Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 5 de septiembre de 2016

TRÁFICO INTENSO 
Haberme alejado unas semanas del edificio me dio fuerzas para regresar, aunque bastaron unos días para darme cuenta de que aquí la presidenta sigue tomando decisiones unipersonales. La noche que llegué de mi viaje, cargada con maletas y unas cuantas horas de sueño atrasado, me encontré con las hermanísimas, la Padilla y el padre Dalí, haciendo cola en el portal para subir las escaleras.
-Este semáforo es eterno -se quejó el cura, que ha empezado a dar misa en la azotea.
-¿Semáforo? -pregunté.
-Sí esos aparatos luminosos que regulan el tráfico -me explicó la Padilla.
-Ya, mujer. Sé lo que son. Lo que no entiendo es qué hacen dentro del edificio.
Nadie hizo caso a mi comentario porque, en cuanto el aparatito de marras cambió a verde, mis cuatro vecinos salieron disparados escaleras arriba.
-Doña Monsi ha puesto semáforos para subir y bajar, después del accidente que tuvo cuando chocó con María Victoria y perdió uno de los empastes de oro -me explicó Carmela que, ahora, solo puede limpiar las escaleras cuando está en ámbar. 
-Pero ¿y el ascensor? -pregunté con miedo a la respuesta.
-Pero, niña, ¿tú cuánto tiempo has estado fuera? ¿No te has enterado? -me dijo Carmela.
No sé si era el cansancio, pero, sin avisar, el corazón empezó a latirme como si estuviera centrifugando. Lo hacía con tanta fuerza que pensé que cuando aquel órgano romántico recuperara su frecuencia normal mi sangre sería la más limpia del mundo.
-Tenemos un okupa -me dijo mientras aprovechaba el color naranja para pasarle la fregona a medio escalón, que es lo que le da tiempo-. Al tipo lo llaman Copirray y es experto en reproducción asistida.
-¿Un médico okupa? -pregunté aún más preocupada, temiendo que, en lugar de dos semanas, en realidad, yo hubiera estado fuera una eternidad; suficiente para que mi vida hubiera migrado a otra dimensión.
-¿Quién ha dicho que sea médico?
-Acabas de decir que es especialista en reproducción asistida, ¿no?
-Sí, claro. ¿Y? El tipo hace reproducciones de cuadros famosos y los vende en el mercado negro con la asistencia de un colega que le busca clientes.
Después de un largo viaje en avión, me sentía demasiado agotada para digerir todo aquello, así que esa noche no pregunté nada más, deseando que, al día siguiente, cuando despertara, todo hubiera sido producto de un brutal "jetlag". Lamentablemente, no fue así. Cuando abrí la puerta de casa, me topé con una sonrisa bastante conocida pintada en la pared de mi rellano.
-Pero ¿esto qué es?
-Hija, de verdad, me sorprende la poca cultura que tienes tú, que eres periodista. No ves que es la "Mona Lisa" -me dijo la Padilla, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde y señalando aquella sonrisa, que más bien se parecía a la de mi carnicera cuando su marido le roza el muslo al pasar de un lado a otro del diminuto mostrador donde despachan los solomillos.
En el portal encontré de nuevo a Carmela y me contó que Copirray es feliz en el ascensor porque fantasea imaginando que es una mansión.
-Para ir a la cocina pulsa el primer piso, cuando se va a dormir, el segundo; el baño está en el tercero y su taller de pintura en el cuarto.
También me contó que, además de traficar con los cuadros, había "decorado" las paredes de nuestro edificio. Sorprendida, pregunté si doña Monsi no lo había denunciado ya a la policía.
-Qué va. La vieja vio negocio enseguida. Como no pudo echarlo, ella misma le propuso convertir el edificio en un pequeño museo. Y, aunque no te lo creas, la presidenta está sacando una pasta gansa con esta historia. Y, claro, los vecinos están contentos porque les ha rebajado la cuota mensual.
El sonido inesperado de una alarma me hizo salir de aquella nube de confusión absurda. De repente, Eisi, vestido con un uniforme azul y la palabra "seguridad" escrita a mano a la altura del pecho izquierdo, apareció ante nosotras.
-A ver, señoras, me van desalojando las escaleras que en cinco minutos abrimos las puertas del museo y ya hay gente fuera haciendo cola.
Decidí salir a la calle. Necesitaba tomar aire.
A lo lejos escuché cómo Eisi gritaba: "Los visitantes al museo, cola derecha. Los que vienen a misa, cola izquierda. Y me respetan los semáforos".

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