Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 3 de julio de 2017

REBAJAS Y A LO LOCO
Primero fueron unos golpes en la puerta y luego unos gritos desesperados. Faltaban tres minutos para las seis de la mañana y aquel vocerío nos despertó a todos. Sin poder remediarlo, salimos a la escalera de la peor manera posible: en pijama. Antes de averiguar quién aporreaba la puerta de entrada al edificio, nos llevamos un susto tremendo al ver a doña Monsi con una especie de red que sujetaba su desmadejada nubecilla capilar, que cada vez más tiende a parecerse a la melena de Tina Turner en un día de humedad extrema. Fue tan desagradable encontrarse con ella de madrugada que incluso Bernardo, que está acostumbrado a ver de todo por el retrovisor de su taxi, se quedó sin habla.
-Es como si trataran de tirar la puerta abajo -comentó Brígida escondida detrás de su hermana.
-En la carnicería comentaron ayer que hay una banda de yugoslavos que se dedica a asaltar casas y a seducir a señoras como nosotras -apuntó la Padilla.
-Pues deben actuar en una cuarta dimensión, porque yugoslavos ya no hay -le aclaró Bernardo.
-¿Y si llamamos a la policía? -sugirió Brígida.
-¿A la policía? Pero si todavía no han aparecido desde que la semana pasada llamamos para que redujeran a la pelusa que se puso violenta y se atrincheró en la azotea -se quejó Úrsula, algo mareada por el olor rancio de los bostezos de sus vecinos.
Mientras discutíamos, el golpeteo atronador continuaba en el portal. Eisi, enfundado en un calzoncillo blanco de algodón fino, empezó a bajar las escaleras. Parecía tener claro lo que hacía. Antes de abrir, se dirigió a la muchedumbre que esperaba fuera a través de la cerradura de la puerta de entrada al edificio
-Por favor, cálmense y entren con tranquilidad. Hay mercancía para todos.
-¿A qué mercancía te refieres? ¿En qué lío estás metido? ¡Habla! -le ordenó Úrsula.
-¡Eh! Sosiego, señora. He puesto un cartel en la puerta anunciando que hoy empiezan las rebajas en nuestro edificio. Creo que podemos sacar un dinerillo extra para el verano que nos viene bien a todos. Así que no se queje -le pidió Eisi.

-¿Que tú qué? -preguntó la Padilla, mientras buscaba la mirada de doña Monsi para que reprobara a su vecino, pero la presidenta estaba más ocupada en mantener el equilibrio de su desaforada nubecilla capilar que en lo que pasaba en la escalera.
-Aprovechen y despréndanse de todo aquello que no quieran -dijo Eisi, y sin darnos tiempo a reaccionar abrió la puerta.
Como si fuera un parto múltiple, siete señoras, que parecían veinte, y cuatro señores atravesaron aquel hueco y se diseminaron por todo el edificio en busca de la mejor oferta. Brígida empezó a temblar y huyó a encerrarse en su piso. Bernardo cogió su taxi y se largó, pero la Padilla no pudo evitar que dos señoras se colaran en su casa y empezaran a revolverlo todo, sin pudor ni compasión.
-Uy, qué muslos más rollizos -dijo una de ellas examinando a Cinco Jotas.
-¿A cuánto está rebajado? -preguntó la otra.
-Mi cerdo no está en venta -se enfadó la Padilla.
-Antes costaba 500 euros, pero lo hemos bajado a 375 -interrumpió Eisi.
-Uf, demasiado caro -insistieron las mujeres.
-¿Caro? Es un pata negra auténtico -les aclaró Eisi.
Las dos señoras se miraron y terminaron convencidas. Una de ellas sacó la cartera y pagó billete sobre billete. También se llevaron una lámpara del comedor, el microondas, parte de la cubertería y el espejo del baño. Todo por unos cuantos billetes más que Eisi se quedó.
A la Padilla solo le importaba Cinco Jotas.
-¡El cerdo es mío! -gritó cuando vio cómo lo empujaban hasta el rellano para tratar de bajar toda la compra por el ascensor.
En medio de aquel disparate, llegó una patrulla policial.
-Ay, menos mal que han aparecido -dijo Úrsula a punto de llorar.
-¿Dónde está la pelusa agresiva? -preguntó uno de los agentes con la pistola en alto.
-¿No han venido por lo de las rebajas? -les preguntó Úrsula.
-Señora, no tenemos tiempo para estar de compras.
-Pero es que nos están desvalijando el edificio -gritó histérica la Padilla.
-Señora, por favor, no insista. Tenemos trabajo atrasado de la semana pasada.
Así que mientras la policía buscaba la pelusa peligrosa, la muchedumbre arrambló con medio edificio.

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