Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL ALMUERZO DE NAVIDAD
En el edificio desconocíamos lo testaruda que podía llegar a ser Carmela hasta que lo comprobamos en carne propia cuando el pasado martes empezó a exigir sin solución de continuidad que quería una comida de Navidad como hacen todas las empresas por estas fechas. La Padilla le aclaró que ella no trabajaba en ninguna empresa, sino en una comunidad de vecinos, y que nosotros no organizamos almuerzos, sino cenas en Nochebuena, pero que eso era otro tema que tenía que ver con una empresa creada hacía más de dos mil años.
-Esto es lo que me molesta de este país. Luego se extrañan de que la cantera como yo se marche a buscar empleo fuera. ¡Desagradecidos! -gritó por el hueco de la escalera mientras echaba doble ración de lejía al cubo.
-Lo de la cantera lo dirá por la cara dura que tiene porque la señora ya está cascadilla -comentó Eisi, que está de un faltón que tumba pa'trás. 
Tras el incidente, Carmela se pasó todo el día amulada y pringando las escaleras con lejía, con lo que, a media tarde, a María Victoria le dio un vahído y tuvimos que abrir de par en par la puerta de entrada a ver si se ventilaba el ambiente.

-¿Y cesta de Navidad? -preguntó, por ver si colaba, cuando pasó doña Monsi, que venía de comprobar cómo iba la decoración del árbol de 15 metros que ha incrustado en el hueco del ascensor.
-A ti se te va la cabeza, ¿no? -le espetó la presidenta-. Pero ¿tú tienes idea de lo que he pagado por este abeto? ¿Sabes cuánto me costará mantener las mil bombillas LED? 
Al escuchar aquel comentario, la Padilla estuvo a punto de saltar a la yugular de la presidenta, pero, por fortuna, Úrsula logró frenarla a tiempo. 
-Tendrá cara. Claro que sabemos lo que nos va a costar a todos el caprichito de la señora. Lo ponen los recibos que nos pasará este año, el próximo y el siguiente -se quejó.
-Eh, tranquilas, que igual no vamos a tener que pagar nada de nuestros bolsillos -comentó Eisi, haciendo un gesto con las cejas para que mirásemos a dos señores que acababan de entrar al edificio, aprovechando que habíamos dejado la puerta abierta para airear el fuerte olor a lejía.
Al ver el árbol se quedaron maravillados, pero Eisi le dijo que las visitas al abeto gigante no eran gratis. Sobre la marcha colgó un cartelito con el precio de entrada y, sorprendentemente, no pusieron pegas. En menos de cinco minutos, la cola para ver aquel gigante verde y luminoso daba vuelta a la esquina. 
Sin embargo, justo cuando más necesitábamos que el edificio estuviera decente, Carmela anunció que se iba a poner en huelga hasta el año que viene. 
-Si no hay cena ni cesta, esta que está aquí no limpia -aseguró, y le endosó el cubo y la fregona a María Victoria. Asustada, la mujer los tiró al suelo y subió corriendo a su piso a desinfectarse las manos.
Bernardo, el taxista, fue el primero en mostrar su preocupación. Los padres de su esposa, Xiu Mei, llegarán en los próximos días para pasar la Nochebuena con ellos en el edificio y no quería causarles mala impresión.
Después de darle vueltas a la crisis de salubridad que se nos había montado, Úrsula propuso que la única forma de convencer a Carmela para que retomara la limpieza de las escaleras era hacer un almuerzo de empresa para ella. Todos estuvimos de acuerdo y, por supuesto, no se lo comentamos a doña Monsi.
Sobre la marcha, Eisi montó una mesa y sillas en la azotea. Úrsula preparó una carne, riquísima, con salsa de almendras. Bernardo nos sorprendió con cinco postres. La Padilla compró el pan y María Victoria, las bebidas. Yo me encargué de los adornos navideños. El padre Dalí bendijo la mesa y Neruda pinchó villancicos. Cuando llegó Carmela, se llevó una sorpresa tremenda y empezó a llorar. Fue muy emotivo. Y un poco cursi. 
La fiesta se prolongó todo el día. Pasada la medianoche, dos agentes de policías, acompañados de doña Monsi, aparecieron en la azotea alertándonos de que una marabunta colapsaba la calle ansiosa por ver el árbol. 
-¿De quién fue la idea? -gritó desaforada la presidenta.
Todos levantamos la mano.

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