Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 30 de mayo de 2017

FÓSILES GASTRONÓMICOS 
Un desagradable olor a calamares en su tinta provocó que Carmela pusiera el grito en el cielo. La mujer no podía creer que aquello que invadía sin compasión nuestras fosas nasales relegara a un segundo plano la limpieza a fondo que, según ella, había hecho en las escaleras de cara al inminente Día de Canarias. Al principio las sospechas de aquel tufillo apuntaron hacia la Padilla, que es la más dada a los guisos, y nos temimos que, en una de estas, hubiera dejado caducar al cefalópodo, aunque, enseguida, Eisi nos aclaró que aquella pestilencia insana provenía de las tuberías.
-¡Dios mío! -dijo Brígida histérica-. Seguro que es un tsunami y el mar está entrando al edificio. ¡Vamos a morir!
-Sosiégate y hazme el favor de coger el móvil y descargarte la aplicación de "mindfulness" que te comenté el otro día -le ordenó Úrsula a su hermana.
-Por el tipo de olor, el calamar debe ser del año 97 o del 98 como poco -comentó Luisito, el primo de Eisi, que ha venido a quedarse con él una temporada.
-¿Y eso cómo lo sabe usted? -preguntó incrédula María Victoria, que, por si acaso, se había enfundado la máscara antigás.
-Porque mi primo es experto en fontanería -contestó Eisi.
-¿Y quién le ha dado permiso a tu primo para que meta mano en nuestras tuberías? -se quejó Carmela.
-Yo mismo. ¿Algún problema?

Ya que había removido lo que quiera que llevaba años, hasta décadas, atascado en aquellas tuberías, Luisito se comprometió a rescatar lo que quedara del calamar en su tinta y devolver el aroma habitual al edificio. Carmela estaba tan afectada que anunció que cogería la baja unos días. No soportaba que aquel olor hubiese empañado su trabajo y dejó a cargo del cuartito de la limpieza a Xiu Mei, que se ofreció a fregar las escaleras.
-Mí gustar. Yo hacer -le dijo con su sonrisa imborrable y Carmela no dudó en aceptar el ofrecimiento. Tampoco dudó en ocultarle que las pelusas se han vuelto a hacer con el control de las escaleras.
-Yo no le voy a quitar la ilusión. Ya se enterará cuando se le enrollen en los tobillos -nos comentó a escondidas para que la china no se arrepintiera.
Por la noche, la peste era cada vez más intensa. Luisito seguía sudando la gota gorda y bregando con aquellas tuberías, que, además de olor, empezaron a emitir un sonido extraño.
-Como el calamar esté vivo y se revire, acabamos todos en tinta, pero de la roja -dijo La Padilla.
-A ver, aplácate. Después de tantos años, lo único que queda ahí dentro son los restos de lo que alguien de nosotros cocinó a finales de los noventa. A no ser que haya resucitado, debe estar más tieso que la mojama -recordó Úrsula.
-Creo que deberíamos buscar al responsable de tamaña asquerosidad. ¿A quién se le ocurre tirar por el váter los restos de comida como hacemos tú y yo cuando nos sobra o se estropea? -preguntó Brígida, y todos nos quedamos mirando, sin pestañear, a las hermanísimas.
María Victoria fue la que habló en nombre de todos a través de la máscara antigás que había coloreado de un tono salmón para que le combinara con la blusa de ese día.
-Qué falta de civismo. Deberían pagar por lo que han hecho.
Mientras las mujeres se enfrascaban en una discusión de mal gusto y peor olor, Xiu Mei libraba una batalla con dos pelusas que se le habían encarado. Sin avisar, cogió el bote de lejía y lo derramó enterito sobre una de ellas. La otra huyó despavorida.
De madrugada, Eisi tuvo que ir al 24 Horas a por máscaras antigás para todos. Habíamos empezado a temer por nuestra salud, así que decidimos juntarnos en una esquinita del portal: era preferible el olor a humanidad que a la podredumbre. Con aquello en la cara y en pijama, parecíamos los aspirantes al castin de la precuela de ET.
Una hora más tarde, Luisito nos dio la buena nueva. Había rescatado el cuerpo del cefalópodo.
-Ya les decía yo que mi primo era una eminencia de la fontanería -dijo Eisi con el pecho hinchado.
-Sí, pero tengo una mala noticia -nos advirtió el susodicho primo-. Detrás, bajan los restos de una fabada asturiana de principios de los ochenta.

lunes, 22 de mayo de 2017

LA BOLSA DE BASURA
A pesar de que doña Monsi le exoneró de pagar las cuotas de la comunidad, por haberla rescatado in extremis del corte de pelo al que la íbamos a someter para atajar los dolores de cabeza que le causa el peso capilar, Eisi nos confesó que con lo que tiene no llega a fin de mes, así que se pasó toda la semana suplicándonos que le echáramos una manita. Bernardo le propuso que le limpiara el taxi pero se excusó diciendo que padece alergia mortal al jabón. Según la Padilla, es alérgico pero al trabajo con lo que la única manera que tiene de sobrevivir es engañando a la gente. A Brígida le dio pena que hablara así de Eisi y le echó en cara el comentario.
El viernes por la noche, la Padilla se sintió mal por lo que había dicho y subió a pedirle disculpas a su vecino. Cuando estaba a punto de llegar al rellano de su vivienda, vio cómo un tipo desconocido abría la puerta y salía cargando una bolsa de basura. Antes de que pudiera verla, ella corrió escaleras abajo. Inmediatamente, llamó al resto de vecinos por el patio, con una especie de susurro angustioso.
-¡Chicas, se ha cometido un crimen!
-Por favor, Padi, apaga la tele ya y vete a dormir. No son horas de estar con estas tonterías -le reprendió Úrsula.
-Hablo en serio. He visto a un hombre raro salir del piso de Eisi. Llevaba una bolsa de basura y creo que él iba dentro.
-¡Silencio! -interrumpió Brígida- Se oye el ascensor. Igual está regresando después de haberse deshecho de la huella del crimen.
-Yo ir a mirar -se ofreció Xiu Mei que estaba sola porque Bernardo tenía turno de noche con el taxi.

Enseguida volvió a la ventana del patio.
-Ascensor parar en piso del muerto.
-¿Qué muerto? -preguntó María Victoria.
-A ver, señora, la que no esté con los seis sentidos puestos que se vaya a la cama -sugirió Úrsula.
En ese momento, doña Monsi también se asomó al patio.
-¿Qué es todo este escándalo? ¿Saben la hora qué es?
-Sí, señora. La hora de rezar por el difunto. Han matado a Eisi -le soltó Úrsula sin anestesia-. Pero no se preocupe que esto no le afecta a usted porque él no pagaba la cuota de la comunidad.
-¡Cuidado! Ha encendido la luz de la cocina -advirtió la Padilla, deslumbrada por la luz que llegaba de arriba.
-No vamos a dejar que el asesino se salga con la suya. Tenemos que acorralarle y avisar a la Policía. Padi, haz guardia y vigila que no escape. Brígida y Xiu Mei, bajen al contenedor y recuperen la bolsa con los restos de Eisi. Los del CSI van a necesitarlos. María Victoria, llama a la Policía y doña Monsi vuelva a la cama. Si la ve con esos pelos puede huir. En cinco minutos nos vemos en el portal -ordenó Úrsula.
Aquellos minutos fueron largos y angustiosos. Cuando cumplieron lo que tenían encomendado, volvieron a reunirse.
-Ha puesto la tele. Me da que pasará la noche aquí. Iba en pijama -contó la Padilla.
-¿Has llamado a la Policía? -preguntó Úrsula a María Victoria.
-Qué va. Me puse tan nerviosa que no me acordaba del número y marqué la combinación de la lotería. Me salió la madre de un niño de San Ildefonso y me dijo que estas no eran horas.
-¡Dios mío! Para una cosa que tienes que hacer.
Brígida y Xiu Mei sí habían cumplido su misión y habían logrado rescatar la bolsa de basura.
-Puff se está descomponiendo. Huele que apesta -alertó María Victoria.
-Él nunca ha olido bien -recordó Úrsula.
En ese momento, se abrió la puerta de la calle. Todas temblaron.
-¡Eisi! -gritaron al verle entrar.
-Pero ¿tú no estabas ahí? -preguntó Úrsula, señalando a la bolsa de basura.
-Señoras, ¿de qué hablan? Creo que a su edad no les sienta bien trasnochar.
-Hay un tipo en tu casa que te ha matado y ha tirado tus restos al contenedor -le contó María Victoria.
-¿Un tipo? ¿Llevaba un pijama de pingüinos?
-Sí -confirmó la Padilla.
-Ah, ese es mi primo Luisito. Le he alquilado una habitación por unos meses. Necesito pasta y él es buen pagador y limpio porque veo que ya ha bajado la basura...

lunes, 15 de mayo de 2017

TRAIDOR POR LOS PELOS
A doña Monsi le entró tal disgusto cuando vio alejarse el camión de inspección sanitaria que se llevaba su arsenal de aspirinas, que tuvimos que montar una reunión de urgencia para ver cómo podíamos levantarle el ánimo a la presidenta. Entre lágrimas, nos confesó que compraba hasta cinco cajas a la semana porque sufre de dolores de cabeza, y, aunque ella misma reconoció que la causa era el peso de su propio pelo, que mantiene en equilibrio a modo de suflé gracias a toneladas de laca, también admitió que le agobiaba la responsabilidad de estar al frente del edificio. "Es una tensión que no se la deseo ni al jefe del FBI", afirmó angustiada. Ante esa confesión, Carmela propuso cortar radicalmente por lo sano.
-No va a ser fácil arrebatarle la presidencia. Te recuerdo que, aunque esté en horas bajas, la señora tiene su rejo -apuntó la Padilla.
-No hablo de su derrocamiento, sino de su cabeza.
-¿Vamos a cortársela? -preguntó horrorizada Brígida, que notó que el corazón se le paraba de repente. 
-¿Tú estás boba o qué? Estoy hablando de acabar con lo que le está causando los dolores. O sea, su pelo -aclaró Carmela.
-Estoy totalmente de acuerdo. Hay que cortarlo de cuajo -dijo Eisi con cara de "yo-me-ofrezco".
-Pero, por favor, qué insensible eres. La pobre mujer lo está pasando mal. Hay que tener un poco de mano izquierda con ella -le echó en cara la Padilla.
En medio de la tormenta de ideas que estábamos llevando a cabo para ver cómo podíamos ayudar a nuestra presidenta, María Victoria comentó que en algún sitio había escuchado que los cerdos servían para calmar los dolores.
-¿En lonchas o en persona? -preguntó Eisi. 
Al ver que la conversación empezaba a ir por derroteros algo truculentos, la Padilla le hizo un gesto a Cinco Jotas para que regresara a casa. El cerdo ni rechistó. 
-Eisi, mejor nos dejas solas. Esto es cosa de mujeres -zanjó Carmela-. Y, señoras, ustedes no se me desvíen del problema que nos ocupa. Está claro que lo que tenemos que hacer es quitarle el peso capilar a doña Monsi. 
-Pero se va a enfadar -dijo Brígida. 
-Más se va a enfadar la Organización Mundial de la Salud si no hacemos algo pronto. Esa masa inerte llena de clorofluorocarbonos es una bomba para el calentamiento global -insistió Carmela. 

La decisión estaba tomada. Al día siguiente, la Padilla le contó a doña Monsi que había traído a una amiga suya para darle un masajito relajante. En realidad, era la peluquera de la tienda veterinaria. 
-También le hemos preparado un chocolatito y pastel de manzana -dijo Brígida mientras entraban en el piso de la presidenta. 
-Ay, qué buenas son y lo mal que yo me porto con ustedes. Les prometo que cuando se me pase el disgusto les bajo la cuota de la comunidad. ¿Eisi está con ustedes? -preguntó doña Monsi.
-¡No! Contestaron todas al unísono.
-Entonces a él le subo diez euros. 
Al ver aquella revoltura capilar, a la peluquera canina le cambió la cara. 
-Esto les va a costar más de lo que había presupuestado -dejó claro.
-Bueno... Tú empieza a cortar -le apremió la Padilla, colocando a doña Monsi en el lavacabezas portátil que había traído la manostijeras.
En ese momento, alguien abrió con fuerza la puerta. Era Eisi.
-¡Presidenta, no se deje! Le quieren cortar la cabellera.
A modo de héroe americano, se abrió paso entre las mujeres y se llevó a doña Monsi en volandas. Como tenía el pelo mojado, pesaba más de lo que él había calculado, con lo que a punto estuvo de perder el equilibrio y acabar con la presidenta toda entera. 
-Iban a arrancarle eso que tiene ahí -le dijo él señalando a lo que ahora se parecía a la fregona de Carmela después de siete meses de uso.
-¡Sinvergüenzas que son todas! -gritó doña Monsi. Menos mal que hay alguien que me rinde lealtad en este edificio. 
-Pero... nosotras... -intentó explicarse la Padilla.
-¡Basta! Fuera de mi casa -vociferó la presidenta. 
Esa misma noche, doña Monsi colgó un comunicado en el ascensor que decía que había subido la cuota a todos los vecinos menos a Eisi.

lunes, 8 de mayo de 2017

MÁXIMA TENSIÓN
Un ruido atronador proveniente del rellano de doña Monsi se oyó hasta en Camberra, donde a más de uno se le cortó la digestión por aquello de que allí tienen nueve horas más y les debió coger cenando. Aquel golpe seco sobresaltó a María Victoria, a quien le dio por pensar que se había roto un trozo del globo terráqueo y que, pronto, empezaríamos a caer por uno de los agujeros negros del profesor Hawking. A la Padilla, aquel estruendo la cogió mientras escuchaba las noticias y dedujo que el líder supremo Kim Jong-un había cumplido sus amenazas, por lo que se abrazó a Cinco Jotas. El cerdo emitió un sonido raro y, luego, gases a discreción. Entonces ella lo encerró en el baño. Prefería el desenlace del norcoreano.
Solo cuando empezamos a escuchar la voz de la presidenta gritando a través de su puerta, salimos a las escaleras. María Victoria se había encajado la máscara antigás que ya usa tanto como sus "leggins". Quería estar preparada por si el interior de los agujeros negros estaban infectados. La Padilla subió murmurando la cuenta atrás esperando el impacto final.
-¿Se puede saber qué demonios ha sido ese ruido? -preguntó Úrsula, que parecía la más serena de todos.
-Es el fin del mundo -le advirtió María Victoria-. Vamos a morir como cerdos.
-Eh, un respetito, que mi Cinco Jotas igual nos sobrevive. He leído que los suidos artiodáctilos se crecen ante las adversidades -aclaró la Padilla, que prefirió dejar al cerdo en casa porque seguía gaseoso.
-¡Bueno, basta ya! -ordenó Carmela, agobiada al ver cómo las pelusas que había logrado acorralar se habían escapado, asustadas tras la terrible detonación.
-Aquí hay un tipo raro -gritó Eisi, que se había adelantado para llegar antes al rellano de la presidenta.
-Debe ser Satanás, que viene a llevársela -apuntó histérica María Victoria.
Ante el temor de que fuera un delincuente, Úrsula hizo una seña para que nos quedáramos quietos y empezó a gesticular intentando que Eisi entendiera que debía entretener al tipo hasta que llegara la policía. A pesar de estar acostumbrado a tratar con criminales, a él se le aceleró el corazón, pero sacó pecho.
-Buenas, amigo. ¿Te puedo ayudar? -le preguntó.
-¡Noooo! -gritó enloquecida María Victoria.
-Pero ¿tú estás tonta? ¿No ves que estás poniendo en peligro a Eisi? -le echó en cara Úrsula.
-Es que no debe darle coba al demonio.
-Llévensela -ordenó Úrsula como si tuviera un ejército bajo su mando.
-A mí no me mires, que bastante tengo con controlar las pelusas -se quejó Carmela.
-Por favor, señoras, que estoy tratando de negociar con el delincuente -recordó Eisi.
Desde abajo podíamos intuir que aquel hombre que había provocado que doña Monsi se encerrara en su casa no tenía pinta de peligroso. Llevaba corbata, un maletín y algo de fijador.
-Amigo, ¿qué busca en este edificio? -le preguntó Eisi con la mano en el bolsillo para intimidarlo.
-Buenos días, soy el inspector 478 de la sección 51A del departamento de Prevención Sanitaria de la Organización Mundial de la Salud -explicó.
-¡Ja! Mentiroso. Comprueba sus pupilas -gritó María Victoria.
-¿Te quieres callar? -insistió Úrsula, que le hizo una seña a Carmela para que la considerara una pelusa y la mantuviera controlada.
El hombre mostró un papel.
-Tengo una orden de decomiso.
-¿Se lleva a la presidenta? -preguntó Eisi esperanzado.
-No. Vengo a requisar su arsenal, pero me ha dado un portazo atronador.
-Dios mío. No puedo creer que doña Monsi esté colaborando con el norcoreano -comentó decepcionada la Padilla.
-Esta señora acumula en su vivienda más de 3 kilos de ácido saletilsalicílico forte y hemos detectado que está generando niveles altos de emisiones a la atmósfera, perjudiciales para la salud.

Carmela no pudo contenerse.
-¡Qué vergüenza!
-¡Es para la cabeza! No saben los dolores que me causa la laca -se excusó doña Monsi a través de la puerta.
-El paracetamol hace menos daño -le aconsejó la Padilla.
Sin avisar, Eisi dio una patada y tumbó la puerta de la presidenta.
-Requise -le dijo al inspector-. Y a ella debería llevársela también.
El hombre apiló las cajas en el portal y esperó a que llegara su compañero con el furgón. Antes de irse, Carmela le entregó una pelusa.
-Esto también es perjudicial para la salud. ¿Podría venir otro día con su compañero a llevárselas todas?

lunes, 1 de mayo de 2017

UNA VISITA (I)REAL
Solo cuando escuchamos el runrún de su voz ronca, nos dimos cuenta de que aquel hombre que llevaba todo el día pululando por el edificio vestido con un traje oscuro y gafas negras era Eisi. Caminaba moviendo la cabeza de manera imposible en todas las direcciones como si buscara algo o como si huyera de alguien, que es lo más lógico en él. Subía y bajaba las escaleras escudriñando cualquier rincón y había requisado cinco pelusas con pintas peligrosas.
-Pero ¿estás loco? -le gritó la Padilla, que a punto estuvo de tropezarse por su culpa.
-Estoy trabajando.
-¿Trabajando? Tú no sabes lo que es eso. Si el día que escuchaste por primera vez aquello de "y el séptimo día descansó" pensaste que era una redundancia -comentó Úrsula.
-Señoras, no me toquen las narices que estoy trabajando para la Casa Real -dijo Eisi, mientras comprobaba la hora en un reloj de pulsera que no parecía ser suyo-. Me han contratado para reforzar la seguridad. Mañana vienen sus majestades a la Isla.
Las mujeres cambiaron completamente la cara.

-Algo escuché ayer en la tele -dijo la Padilla, que salía a dar un paseo con Cinco Jotas.
-El cerdo no puede estar deambulando por aquí.
-Pero si es uno más de la familia -le recordó ella.
-Ya, pero puede llevar una bomba dentro -dijo Eisi.
-Una bomba lleva pero de grasa -comentó María Victoria, que, desde que se apuntó a un curso de cocina, tiene todo el edificio envuelto en un aroma a cebolla frita.
-¿Y van a pasar por aquí? -preguntó Úrsula.
-No puedo revelar esa información.
-Seguro que sí -dijo la Padilla-. Alguien me contó que, a principios del siglo pasado, Alfonso XIII, el bisabuelo del rey, vino a Canarias y entró en la tiendita que tenían los Hidalgo justo donde hoy está nuestro edificio. Le ofrecieron un vaso de agua.
-Ay, ay... No me lo puedo creer. Entonces hay que limpiar todo -propuso Brígida mirando a Carmela, que saltó enseguida.
-Conmigo no cuenten. Soy más republicana que Pablo Iglesias.
La Padilla, Úrsula, Brígida y María Victoria estaban tan emocionadas por la visita de los Reyes que no les importó que Carmela hiciera huelga de brazos caídos. Las cuatro entraron en el cuartito de la limpieza y empezaron a sacar productos, paños y aparatos que nunca antes Carmela había utilizado. En apenas tres horas, el edificio olía a flores, con un cierto toque a cebolla quemada.
-Dios mío, dejé la sartén al fuego -recordó María Victoria.
Esa noche, Eisi se quedó de guardia. Antes de acostarnos nos dijo que tenía que hacer un reconocimiento en cada vivienda.
-Me lo ordena la Casa Real.
Después de casi una hora de registro minucioso, Eisi se marchó con la cubertería de plata repujada y unas cadenas de oro y brillantes que había encontrado en casa de Úrsula y Brígida.
-Es un regalo de nuestra madre -se quejaron las hermanísimas.
-Señoras, son objetos peligrosos. Tengo que llevármelos si quieren que los Reyes vengan al edificio.
-Por supuesto -se resignó Brígida.
Ya de madrugada, escuchamos golpes en la puerta de la Padilla.
-Pero ¿qué pasa ahora? -preguntó la mujer a medio despertar.
-Necesito que me dejes a Cinco Jotas. Me acaban de avisar de la Casa Real para que compruebe con el perro si hay material explosivo.
-Pero Cinco Jotas es un cerdo.
-¿Qué más da?
Para evitar la discusión, la Padilla le prestó a Cinco Jotas, que se pasó las dos siguientes horas olfateando en busca de cualquier sustancia sospechosa. No encontró nada. Bueno algo, sí porque estuvo más de media hora en la cocina de María Victoria, donde se comió toda la cebolla, cruda, frita y quemada que tenía para su curso de cocina.
Con las primeras luces del día bajamos al portal. Aquello parecía una boda: pamelas, gasas y joyas.
Eisi estaba hablando con su pinganillo.
-Aquí Paloma Rabiche para Halcón Negro. Te escucho.
-Seguro que le están avisando de que ya llegan -dedujo Brígida, que apenas podía girar la cabeza de tanta laca.
-Señoras, operación cancelada -anunció Eisi-. Los reyes han cambiado de planes. Se van a otro edificio construido sobre una plaza en la que Alfonso XIII saludó a un niño que le regaló dos kilos de papas bonitas.
-Hombre, no hay comparación -comentó Carmela.