Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 2 de octubre de 2017

Seguimos sin noticias de nuestra presidenta doña Monsi. Desde que viajó a Barcelona a resolver unos "asuntillos familiares" no ha regresado. Tampoco sabemos nada de Eisi que se marchó a su encuentro tras una llamada misteriosa que ella le hizo. A fecha de hoy, ninguno de los dos ha contactado con nosotros y, ante la falta de alguien que lleve las riendas del edificio, la Padilla decidió tomar el mando.
- Soy la más antigua -argumentó.
- Ha dicho que es la más vieja ¿verdad? -preguntó Úrsula y yo asentí. Sabía que era la única forma de que aceptara aquella imposición.
La que sale ganando con esta situación de confusión es Carmela que se ha dejado ir -aun más- con la limpieza y hemos llegado al punto de que en las pelusas se puede intuir que hay escaleras.
-No es normal que hayan pasado tantos días sin saber nada de ellos. Yo avisaría a la policía- comentó Brígida.
- Tranquila. Si en 48 horas no se ponen en contacto con nosotros, se considerará negligencia en el desempeño de funciones y la presidencia pasará a ser mía por ley. Así me lo ha confirmado mi abogado- explicó la Padilla, más preocupada por su nuevo cargo que por nuestros vecinos desaparecidos.
- A mi me da igual quien nos gobierne -se sinceró Úrsula- Esté quien esté al frente, en este edificio, las cosas no cambian. Las escaleras siguen atestadas de polvo; el ascensor, estropeado y la puerta de la azotea más abierta que las de una iglesia.
- Eso. El día menos pensado va a entrar alguien y se va a llevar el ascensor. Si es que lo veo venir -vaticinó Brígida- Lo veo venir y lo veo irse.
- A Carmela no le gustaron nada las quejas acerca de la falta de limpieza en las escaleras.
- Señoras, como veo que mi trabajo no les gusta, he decidido abandonar el edificio- anunció- y, como si fuera una estrella de telenovela despechada, entregó la fregona a la nueva presidenta.
- Pero, Carmela, no puedes quedarte sin tu sueldo -le recordó Brígida- Tienes dos hijas. Y un marido. Y una nevera que pagar. Y una hipoteca. Y un coche. Y a tu suegra.
- Bueno, vale ya. Tampoco era necesario ser tan explícita- interrumpió de mala gana mientras recuperaba la fregona.
Estábamos a punto de entrar en nuestro bucle de discusiones absurdas cuando, por fortuna, algo llegó volando, procedente de las escaleras y cambió el centró de nuestra atención. Era de color verde luminoso y se posó en los buzones.
- ¡Qué es eso? -gritó aterrada María Victoria.
- Tranquilas. Es un mero loro- dijo la Padilla.
- ¿Un mero o un loro?

- Un loro. Mero como sinónimo de simple. ¿Es que tengo que explicarlo todo?
- Pues va a ser que sí. Eres la presidenta -le recordó Brígida.
- Bueno, al grano -pidió Úrsula- ¿Qué hace un loro aquí?
- ¿Y si es una señal que nos envía doña Monsi para avisarnos de que está en peligro? -apuntó Brígida.
- ¡Un whatsapp en forma de loro! -exclamó María Victoria, buscando la aplicación en su móvil.
- Seguro que trae un mensaje. Compruébenlo -ordenó la Padilla.
- Solo trae polvo -indicó Úrsula, después de una inspección ocular a distancia.
- Luego dicen que soy yo la que no limpia. Si es que aquí entra basura por todos lados -se quejó Carmela.
La Padilla se rascó la cabeza y achicó los ojos para pensar. No tardó en dar otra orden.
- Háganle hablar.
Carmela se lanzó.
- Tú, cosa verde ¿Quién eres, quién te ha enviado, por qué y qué quiere?
- Por favor, que es un loro no Google -se quejó la presidenta.
- Lo mejor será preguntarle poco a poco -propuso Brígida.
- ¿Te envía doña Monsi?
- Sí -dijo el loro.
- ¿Está en peligro?
- Sí- volvió a decir.
- ¿Necesita nuestra ayuda?
- También afirmó
- ¡Alto! Este loro no sirve. A todo dice que sí -se quejó la Padilla y le preguntó:
- ¿Doña Monsi es la cosa más bonita que has visto?
- Sí- volvió a decir.
- ¿Lo ven? No sabe lo que dice.
- Igual es que viene con spam -sugirió Brígida.
La Padilla interrumpió el interrogatorio y nos ordenó volver a nuestra rutina.
María Victoria decidió quedarse con el loro. Ahora se pasa todo el día preguntándole si le gusta cómo va vestida o si cree que es la más inteligente del edificio. Él no la defrauda.

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