Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 23 de enero de 2017

EQUIPO DE ÉLITE
La entrada fortuita al edificio de un grupo de especialistas en desactivación de artefactos explosivos nos levantó a todos el estómago. María Victoria empezó a gritar como una descosida cuando vio cómo se colocaban en posición de alerta máxima en el portal y corrió escaleras arriba en busca de las botas de piel de manzana Golden Delicious. No quería morir sin haberlas estrenado. La Padilla se atrincheró en su piso, pensando que aquellos hombres venían a llevarse a Cinco Jotas que, desde su regreso, no ha dejado de engordar y tememos que, en cualquier momento, el cerdo rebase su capacidad y explote.
En medio de aquella situación, Eisi nos tranquilizó al contarnos que el grupo de especialistas había venido para rescatar la bombona que se había quedado encerrada en el ascensor cuando días atrás el butanero se lió a puñetazos con el vigilante en una pelea que se saldó con un ojo morado, una costilla rota y un elevador inutilizado.
-Necesitamos que abandonen el edificio -gritó uno de los hombres que debía de ser el jefe.
-Oiga, ¿y no pueden volver más tarde? -dijo Úrsula que llegaba de la calle y se encontró con aquella parafernalia.
-Señora, no es una sugerencia, es una orden. Con lo puesto y a la calle -gritó más fuerte aún.
-A mi no me hable en ese tonito -se quejó la mujer con cara de ofendida.

Mientras tanto, en su casa, la Padilla había buscado un escondite en el hueco que quedaba entre la mesa del comedor y el mueble del salón. Le suplicó a Cinco Jotas que no hiciera ningún ruido extraño y que dejara los gases para otro momento. El pobre cerdo no entendió nada y trató de encajar su cuerpo en aquel espacio diminuto.
-¿Es que no ves que han venido a por ti? -le recordó la Padilla, ajena a la realidad.
El jefe de los especialistas en explosivos preguntó en voz alta si todos los vecinos habíamos salido ya o si echábamos a alguno en falta. Carmela hizo un recuento rápido y se dio cuenta de que allí no estaban ni María Victoria, ni la Padilla con su cerdo, ni la presidenta doña Monsi.
-Faltan dos vecinas y un cerdo -dijo.
-¿No son tres los que faltan? -susurró Bernardo al oído de Carmela.
-Tú, calladito -le amenazó-, doña Monsi que se busque la vida.
-Agente Frutos vaya a por las dos vecinas y el animal ese que dice la señora de la fregona que faltan -le indicó el jefe.
A los tres minutos, Frutos regresó con María Victoria en brazos.
-¡Le digo que me suelte! Quiero mis botas -gritó, desesperada, la mujer.
-Agente Melocotones, deje que mi vecina vaya a por sus botas -le rogó Brígida, temiendo la nochecita que nos iba a dar si no recuperaba sus Golden Delicious.
-Me llamo Frutos, señora.
-Bueno, si se va a poner tiquismiquis...
El jefe insistió en que saliéramos del edificio y esperásemos en la calle. Mientras, otro de los agentes subió en busca de la Padilla y de Cinco Jotas. Al llegar a su piso, aporreó la puerta.
-Señora, tiene que salir. Hay riesgo inminente de explosión.
-No va a explotar. Lo tengo controlado con una dieta que empezó ayer -gritó la Padilla, abrazada a la bola de grasa porcina.
En vista de que la negociación estaba siendo complicada, el hombre decidió cortar por lo sano y derribó la puerta. Otro de sus compañeros subió a echarle una mano y, en dos minutos, la Padilla y Cinco Jotas estaban ya en el portal. En ese momento, el cerdo, que llevaba más de media hora conteniendo los gases, decidió expulsarlos todos juntos.
-¡A cubierto! -gritó el jefe de los especialistas al oír la detonación.
Todos nos tiramos al suelo pensando que la bombona había explotado y que íbamos a saltar por los aires pero lo único que ocurrió fue que el ruido atronador provocó que la puerta del ascensor se abriera. Dentro, sin moverse, seguía la maldita bombona. Eisi la cogió en peso y la colocó en el camión del equipo de desactivación de explosivos.
-Ya pueden llevársela -dijo, mientras doña Monsi doblaba la esquina con un moño parecido al de Melania Trump el día de la investidura de su marido.

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