo que descubriera que fueron sus excompañeros de celda los que habían robado la puerta, escondió el sobre. Pero Carmela, al acecho de todo menos de las pelusas, lo vio y subió corriendo a contarle a doña Monsi. En menos de cinco minutos, la presidenta estaba en el portal.
-Eisi, ¿alguna novedad? -preguntó.
-Señora, no señora -dijo él, como si la mujer fuera capitana general de algún regimiento.
-¿Ha llegado alguna carta para mí?
-Carta, lo que se dice carta, va a ser que no, señora.

Doña Monsi, que tiene menos paciencia que yo la víspera de un viaje a Nueva York, empujó al jefe de seguridad sustituto y le quitó la carta.
Rápido, va a ocurrir algo desagradable -gritó Carmela por las escaleras y, como ya es habitual, todos bajamos al portal.
- Alberto, esconde a las caniches. No quiero que sean testigos de una matanza -le pidió María Victoria a su marido.
"Peor es que te vean con esos leggins y aquí siguen, tan normales", pensó él viendo correr a su mujer escaleras abajo.
La Padilla sí decidió bajar a Cinco Jotas. "Tienes que curtirte en peleas", le dijo.
Una vez en el portal, doña Monsi ordenó a Carmela que leyera la carta.
-Estimada señora Monserrat Serrat del Monjos... ¿Usted se llama así ?
-Sigue, imbécil -le gritó.
-...Nuestra agencia le ha seleccionado para que disfrute de unas vacaciones, gratis a Fuerteventura, con ocho vecinos de su comunidad
-¡Vaya! -exclamó Carmela y todos nos miramos pero nadie dijo nada hasta que Úrsula habló.
-Pero somos doce. Cuatro no podrán ir.