Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 14 de noviembre de 2016

EL RETORNO

Hasta que Carmela se recupere, Eisi será el vigilante de las escaleras. Y ese, y no otro, es exactamente su cargo porque, lejos de coger el cubo y la fregona, ha decidido que lo mejor es no ensuciar y se pasa el día controlando que no dejemos marcas con los zapatos ni levantemos mucho aire para que las pelusas no se apalanquen en los escalones. A la que no le gustó nada la restricción fue a María Victoria que había empezado una tabla de ejercicios para reducir el volumen de los muslos porque vio en su tienda preferida unos pantalones de piel de melocotón recién recolectado pero solo quedaban de la XS.
- Pues yo necesito usar las escaleras para sudar -se quejó cuando Eisi le cortó el paso.
- Por aquí no pasa nadie -le insistió el super vigilante.
- ¡Insensible! Voy a conseguir entrar en esos pantalones -le gritó con desprecio.
Ante el jaleo que se había montando, doña Monsi que no cabe en sí de gozo desde que Trump salió elegido presidente de los Estados Unidos, prohibió terminantemente usar las escaleras y amenazó con construir un muro si desobedecíamos sus órdenes.
- ¿Para qué demonios está el ascensor? -nos recriminó la presidenta como si no lo usáramos por dejadez cuando la realidad es que no lo hacemos porque ella le puso un código de seguridad en la última revisión y nunca nos dio la clave.
La negativa de Eisi y la prohibición de doña Monsi a dejarnos pasar por las escaleras, obligaron a María Victoria a coger el ascensor muy a su pesar (nunca mejor dicho).
- El aparato ese tiene un límite de carga -le advirtió la Padilla que, desde que le requisaron a su cerdo por presunto atentado ecológico, lo ve todo negativo.
María Victoria no le hizo caso y entró en el ascensor. Probó varias combinaciones para intentar desbloquear el arranque y, en una de estas, la puerta se cerró y empezó a moverse. La Padilla esperó a que el aparato regresara al portal para, también ella, subir a casa. A los dos minutos, un golpe seco le indicó que el ascensor había llegado. Abrió la puerta y una joven con una melena dorada y cintura de avispa salió de aquella caja gris plata.

- Uf, qué mareo. Casi me vomito ahí dentro.
- Pues te vas y lo haces en tu edificio, niña -le afeó la Padilla.
- Ay, qué borde te pones, Padi.
- Perdona... ¿Acaso nos conocemos para que me llames Padi?
- Pues claro ¿Qué te pasa? Soy María Victoria -dijo la chica, mirando a Eisi y a Úrsula, que también la escudriñaban.
Sin duda, aquella voz que salía de unos labios sensuales era la de María Victoria y ella misma olía a la fragancia de triple ración de jazmín que se echa pero el cuerpo era 30 años más joven.
Por primera vez en tres días, Eisi apartó la vista de las escaleras para centrarla en su joven y atractiva vecina.
Extrañada, María Victoria se miró en el espejo del ascensor y pudo comprobar que aquel reflejo era ella pero mucho más joven y delgada.
- Fíjate, sus dos muslos juntos ahora no llegan ni a uno -chismorreó Úrsula.
- ¿Y cuándo te has operado? Pareces una niñata -comentó Úrsula con más pelusilla que las que vagan por nuestro edificio.
- No yo...no... yo solo entré en el ascensor y toqué los botones hasta que se desbloqueó el código de seguridad -aclaró ella.
- ¡Eso es! Al intentar desbloquearlo puso un código que le ha hecho retroceder en el tiempo -explicó Eisi.
- ¿Como la máquina de 'Regreso al futuro' pero al pasado? -preguntó Úrsula, sacudiendo a María Victoria para que le soplara la combinación mágica.
- Que no me acuerdo. Solo sentí como si cayera al vacío -se excusó.
- Jo, yo también quiero ser joven como ella -se quejó la Padilla.
Por ahora no ha podido ser. Eisi se ha pasado toda la semana intentando encontrar el código pero el ascensor no se mueve, con lo que doña Monsi ha tenido que levantar la prohibición de las escaleras. Ayer tarde, María Victoria las subió ágil como una gacela, con su melena al viento y con los pantalones de piel de melocotón ajustados a sus muslos veinteañeros. El resto vamos a otro ritmo.

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