Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 5 de septiembre de 2017

EL CORONEL Y SU TROPA
No fue por prescripción médica sino por vacaciones, pero haberme alejado del edificio durante unas semanas ha sido un bálsamo reconstituyente. La casualidad hizo que este año todos los vecinos coincidiéramos en agosto para poner tierra, mar o aire de por medio. Todos, a excepción de Eisi, que decidió no coger vacaciones con la excusa de que alguien tenía que quedarse a cuidar del edificio.
-No sé por qué me da que esconde algún interés en su decisión -murmuró la Padilla.
Deseábamos tanto escapar de aquellas cuatro paredes que nos marchamos con la tranquilidad de que, por lo menos, nuestro hogar estaría vigilado.
Pero el tiempo vuela y lo bueno se termina, así que hace unos días tuvimos que regresar de nuevo a la realidad. También por casualidad todos coincidimos en el portal a la llegada.
-¡Niña! Te veo más repuestita. Has subido unos kilitos, ¿no? -le dijo la Padilla a Carmela nada más verla.
-Algunos sí, pero al menos yo los he repartido por todo el cuerpo. No como tú, que los tienes de okupas en los muslos.
Mientras entrábamos las maletas al portal y seguíamos examinándonos de arriba a abajo, el ascensor se abrió y salió un señor de unos ochenta y tantos apoyado en un bastón.
-¿Y este quién es? -preguntó Úrsula, embutida en un traje floreado con volantes de gasa y con una pamela.
-Hemos estado en La Graciosa -comentó su hermana Brígida.
-¿Graciosa? Con esa pinta, esa lo que está es de risa -comentó entre dientes María Victoria.
Antes de salir a la calle, el señor se acercó a los buzones y abrió uno de ellos.

-Pero ¿qué hace? -saltó la Padilla como un perenquén-. Ese es mi buzón.
-Espero carta -explicó el hombre.
En medio de aquella confusión, un grito por el hueco de la escalera atrajo nuestra atención.
-¡Vicente! Voy contigo.
De pronto, esa voz gruesa y tenebrosa se convirtió en otro señor, también de unos ochenta años y enfundado en un chándal de los de toda la vida.
-Pero ¿esto qué es? ¿"Cocoon"? -preguntó Carmela.
-Venga, vámonos, ya que si volvemos tarde el coronel nos echa la bronca -le apremió el primero de los desconocidos.
-¡Alto ahí, caballeros! De aquí no sale nadie hasta que nos digan quiénes son -exigió la Padilla interponiéndose entre la puerta y los dos señores.
-Señorita, le ruego que se quite de ahí. Si no, me veré obligado a usar la fuerza -advirtió el del chandal.
Que le hubiera llamado "señorita" fue para la Padilla todo un halago y se apartó por las buenas y sin oponer resistencia.
-¿Estás loca? -le echó en cara Úrsula-. De aquí no salen estos dos hasta que nos cuenten quiénes son.
-Vivimos aquí.
-¡Mentirosos! -gritó María Victoria-. Nosotras vivimos aquí y no hay ningún piso vacío.
-Para mí que son de una banda de ladrones, de esos que aprovechan las vacaciones para entrar en los edificios a robar -apuntó Brígida.
-Con ese chándal tan llamativo no se puede ir a robar. Anda, llama a la policía -ordenó Úrsula a su hermana.
-Señoras, les repito que mi amigo Gilberto y yo residimos en este edificio. Él, en el cuarto derecha, y yo, en el primero derecha.
-Pero si ahí vivo yo -le aclaró la Padilla.
-Y el primero derecha es mi casa. Como me hayan revuelto el armario, se les va a caer el pelo -les amenazó María Victoria pensando en sus "leggins".
-Gilberto, llama al coronel.
-¿Cómo?
-A pulmón.
-¡Coroneeeeeel! -gritó.
En apenas dos segundos apareció Eisi.
-Estas señoras nos quieren echar del edificio -dijeron al unísono.
-¿Tú eres el coronel? -preguntó la Padilla.
-Bueno, en esta residencia hay normas que cumplir -se excusó Eisi.
-¿Residencia?
Eisi no tuvo más remedio que terminar confesando que, durante nuestra ausencia, había convertido el edificio en una residencia de ancianos en la que llegó a tener hasta diez. Del precio no dio muchos detalles.
-Han sido buenos pagadores -se limitó a decir.
-También nos contó que el día anterior se habían ido todos, pero que Gilberto y Vicente no tenían familia y le daba pena dejarlos en la calle.
A la espera de una solución, la Padilla y María Victoria aceptaron compartir su piso con los desconocidos.
Yo solo temo cuando llegue doña Monsi y se entere del lío.
No digo más.

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