Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 25 de septiembre de 2017

BAJO SOSPECHA
Todavía no sabemos en qué lío anda metida doña Monsi en Barcelona, pero grave debe de ser cuando, coincidiendo con el estreno de Gran Hermano Revolution, se atrevió a llamar a Eisi, que a esa hora fijaba la mirada en la tele como si nunca antes hubiera visto aquel aparato. Al día siguiente, sin darnos ninguna explicación, se marchó con lo puesto hacia tierras catalanas. Carmela, que está al quite de todo lo que se mueve menos de las pelusas, nos contó que había escuchado a Eisi hablar por teléfono con la presidenta y que dijo algo relacionado con una urna.
-No puedo creer que doña Monsi esté traficando con las urnas del referéndum del próximo domingo -comentó preocupada la Padilla.
-Ay, mi madre. Seguro que ha llamado a Eisi para que le eche una mano de extranjis. Qué fuerte -se lamentó Brígida.
Aquello nos dejó preocupadas, pero tratamos de no darle más importancia hasta que tocaron en el portal. Carmela, que por fin había logrado arrinconar un par de pelusas, abrió la puerta y un hombre con una nariz interminable y resfriada entró. Levantó las cejas a modo de saludo y dejó una caja en el suelo.
-¿Y esto qué es? -preguntó Carmela.
-Un paquete -contestó.

-¡No lo toques! -gritó la Padilla como si aquella fuera la última frase que iba a pronunciar el resto de su vida.
-Pero qué exagerada eres, mujer. Ni que viniera el demonio de Tanzania dentro.
-Tasmania, señora.
-¿Ves? Él señor lo acaba de confirmar -se asustó Brígida buscando refugio.
-Yo no he confirmado nada. Solo he corregido un detalle y es que el demonio es de Tasmania, no de Tanzania -aclaró él con el brazo extendido para que alguien le echara una firma.
-Uf, a mí esto me huele mal -comentó la Padilla.
-Pues yo, con el resfriado que llevo, ya se puede estar pudriendo el mismísimo demonio de Tasmania que ni me entero -dijo el señor de la caja misteriosa, que, sin avisar, soltó un estornudo que las pelusas volvieron a campar a sus anchas por todo el edificio.
Carmela le echó una mirada tan asesina que el hombre se marchó como si hubiera visto al susodicho demonio.
-¿Y por qué no abrimos la caja? -preguntó María Victoria, que albergaba la esperanza de encontrar un abrigo de plumas de colibrí ecuatoriano que alguien le hubiera enviado como regalo.
-¿Tú estás loca? No quiero ser cómplice de un robo. Como se entere la policía, primero cae ella y detrás nosotras por encubrir el delito -advirtió la Padilla, que propuso deshacerse de la caja cuanto antes.
-Me temo que es imposible -avisó Brígida-. La anciana del edificio de enfrente se pasa toda la tarde en la ventana, vigilando la calle.
-Pues entonces habrá que esperar hasta la "urna" de la madrugada para hacerlo -bromeó Carmela.
-Tú eres tonta, ¿verdad? -lamentó la Padilla.
Mientras decidíamos la manera menos arriesgada de acometer la operación, alguien aporreó la puerta del edificio. Carmela abrió y entró un policía.
-Buenas tardes, señoras -saludó.
La Padilla le hizo un gesto a María Victoria para que se colocara delante de la caja.
-¿Y por qué yo? -preguntó en susurros.
"Porque eres la más voluminosa", le respondió ella sin abrir la boca y haciendo un gesto descriptivo con los brazos.
-¿En qué podemos ayudarle, señor agente? -preguntó Carmela.
-Vengo a por un paquete.
Aquellas palabras nos dejaron heladas. Alguien había dado el chivatazo. Solo por una vez, María Victoria deseó tener más caderas para que aquel poli no pudiera descubrir la caja.
-Ningurna de nosotras tiene nada -dijo Brígida y la Padilla empezó a toser.
-Discúlpela, es que el polvo nos atrofia la lengua -se excusó señalando a una de las pelusas.
Cuando todo parecía perdido, apareció Xiu Mei.
-Hola, inspectó, aquí tú tiene lollito primavela para comisalía -dijo entregándole un paquete grasiento y humeante.
-Gracias, Xiu. Mmm? Huele que alimenta. Vuelvo la próxima semana -dijo él, mientras atravesaba la puerta de la calle y se despedía con una sonrisa para todas.
Carmela cerró de un portazo y se giró hacia nuestra vecina china.
-¡A quién se le ocurre hacer rollitos de primavera en otoño!
Xiu Mei nos miró desconcertada y, por el rabillo del ojo, descubrió la caja que sobresalía de las caderas de María Victoria.
-¡Po fin llegó telmomix mía para lollitos! -gritó emocionada.

lunes, 18 de septiembre de 2017

ME SUENA TU CARA
Eisi sigue obsesionado con reforzar las medidas de seguridad. A tanto ha llegado su inquietud que, como presidente sustituto, envió un whatsapp a la multinacional Apple, solicitando que le prestaran la patente del iphoneX para poder aplicar el reconocimiento facial a la entrada de nuestro edificio. La idea no sentó nada bien entre los vecinos.
-Ni que fuéramos delincuentes -se quejó la Padilla.
-Señora, lo hago por su propio bien. Si la máquina no reconoce la cara del inquilino, la puerta se bloquea y aquí no entra ni San Pedro, con lo que estamos hipermegaultraseguros ante cualquier intruso. ¿Lo capta? -preguntó Eisi, mientras elevaba el tono de voz a medida que construía la frase.
-Eh, bájame el labio. A mí no me chilles -gritó ella aun más.
-Chicos, no se me vengan arriba -pidió Úrsula, en un intento de apaciguar el ambiente.
-La única dificultad que yo veo -dijo Bernardo- es que, cuando regrese a casa después de más de nueve horas en el taxi, el iphone ese no me va a reconocer. Tengo unos capilares muy activos y, aunque por las mañanas salgo recién afeitado, llego con una barba que ni un náufrago hipster.
-Si el problema con quien lo vamos a tener es con María Victoria -murmuró Carmela.
-¿A qué te refieres? -se molestó la susodicha al escucharla.
-Pues que con el ácido ilurónico ese que te echas por las mañanas para esconder las arrugas, la máquina se va a pensar que la quieres engañar, y este dispositivo no es como los tipos con los que sales.
Después de veinte minutos de comentarios despectivos por parte de unos y de otros, Eisi chistó y se llevó el índice a la boca para que nos calláramos mientras respondía una llamada.
-Yes, yes, mi ser Eisi. Jelou, señor Banana? Perdón, Manzana? esto? don Appel. ¿Yu com tumorro? Ok. Chacheishon.
Escucharle hablar aquel inglés tan? tan? Bueno, escucharle hablar aquel inglés nos dejó sin palabras.
Al día siguiente, dos señores vestidos de negro y con una gorra de color verde manzana aparecieron por el portal preguntando por Eisi. Sin dejar de emborronar el suelo con la fregona, Carmela gritó por él con tanta fuerza que no me extraña que esa fuera la causa de la desintegración de la sonda Cassini en la atmósfera de Saturno, diga lo que diga la NASA.
-Peró ¿qué pasa ahora? Ya he subido la cuota de la comunidad para que te puedas comprar ese producto mata pelusas rebeldes que anuncia la teletienda. 
¿Qué más quieres? -preguntó el presidente sustituto, pensando que el grito de Carmela era de queja.
-Pero ¿qué dices? Yo te llamaba porque los primos de Manzanita preguntan por ti.
-¡Los de Appel! -exclamó al verles-. Yu ar in yor jaus. Güelcome.

-Nosotros no hablamos inglés -lamentó uno de ellos.
Eisi cambió al español sobre la marcha.
-No les esperaba tan pronto. ¿Cómo ha sido el viaje desde California? ¿Les cogió el huracán?
-No, si nosotros vivimos en Taco. Hace lo menos diez años, Steve Jobs nos llamó para que le hiciéramos un trabajito y aquí seguimos con un contrato indefinido hasta que salga el iphone33.
-Bueno, menos cháchara y al tajo, ¿no? -les interrumpió Carmela-, que aquí yo tengo un contrato por horas y en cinco minutos cierro el quiosco y me largo.
No se habló más. Los dos tipos se pusieron a montar el dispositivo de reconocimiento facial en la entrada del edificio y, cuando terminaron, le pidieron a Eisi que reuniera a todos los vecinos para poder escanearnos la cara y activar el sensor.
Bernardo preguntó si era posible que a él se lo hicieran con barba en un lado y sin ella en el otro, pero la respuesta fue negativa. El problema llegó con María Victoria, que insistió en ponerse doble de maquillaje y tres ampollas de ácido hialurónico, con lo que esa misma noche, cuando bajó a tirar la basura ya con la cara lavada, la máquina no la reconoció y le impidió la entrada. La única solución que encontramos fue lanzarle por la ventana el neceser con sus cosas de maquillaje.
Por fin, a las dos de la madrugada, la maldita máquina le permitió la entrada.

lunes, 11 de septiembre de 2017

SEGURO NO HAY NADA
Por unanimidad consigo mismo, Eisi decidió que, hasta que regrese doña Monsi, él será quien se quede al mando del edificio. La noche del miércoles, la presidenta se comunicó con nosotros a través del chat comunitario y nos anunció que permanecerá en Barcelona hasta que se arregle la situación política. "No quiero marcharme, que igual después no me dejan entrar", escribió.
-Uf, yo preferiría que se recuperase, que si nos lo pega caemos todos como moscas -advirtió María Victoria, que piensa que el procés es un virus que ha cogido la presidenta.
-Pues si no vuelve mejor -comentó Carmela, mientras perdía la mirada en el infinito, imaginando que ya no tendría que escuchar más las quejas de doña Monsi por el gasto excesivo de agua cuando llena el cubo para limpiar las escaleras.
Esa misma noche, Bernardo nos confirmó que la ausencia de la presidenta iba para largo. Él lo sabe de primera mano porque se pasa todo el día en el taxi escuchando las noticias y discutiendo con los clientes, más que Marhuenda en las tertulias de la Sexta.
Aprovechando su nuevo cargo como presidente, Eisi nos reunió a todos en el portal para comunicarnos los cambios que quería poner en marcha.
-¡Qué bien! Ya era hora de hacer arreglos en el edificio. A mí me llega tan poca agua que me ducho en seco -relató la Padilla.
-Sí, es lamentable el estado de abandono al que hemos llegado. Fíjate que yo me miro al espejo y me asusto -suspiró Brígida.
-Es que todo está patas arriba. La puerta de la azotea solo se abre a patadas, aunque lo que peor está es el ascensor. Tiene tantas pelusas que ya supera el aforo permitido -advirtió María Victoria.
A Carmela no le gustó nada el comentario y -como quien no quiere la cosa- rozó con la fregona empapada en lejía los nuevos "leggins" de piel de lagarto gigante de El Hierro que llevaba puestos su vecina y le dejó estampada una mancha que ni el "Ecce Homo" de Borja en un día nublado.
-Bueno, déjenlo ya -ordenó Eisi-. Los cambios tienen más que ver con la seguridad.
-Eso es precisamente lo que queremos -interrumpió la Padilla-: seguridad de que se van a arreglar las cosas de una vez por todas.
Eisi dejó caer los párpados y apretó la mandíbula intentando evitar que se le escapara la palabra malsonante que tenía en la punta de la lengua. Respiró profundo y levantó el brazo derecho para que Vicente y Gilberto, los dos ancianos que hemos acogido temporalmente en el edificio, se acercaran a él. Iban vestidos con un mono de color verde y llevaban la palabra "STAFF" escrita a mano en la espalda.

-Les presento a los agentes especiales que van a velar por nuestra seguridad.
-Es broma, ¿no? -sonrió Carmela.
-¿Has puesto a dos veteranos de la guerra del Vietnam a cuidar del edificio? -preguntó Úrsula.
-Más que agentes especiales habrás querido decir agentes espaciales, porque con la edad que deben de tener están más fuera de órbita que otra cosa -dijo Carmela.
-Qué poco respeto el suyo, señora -se lamentó uno de ellos-. Exijo una disculpa.
El anuncio impactante que Eisi acababa de hacer coincidió con el momento en que María Victoria descubrió la mancha en sus "leggins" y, a partir de ahí, se disparató por completo.
-¡Ha sido ella! -señaló a Carmela, que aún tenía el arma de hipoclorito de sodio en las manos.
Uno de los agentes especiales se abalanzó sobre la acusada.
-Bien hecho, Vicente -aplaudió Gilberto a su compañero.
-Pero ¿ustedes están locos o qué? -se asustó la Padilla y todos nos acercamos a separarles.
Carmela se recompuso enseguida, pero el anciano se quedó inmóvil en el suelo.
-¡Uf! Esto tiene mala pinta -comentó Brígida sin atreverse a tocarlo.
Con la cara descompuesta, Eisi se agachó a preguntarle si estaba bien.
-Sí? Bien partido -murmuró entre quejidos.
-¿Y estos son los que nos van a vigilar? -protestó Brígida.
El pobre Vicente lleva cuatro días en cama sin poder moverse y Gilberto le ha devuelto el mono verde a Eisi hasta que su compañero se recupere. Dice que ellos son como Starsky y Hutch. Inseparables. Así que aquí seguimos: sin vigilancia, con poca agua y con el ascensor a punto de reventar.

martes, 5 de septiembre de 2017

EL CORONEL Y SU TROPA
No fue por prescripción médica sino por vacaciones, pero haberme alejado del edificio durante unas semanas ha sido un bálsamo reconstituyente. La casualidad hizo que este año todos los vecinos coincidiéramos en agosto para poner tierra, mar o aire de por medio. Todos, a excepción de Eisi, que decidió no coger vacaciones con la excusa de que alguien tenía que quedarse a cuidar del edificio.
-No sé por qué me da que esconde algún interés en su decisión -murmuró la Padilla.
Deseábamos tanto escapar de aquellas cuatro paredes que nos marchamos con la tranquilidad de que, por lo menos, nuestro hogar estaría vigilado.
Pero el tiempo vuela y lo bueno se termina, así que hace unos días tuvimos que regresar de nuevo a la realidad. También por casualidad todos coincidimos en el portal a la llegada.
-¡Niña! Te veo más repuestita. Has subido unos kilitos, ¿no? -le dijo la Padilla a Carmela nada más verla.
-Algunos sí, pero al menos yo los he repartido por todo el cuerpo. No como tú, que los tienes de okupas en los muslos.
Mientras entrábamos las maletas al portal y seguíamos examinándonos de arriba a abajo, el ascensor se abrió y salió un señor de unos ochenta y tantos apoyado en un bastón.
-¿Y este quién es? -preguntó Úrsula, embutida en un traje floreado con volantes de gasa y con una pamela.
-Hemos estado en La Graciosa -comentó su hermana Brígida.
-¿Graciosa? Con esa pinta, esa lo que está es de risa -comentó entre dientes María Victoria.
Antes de salir a la calle, el señor se acercó a los buzones y abrió uno de ellos.

-Pero ¿qué hace? -saltó la Padilla como un perenquén-. Ese es mi buzón.
-Espero carta -explicó el hombre.
En medio de aquella confusión, un grito por el hueco de la escalera atrajo nuestra atención.
-¡Vicente! Voy contigo.
De pronto, esa voz gruesa y tenebrosa se convirtió en otro señor, también de unos ochenta años y enfundado en un chándal de los de toda la vida.
-Pero ¿esto qué es? ¿"Cocoon"? -preguntó Carmela.
-Venga, vámonos, ya que si volvemos tarde el coronel nos echa la bronca -le apremió el primero de los desconocidos.
-¡Alto ahí, caballeros! De aquí no sale nadie hasta que nos digan quiénes son -exigió la Padilla interponiéndose entre la puerta y los dos señores.
-Señorita, le ruego que se quite de ahí. Si no, me veré obligado a usar la fuerza -advirtió el del chandal.
Que le hubiera llamado "señorita" fue para la Padilla todo un halago y se apartó por las buenas y sin oponer resistencia.
-¿Estás loca? -le echó en cara Úrsula-. De aquí no salen estos dos hasta que nos cuenten quiénes son.
-Vivimos aquí.
-¡Mentirosos! -gritó María Victoria-. Nosotras vivimos aquí y no hay ningún piso vacío.
-Para mí que son de una banda de ladrones, de esos que aprovechan las vacaciones para entrar en los edificios a robar -apuntó Brígida.
-Con ese chándal tan llamativo no se puede ir a robar. Anda, llama a la policía -ordenó Úrsula a su hermana.
-Señoras, les repito que mi amigo Gilberto y yo residimos en este edificio. Él, en el cuarto derecha, y yo, en el primero derecha.
-Pero si ahí vivo yo -le aclaró la Padilla.
-Y el primero derecha es mi casa. Como me hayan revuelto el armario, se les va a caer el pelo -les amenazó María Victoria pensando en sus "leggins".
-Gilberto, llama al coronel.
-¿Cómo?
-A pulmón.
-¡Coroneeeeeel! -gritó.
En apenas dos segundos apareció Eisi.
-Estas señoras nos quieren echar del edificio -dijeron al unísono.
-¿Tú eres el coronel? -preguntó la Padilla.
-Bueno, en esta residencia hay normas que cumplir -se excusó Eisi.
-¿Residencia?
Eisi no tuvo más remedio que terminar confesando que, durante nuestra ausencia, había convertido el edificio en una residencia de ancianos en la que llegó a tener hasta diez. Del precio no dio muchos detalles.
-Han sido buenos pagadores -se limitó a decir.
-También nos contó que el día anterior se habían ido todos, pero que Gilberto y Vicente no tenían familia y le daba pena dejarlos en la calle.
A la espera de una solución, la Padilla y María Victoria aceptaron compartir su piso con los desconocidos.
Yo solo temo cuando llegue doña Monsi y se entere del lío.
No digo más.