Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 30 de enero de 2017

AL TRUMPAZO

Desconozco si la causa por la que doña Monsi se ha convertido en una copia de Donald Trump tiene que ver con la genética capilar en la zona del tupé, pero lo que está claro es que la presidenta ha adquirido los vicios de su homólogo. Tanto es así que el pasado jueves nos quedamos con la mosca detrás de la oreja cuando vimos a Neruda colocando un atril en lo alto de las escaleras que dan al portal.
-¿Pero qué es todo este lío? -se quejó Carmela al comprobar cómo le había dejado el suelo.
-A las cinco comparece doña Monsi -dijo Neruda.
-¿Y eso?
-Un atril.
-Eso ya lo sé. Me refiero a por qué comparece.
-La presidenta va a hablar.
-Vaya novedad. Eso ya lo hace a cada rato.
-Sí, pero esta vez tiene que comunicar algo importante -concluyó Neruda, que, seguidamente, encendió la megafonía del edificio para avisarnos de la cita.
Nos pareció una estupidez más de doña Monsi, pero a las cinco menos cuarto estábamos todos esperando en el portal, incluida María Victoria, que canceló su tarde de compra de "leggins", ansiosa por descubrir qué era lo que tenía que anunciarnos aquella mujer.
Por fin, a la hora prevista en punto, la presidenta apareció acompañada de un tipo trajeado y con un pinganillo en la oreja.

-Buenas tardes, vecinos -dijo la presidenta, vestida de negro riguroso y pegando tanto la boca al micrófono que sus palabras retumbaron en todas las escaleras como si fuera un fantasma.
El hombre del pinganillo se asustó al escuchar aquella voz del más allá, sacó una pistola del bolsillo interior de la chaqueta y empezó a apuntar como un loco en todas las direcciones.
-¡Dios mío! Está armado -gritó la Padilla, señalando a la Magnum 44 que sostenía aquel tipo que parecía un tiovivo moviendo los brazos en círculo.
-¡Goyo! Baja eso inmediatamente -ordenó doña Monsi-. Ninguno de ellos querría matarme.
-Mmmm... Yo no estaría tan segura -le comentó Úrsula en voz baja a su hermana, que se había quedado más congelada que un lomo de merluza y temblaba como un flan.
-Vaya menú estás hecha -bromeó Eisi, al que todo aquello le parecía más divertido que Sálvame Deluxe.
-Bueno, al grano, que no tengo toda la tarde -dijo la voz fantasmal de doña Monsi-. Comparezco ante ustedes para comunicarles que desde hoy queda terminantemente prohibida la entrada a este edificio de personas que no vivan en él.
A sus palabras siguió un revuelo. Todos hablábamos al mismo tiempo y no se entendía nada. María Victoria levantó la mano y lanzó una pregunta.
-¿Y el del butano?
-¿Acaso vive aquí? -preguntó doña Monsi.
-No.
-Pues no entra. Siguiente pregunta.
-¿Y qué pasa conmigo? Trabajo aquí -recordó Carmela.
-No podrás entrar tampoco.
-Eso es ilegal. No tiene autoridad para impedirme la entrada.
-Más ilegal es entrar aquí sin ser residente.
-Pero yo tengo mi casa en Taco y trabajo aquí.
-Pues tendrás que alquilar un piso en el edificio si quieres seguir trabajando.
-No queda ninguno vacío -recordó Úrsula.
-Goyo, desalójala -ordenó la presidenta.
El presunto guardaespaldas agarró a Carmela y la llevó hasta la puerta.
-No puede ser -sollozó María Victoria-. ¿Y ahora quién quita las pelusas?
-Lo que está haciendo va contra la ley -gritó la Padilla.
-Goyo, la carpeta -pidió la presidenta al pobre hombre, que no daba abasto a todas sus órdenes.
Doña Monsi abrió la carpeta sobre el atril y empezó a garabatear.
-He firmado el decreto de expulsión de todas las personas ajenas a este edificio.
Nos quedamos sin palabras.
-Goyo tampoco vive aquí -gritó Úrsula.
-Vive conmigo -dijo la presidenta.
-Zorra -musitó María Victoria.
Esa noche nadie dijo nada. Nos habíamos quedado impactados, sin estrategias. Y sin Carmela.
Al día siguiente, al bajar nos encontramos con una señora menudita pasando la fregona a las escaleras.
-¿Y usted quién es? -preguntó Bernardo, el taxista, cuando salía a trabajar.
-Gloria del Paraíso.
-¿Y qué hace aquí?
-Limpiando las escaleras.
-Eso ya lo veo, pero creo que no puede hacerlo si no vive aquí. Eso fue lo que dijo la presidenta.
-Pero yo sí vivo aquí -dijo la mujer, señalando a la puerta al lado de los buzones.
-Ese es el cuarto de contadores.
-Sí, doña Monsi me lo acaba de alquilar.

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