Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 31 de julio de 2017

UNA DE JAMONES
Nunca antes había visto una cara tan atormentada como la que puso la Padilla el martes por la tarde, cuando dos agentes de policía entraron al portal preguntando si habíamos visto algún cerdo por la zona. Ella pensó que algo malo le había pasado a su añorado Cinco Jotas del que no tenía noticias desde hacía varias semanas, cuando se vio obligada a venderlo.
-Algún que otro cerdo anda por aquí -murmuró Úrsula mirando a Eisi con cara de asco.
-¿Por qué lo preguntan, agentes? -la Padilla fue directa al grano temiéndose lo peor.
-Hay un banda que asalta edificios -contestó el más joven.
-¡Cierren puertas y ventanas! -ordenó la presidenta que escuchaba la conversación desde la escalera.
-Ni de coña. Vamos, hombre... Con el calor que hace podríamos morir asfixiados -avisó Úrsula que llevaba dos días, tres horas y veinticinco minutos sin parar de abanicarse.
-Me da exactamente igual. Prefiero morir de calor que a manos de unos delincuentes -sentenció doña Monsi.
El policía de más edad levantó los brazos para pedir calma y a Úrsula casi le da un síncope al ver aquellos dos charcos en la zona de las axilas que ni Camacho después de un partido de España con prórroga y penaltis.
-A ver señora, necesitamos colaboración. Buscamos cualquier indicio que nos ayude a localizarlos. Dos casas más abajo, destrozaron el ascensor a patadas.
-¿Pero van fumados o qué? -dijo Eisi recordando su etapa rebelde.
-Desconocemos cuál es el motivo que les hace actuar así pero están sembrando el caos -apuntó el de las manchas axilares al que comenzaba a resbalarle una gota de sudor por la frente.
La Padilla se sentía cada vez peor. Temía que las malas compañías hubieran convertido a Cinco Jotas en un delincuente callejero.
Mientras los agentes nos explicaban lo que teníamos que hacer si la banda aparecía por allí, la puerta del portal se abrió de un golpe brusco y tres cerdos entraron al edificio. Solo les faltaba el pasamontañas pero no debieron encontrar ninguno a su medida.
-Atención central. Aquí Jamón... perdón, aquí Ramón. Los tenemos -susurró uno de los policías por su emisora.

-¡Dios mío! Es él -gritó la Padilla mirando al más gordo de los asaltantes.
-Si es que teníamos que habérnoslo comido en Navidad -recordó Eisi sin miramientos.
-Señora, ¿conoce a alguno? -le preguntó el agente joven.
-Sí. El más gordito es mi niño -reconoció la mujer.
-Qué esperpento, por favor -exclamó Úrsula mirando las lorzas del que había sido nuestro vecino.
-Ven con mami, chiquitín -dijo la Padilla para evitar que aquello fuera a más pero los tres cerdos se mantenían firmes y con cara amenazadora.
-Protejan el ascensor -insistió doña Monsi desde lo alto- No podemos permitirnos una derrama si lo destrozan.
-El agente sudoroso le hizo señas a la presidenta para que bajara la voz y no exaltara a la banda porcina pero, al percibir el olor que desprendían las manchas que le empapaban toda la camisa, los tres cerdos se abalanzaron sobre él.
-¡No! ¡Para! -avisó la Padilla a Cinco Jotas- Te van a meter en la cárcel.
Tras hacerle algunos rasguños al policía, los animales se dirigieron hacia el cuartito de la limpieza y, allí, hicieron un desaguisado tremendo. 
Carmela, que en ese momento llegaba en el ascensor de haber limpiado la azotea, se encontró con aquel panorama y empezó a golpear a diestro y siniestro con la fregona.
Los cerdos salieron huyendo del edificio. La Padilla corrió detrás intentando agarrar a Cinco Jotas. Él la miró y agachó la cabeza como si estuviera avergonzado pero siguió a sus compañeros calle abajo.
-¿Y ustedes son policías? -se quejó doña Monsi- Tanto coche patrulla, tanta central y los tres cerditos acaban de escapar impunes. Menudos lobos.
La Padilla se quedó inconsolable. No podía parar de llorar. Cinco Jotas, el cerdo que había cuidado con tanto cariño, se había convertido en un auténtico forajido.
Esa misma noche, doña Monsi anunció una subida sin precedentes de la cuota de la comunidad con la excusa de que había que arreglar el destrozo causado por la banda jamonera.
En fin. En lo que me toca, voy a descansar de las locuras de este edificio hasta septiembre.

lunes, 24 de julio de 2017

VECINOS DE CAMPEONATO
Desde que el pasado martes, doña Monsi nos anunció que íbamos a participar en el campeonato nacional de comunidades de vecinos, el edificio se ha convertido en un centro de alto rendimiento. A pesar de la insistencia de Zebenzui, el comiuniti, en que era mejor comunicarlo por wasap, la presidenta se empeñó en que lo más efectivo era colgar un cartel en la puerta del ascensor, como siempre se ha hecho.
-¿Es que si vuelve a los papelitos, no entiendo para qué me contrató? -preguntó el chico y la Padilla no dudó en responderle.
-Eso digo yo porque a nosotros nos ha supuesto pagar más de cuota mensual para que te pague tu sueldo.
En ese instante, a Zebenzui le llegó un mensaje a su móvil. La presidenta le ordenaba que se tomara unas vacaciones hasta diciembre.
-Mira como la doña sí utiliza las nuevas tecnologías para informar -se vaciló Eisi, que llegó ataviado con un chandal de Barcelona 92 de un color indescriptible, tal vez, por el uso excesivo.
-¿Y tú qué haces con esas pintas? -le preguntó Brígida.
-Preparándome para el combate -respondió con un gesto a lo Roky Balboa.
-Eh, baja el labio que esto no va de violencia sino de ser los mejores -le aclaró la Padilla.
-Con nosotros no hay quien pueda. Voy a eliminar a todo el que se me ponga por delante -y lo dijo mientras levantaba la pierna derecha en modo patada directa al estómago.
-Qué belicoso se ha puesto. Pero si todavía no sabemos en qué consisten las ruebas -recordó Brígida.
-Yo sí -interrumpió Zebenzui.
-Pues escúpelo de una vez -le apremió Eisi, levantando alternativamente las dos piernas.
-¡Ni se te ocurra abrir la boca! -gritó doña Monsi que entraba en el portal- Aquí la información la doy yo.
-Señora, le repito que, entonces, no sé para qué me contrató -insistió el comiuniti.
-No te pago para que entiendas sino para que hagas lo que yo te diga.
-Carmela que, en ese momento bajaba las escaleras con el cubo y la fregona, escuchó esta última frase y, como no sabía de qué iba la historia y ante el temor de encontrarse con una escena subidita de tono, se dio la vuelta y corrió escopetada hacia la azotea.
-Si el enfrentamiento es por modalidades, me pido lucha cuerpo a cuerpo. A mi no hay quien me pare dando patadas -dijo Eisi mientras golpeaba con la rodilla derecha una de las paredes.

-¿Pero te has vuelto loco o qué? -se quejó la Padilla.
-¡Silencio! -ordenó doña Monsi que se acercaba a la puerta del ascensor para colgar un nuevo cartelito con toda la información del campeonato.
-Apenas respiramos hasta que se marchó. Solo cuando confirmamos que había entrado en su piso, nos acercamos a ver para qué teníamos que prepararnos.
-¿Pero qué cutrada es esta? -protestó Eisi.
-¡Qué pasada! -gritó Brígida- Hay un concurso de lanzamiento de bolsa de basura desde el balcón.
-En eso no hay quien me gane -comentó Bernardo con el pecho hinchado.
-También hay una prueba para ver quién pone la tele más alto -anunció la Padilla, repasando con el dedo el papelito que había colgado la presidenta-. 
Y otra de persecución de pelusas.
-¡Carmela! -gritó Brígida por el hueco de la escalera-. Baja, anda, que tienes que ver esto.
-No me interesa ver a doña Monsi liándose con nadie -advirtió, alongada desde el rellano de la azotea.
-Para evitar dar voces, Brígida cogió el ascensor y subió a buscarla. Estaba segura de que Carmela ganaría esa prueba con lo que, al menos, tendríamos una medalla asegurada.
En una esquina del portal, Eisi no hacía sino quejarse de que aquel campeonato era de auténtico patio de colegio.
-Pobrecillo, él que se estaba preparando como si tuviera que participar en Los Juegos del Hambre se ha quedado con las ganas -comentó Úrsula.
-Totalmente decepcionado, empezó a despojarse de aquel chandal histórico que en el verano del 92 había robado de la tienda de deportes de su tío Serafín. 
Justo en el momento en que se quitaba los pantalones, la puerta del ascensor se abrió y Carmela se topó de frente con Eisi. La mujer cerró los ojos y volvió a pulsar el botón de la azotea.
-Lo que me faltaba. Ver a la parejita en acción.

lunes, 17 de julio de 2017

#MARABUNTA
Desde la llegada de Zebenzui, el nuevo comiuniti manager del edificio, los móviles están que no paran y hay momentos en que, con tantos pitiditos avisando de notificaciones y mensajes, esto parece un concierto ochentero de tecno-pop. Hemos llegado a tal grado de obsesión que, el pasado jueves, tocaron al portero y Brígida empezó a retuitear como una loca, mientras el del butano esperaba, con la bombona al hombro, a que alguien se dignara a abrirle la puerta.
-¿Has visto la foto que acaba de colgar Zebenzui en Facebook? -preguntó Brígida sin levantar la cabeza del teléfono.
-No. Creo que es más importante colgar la ropa que acabo de sacar de la lavadora. Y, por cierto, mira a ver quién está tocando a la puerta -le recriminó Úrsula que no entendía cómo de no saber nada del mundo de las redes sociales, en menos de una semana, su hermana se había convertido en una auténtica experta.
Cuando abrieron la puerta, se encontraron a la Padilla que había subido a avisarles de una invasión de hormigas en el edificio.
-¿Dónde están? -preguntó Brígida, más interesada en sacar una foto que en resolver el problema.
Al llegar al portal, se toparon con doña Monsi subida a un taburete, asediado por una marabunta de hormigas.
-¿Pero qué es esto? -preguntó Úrsula.
-Es culpa nuestra. Desde que llegó el Zebenzui ese, estamos más preocupados del Twitter que de la limpieza -apuntó la Padilla, mirando de reojo un par de pelusas apoyadas en las escaleras como si aquello fuera la barra de un bar.

Eisi apareció de repente con un bote de insecticida, pero doña Monsi le pidió que ni se le ocurriera apretar porque, antes de salir de casa, se había echado laca y aquella mezcla podría generar una explosión indeseada.
-Entonces, ya me dirá qué quiere que hagamos porque cada vez hay más hormigas y están hambrientas -advirtió Eisi al verlas cómo empezaban a devorar una de las patas del taburete.
-¡Acabemos con ellas! -gritó la Padilla.
-¡No! Pobrecillas -se quejó Brígida, sacando fotos a diestro y siniestro y enviándoselas a Zebenzui para que las pusiera en las redes.
-¿Pobrecillas? -preguntó Eisi con retintín.
-Ellas también son hijas de Dios.
-Bueno ¡Basta! -interrumpió la presidenta haciendo equilibrio sobre la banqueta que estaba a punto de perder una pata -Llamen a Carmela para que venga.
A todos nos sorprendió aquella orden. Doña Monsi, que hacía un mes había echado a la calle de malos modos a nuestra Carmela, nos pedía ahora que la trajéramos de vuelta.
-Rápido. Necesitamos a alguien que limpie las escaleras. El edificio está adquiriendo cotas de insalubridad extrema. Le haré un contrato fijo y le subiré el sueldo -aseguró la presidenta.
La Padilla salió a buscarla y, en menos de veinte minutos, Carmela estaba el portal. Parecía otra. Se había hecho unas mechas californianas, aunque más bien parecían del estado de Colorado a juzgar por el tono rojizo.
-¿Y bien? ¿Qué quiere que haga? -le preguntó a la presidenta.
-Que limpies a fondo el edificio para que se vayan las hormigas.
-Por mi no hay problema pero antes tiene que firmar el contrato fijo y la subida de sueldo que ha prometido hacerme.
Doña Monsi lo firmó sin rechistar.
-No es por asustar pero las hormigas están subiendo -avisó Brígida que, esta vez, grababa un vídeo.
-Ay, mira -dijo Úrsula-, esa es la reina.
-Imposible, está de viaje oficial en Reino Unido -aclaró la Padilla.
-Eisi estuvo a punto de soltar una carcajada pero no estaba el horno para bollos.
Con el contrato firmado, y un pañuelo en la cabeza para no estropearse las mechas, Carmela se puso manos a la obra. Cogió la lejía y repasó de arriba abajo las escaleras, el ascensor y todos los rincones como nunca antes la habíamos visto hacerlo. En menos de media hora, no quedaba ni una pelusa y la marabunta empezó a marcharse, asfixiada por el intenso olor a cloro. Eisi ayudó a doña Monsi a bajar del taburete y le preguntó si a él también le iba a subir el sueldo. Ella se tocó el pelo y no contestó.
Esa misma noche, Zebenzui nos envió un mensaje al grupo de whatsapp para comunicarnos que el edificio había sido trending topic.

lunes, 10 de julio de 2017

EL 'COMIUNITI'

No sé si fue por aprovechar el tirón de los San Fermines pero el mismo viernes por la mañana, coincidiendo con el chupinazo, doña Monsi nos sorprendió con una traca de novedades. Desde la noche anterior, ya intuíamos que algo iba a pasar porque la presidenta había colgado un cartel en el ascensor, convocándonos a una reunión a primera hora de la mañana en el portal. Allí, con una sensación de miedo a lo desconocido, esperamos a que apareciera.
- Miedo me da saber qué se le habrá ocurrido ahora -comentó Úrsula, envuelta en unos sonidos extraños que provenían de su estómago.
- A mí ya todo me da igual -confesó la Padilla, que sigue sin recuperarse de la venta de Cinco Jotas durante las rebajas que Eisi organizó en el edificio.
- Seguro que estará bien -intentó tranquilizarla Brígida.
La Padilla dio un suspiro y su mirada, empapada en lágrimas, se cruzó con la de Eisi, que cerró los párpados con más rapidez que el de la tienda de la esquina cuando baja la persiana el viernes a las ocho de la noche. No hacía falta que nadie le recordase que, a esas horas y solo por su culpa, el cerdo de la Padilla debía ser manjar divino en las fiestas de San Benito.
El choleo inconfundible de doña Monsi nos puso en alerta. La mujer llegó acompañada de un tipo con el pelo más revuelto y amarillo que los huevos que preparaba mi abuela. Sin darnos los buenos días, la presidenta empezó a hablar.
- Zebenzui va a trabajar con nosotros.
- Vaya, por fin contrata a alguien para que limpie las escaleras -se alegró Úrsula.
- ¡Calla! ¿Acaso crees que he traído a este caballero para ese tipo de menesteres?
- ¡Uy! ¿Esta se ha escapado del Quijote o qué? -se burló Eisi, que, por lo bajini, nos preguntó qué era eso de menesteres.
- No sé... para mí que es un título nuevo de FP o algo así -respondió la Padilla.
Doña Monsi no hizo caso a los comentarios y prosiguió.
- Zebenzui será el comiuniti manayer del edificio -anunció, tratando de darle un tono americano a la frase.

Todos nos miramos pero nadie se atrevió a decir nada, salvo las tripas de Úrsula, que se pusieron a sonar de tal manera que a mí me da que, en algún momento, tararearon el estribillo de Despacito.
- Pero, a ver, si no tenemos ni wifi -advirtió Eisi.
- ¿Y eso qué tiene que ver? -preguntó doña Monsi.
- Hombre, que si el chico este va a llevar las redes, tendrá que contar con facilidades para la transmisión, digo yo.
- Qué despilfarro más grande. Nosotros, mendigando por lejía para las escaleras y, mientras, la presidenta se dedica a gastar dinero en la pesca artesanal -comentó Brígida, algo confusa con el tema de las redes.
Mientras debatíamos de lo humano y lo divino, el rubio despeinado sacó su teléfono móvil y tosió para captar nuesta atención.
- Buenos días. Lo primero que vamos a hacer es crear un grupo de whatsapp para comunicarnos entre nosotros. Es importante que todos sepamos qué ocurre en cada momento en el edificio -explicó, al tiempo que movía los dos pulgares por el teclado como si fueran independientes de su cuerpo.
- Lo que faltaba por oír ¿Le van a pagar a un tipo para que le contemos lo que pasa en el edificio? -preguntó Úrsula.
- Pues si le cuento las veces que voy al baño, se queda sin batería -murmuró Eisi.
- Si Zuckerberg levantara la cabeza -comentó Bernardo.
- Pero si no ha muerto -recordó Eisi.
- Si la levantara del ordenador... -le aclaró.
- ¡Ay! Alguien quiere entablar relaciones conmigo -suspiró de repente Brígida. Mira, me ha puesto "Hola" -le enseñó emocionada el mensaje a su hermana.
- Señora, que soy yo -dijo Zebenzui.
- Vaya. ¿No ha hecho sino llegar y quiere tema? -preguntó ella con una caída de párpados sensual.
- Por favor, céntrense. Ese es el grupo que he creado para comunicarnos.
Todos entramos en el whatsapp para ver el grupito de marras cuando, de pronto, el grito desgarrador de Úrsula nos levantó el estómago.
- ¿Pero qué es esto?
- El primer comunicado de nuestro grupo -contestó Zebenzui.
En las pantallas de nuestros móviles, leímos lo que el comiuniti manager acababa de escribir: "A partir del lunes, la cuota mensual de la comunidad aumenta en 50 euros".

lunes, 3 de julio de 2017

REBAJAS Y A LO LOCO
Primero fueron unos golpes en la puerta y luego unos gritos desesperados. Faltaban tres minutos para las seis de la mañana y aquel vocerío nos despertó a todos. Sin poder remediarlo, salimos a la escalera de la peor manera posible: en pijama. Antes de averiguar quién aporreaba la puerta de entrada al edificio, nos llevamos un susto tremendo al ver a doña Monsi con una especie de red que sujetaba su desmadejada nubecilla capilar, que cada vez más tiende a parecerse a la melena de Tina Turner en un día de humedad extrema. Fue tan desagradable encontrarse con ella de madrugada que incluso Bernardo, que está acostumbrado a ver de todo por el retrovisor de su taxi, se quedó sin habla.
-Es como si trataran de tirar la puerta abajo -comentó Brígida escondida detrás de su hermana.
-En la carnicería comentaron ayer que hay una banda de yugoslavos que se dedica a asaltar casas y a seducir a señoras como nosotras -apuntó la Padilla.
-Pues deben actuar en una cuarta dimensión, porque yugoslavos ya no hay -le aclaró Bernardo.
-¿Y si llamamos a la policía? -sugirió Brígida.
-¿A la policía? Pero si todavía no han aparecido desde que la semana pasada llamamos para que redujeran a la pelusa que se puso violenta y se atrincheró en la azotea -se quejó Úrsula, algo mareada por el olor rancio de los bostezos de sus vecinos.
Mientras discutíamos, el golpeteo atronador continuaba en el portal. Eisi, enfundado en un calzoncillo blanco de algodón fino, empezó a bajar las escaleras. Parecía tener claro lo que hacía. Antes de abrir, se dirigió a la muchedumbre que esperaba fuera a través de la cerradura de la puerta de entrada al edificio
-Por favor, cálmense y entren con tranquilidad. Hay mercancía para todos.
-¿A qué mercancía te refieres? ¿En qué lío estás metido? ¡Habla! -le ordenó Úrsula.
-¡Eh! Sosiego, señora. He puesto un cartel en la puerta anunciando que hoy empiezan las rebajas en nuestro edificio. Creo que podemos sacar un dinerillo extra para el verano que nos viene bien a todos. Así que no se queje -le pidió Eisi.

-¿Que tú qué? -preguntó la Padilla, mientras buscaba la mirada de doña Monsi para que reprobara a su vecino, pero la presidenta estaba más ocupada en mantener el equilibrio de su desaforada nubecilla capilar que en lo que pasaba en la escalera.
-Aprovechen y despréndanse de todo aquello que no quieran -dijo Eisi, y sin darnos tiempo a reaccionar abrió la puerta.
Como si fuera un parto múltiple, siete señoras, que parecían veinte, y cuatro señores atravesaron aquel hueco y se diseminaron por todo el edificio en busca de la mejor oferta. Brígida empezó a temblar y huyó a encerrarse en su piso. Bernardo cogió su taxi y se largó, pero la Padilla no pudo evitar que dos señoras se colaran en su casa y empezaran a revolverlo todo, sin pudor ni compasión.
-Uy, qué muslos más rollizos -dijo una de ellas examinando a Cinco Jotas.
-¿A cuánto está rebajado? -preguntó la otra.
-Mi cerdo no está en venta -se enfadó la Padilla.
-Antes costaba 500 euros, pero lo hemos bajado a 375 -interrumpió Eisi.
-Uf, demasiado caro -insistieron las mujeres.
-¿Caro? Es un pata negra auténtico -les aclaró Eisi.
Las dos señoras se miraron y terminaron convencidas. Una de ellas sacó la cartera y pagó billete sobre billete. También se llevaron una lámpara del comedor, el microondas, parte de la cubertería y el espejo del baño. Todo por unos cuantos billetes más que Eisi se quedó.
A la Padilla solo le importaba Cinco Jotas.
-¡El cerdo es mío! -gritó cuando vio cómo lo empujaban hasta el rellano para tratar de bajar toda la compra por el ascensor.
En medio de aquel disparate, llegó una patrulla policial.
-Ay, menos mal que han aparecido -dijo Úrsula a punto de llorar.
-¿Dónde está la pelusa agresiva? -preguntó uno de los agentes con la pistola en alto.
-¿No han venido por lo de las rebajas? -les preguntó Úrsula.
-Señora, no tenemos tiempo para estar de compras.
-Pero es que nos están desvalijando el edificio -gritó histérica la Padilla.
-Señora, por favor, no insista. Tenemos trabajo atrasado de la semana pasada.
Así que mientras la policía buscaba la pelusa peligrosa, la muchedumbre arrambló con medio edificio.