Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 27 de febrero de 2017

EN OTRO PLANETA
La tarde en que saltó la noticia de que habían descubierto siete exoplanetas a 40 años luz de la Tierra coincidió con la llegada al edificio de un señor raro que entró con la cabeza encajada en el cuello alzado de un abrigo acartonado, seguramente por el tiempo que hacía que no se lo quitaba. Preguntó por la presidenta y, enseguida, cundió el pánico porque a Carmela le dio por decir que el tipo venía a reclutarnos para enviarnos a uno de esos planetas lejanos.
Doña Monsi es capaz de pagar por eso.
-Yo no puedo ir al espacio. Mis mellizas son asmáticas y se asfixiarán si no hay gravedad -gritó angustiada Carmela.
-Todo lo contrario, si no hay gravedad no será grave -intentó calmarla Úrsula.
-A mi no me sacan de aquí por las buenas -amenazó la Padilla, mientras le ajustaba unas pestañas postizas a Cinco Jotas porque, según nos contó, al cerdo le encanta el Carnaval.
-¿Hola? Tierra llamando a mundo imaginario -dijo Eisi, apretándose la nariz como si estuviera hablando a través de una emisora-. A ver, señoras, creo que se les ha ido la olla con lo de los planetas. Por lo que le escuché anoche a doña Monsi, este hombre ha venido a tapiar el edificio.
Aquellas palabras nos dejaron aún peor. De la impresión, no éramos capaces de movernos. El único que lo hizo fue Cinco Jotas que, al no entender nuestro idioma, siguió funcionando como si nada. En una de esas, pestañeó y el ruido que produjo el roce de las postizas sobre su piel rugosa nos ayudó a regresar a la realidad.
-¿Ta-ta-ta-tapiar? -preguntó María Victoria con la mano en la boca por si la medida se tomaba por culpa de un escape de gas
-¿Lo ven? Nos mandan al espacio y luego tapian el edificio -se horrorizó Carmela.

Mientras nos angustiábamos con todo tipo de hipótesis, el señor misterioso empezó a pegar golpecitos en las paredes.
-¿Cuántos años tiene el bicho? -preguntó de repente.
-Tres pero no es comestible -saltó la Padilla, haciéndole un gesto a Cinco Jotas para que regresara inmediatamente al piso.
-Me refiero al edificio -aclaró el hombre.
-¿Y para qué quiere esa información? -inquirió Carmela un poco chulita.
-Necesito saberlo para determinar qué tipo de material tengo que usar.
Carmela y María Victoria se abrazaron y empezaron a llorar como si no hubiera un mañana.
-Lo que temíamos. Nos van a mandar a uno de "exos" planetas y luego clausuran el edificio -gimoteó María Victoria, a quien lo que más le preocupaba en ese momento era no tener leggins suficientes para un viaje tan largo.
-Cojan una muda y en diez minutos nos vemos en el portal -ordenó el hombre.
Carmela se puso histérica al pensar que, con las prisas, viajaría al espacio sin sus mellizas y María Victoria entró definitivamente en estado de shock.
-¿Una sola muda? -preguntó aterrada al imaginarse con la misma ropa 40 años luz después.
-No hay opción -aseguró la Padilla-. Hay que salir de aquí. La tele dijo ayer que la Tierra se estaba destruyendo poco a poco y que era mejor escapar cuanto antes.
-Sí, claro -comentó Eisi en tono irónico-. Por eso el programa se llama "Sálvame".
Tal y como pidió el tipo raro, todos bajamos al portal con una muda y muchos nervios.
-Ya estamos aquí -dijo Úrsula, extrañada del volumen que habían adquirido los muslos de María Victoria que luego nos confesó que llevaba cinco leggins uno encima de otro.
-Bien. Vayan subiendo a la guagua que hay fuera. Allí, alguien de la empresa les indicará a dónde van. Solo será una noche.
No entendíamos nada. ¿A qué velocidad iba a ir la nave?
-Oiga, mire yo es que si es para ir y volver prefiero quedarme aquí -dijo la Padilla.
-Señora, no empecemos. Esta noche, tengo que sellar las paredes y mañana todo estará como nuevo y podrán regresar a sus viviendas.
-¿Y el exoplaneta?
-¿Hola? Tierra llamando a mundo paralelo... -dijo Eisi con cara de "Señor, llévame cuanto antes".
Esa noche dormimos en una pensión y, al día siguiente, la guagua nos trajo de vuelta al edificio que había quedado sellado con planchas de poliuretano para dejarlo totalmente insonorizado. La presidenta doña Monsi no soporta los carnavales.

martes, 21 de febrero de 2017

SUPERMACHINE
Si los primeros días todo fueron quejas cuando la presidenta doña Monsi, con la connivencia de Carmela, recién nombrada directora general de Asuntos Internos del edificio, colocaron una lavadora comunitaria en el portal para hacer la colada, lo que pasó en los días que siguieron tuvo más que ver con una experiencia espacial. Aquel armatoste descomunal era más difícil de programar que una nave Soyuz. La cantidad de botones que tenía daba vértigo y ninguno se atrevía a tocarlos. Temíamos que si nos equivocábamos acabaríamos conectando la máquina y, entonces, el edificio entero saldría propulsado con destino a algún planeta lejano.
-Yo creo que estos aparatos ya vienen preparados para que metas la ropa y le des la orden de viva voz -dijo Úrsula, desesperada porque solo le quedaba una faja limpia para toda la semana.
-Sí, claro. Hola, maquinita: quiero que laves, enjuagues y centrifugues mi ropa de color a la de tres, dos, uno -bromeó Eisi, que es el menos afectado por la situación, ya que su cambio de ropa coincide con el cambio de estación.
-¿Por qué no dejamos de especular y alguien se pone a estudiar el manual de instrucciones a ver si averiguamos cómo se pone en marcha la maldita lavadora esta? -sugirió la Padilla.
-Es que solo viene en chino -se lamentó María Victoria, que ha vuelto a enfundarse en sus "leggins", a pesar de que el médico le dijo que, de seguir usando esos pantalones tan ajustados (cuatro tallas menos), sus muslos podrían sufrir colapso inmediato por asfixia severa e irrevocable.

A falta de un jefe de control, como supongo habrá en la NASA, y como primera medida, se nos ocurrió que Xiu Mei, la esposa de Bernardo el taxista, podría traducirnos las instrucciones, pero, esa misma tarde, la mujer había ido al oculista y llegó con las pupilas dilatadas con lo que no podía enfocar y, la verdad, es que temimos que, entre su español, que todavía es ininteligible, y su despiste habitual, pulsáramos una combinación de botones que, en lugar de lavar la ropa, terminara cocinándola.
Los días iban pasando y la cantidad de prendas acumuladas y olorosas en el edificio iba aumentando, así que decidimos buscar una solución. A Úrsula se le ocurrió que hiciéramos una prueba con unas sábanas viejas hasta dar con la combinación correcta de lavado.
Esa misma tarde, la Padilla bajó unas que había heredado de su tía Desconsuelo. Sí, se llamaba así. Al parecer, la mujer se cambió de nombre después de que el que iba a ser su marido la dejara plantada a las puertas de la iglesia. Ella, compuesta y sin novio, dejó entonces todas sus pertenencias a sus tres sobrinas y se encerró en un cuarto a llorar durante cuarenta años.
Las sábanas tenían unas flores diminutas, tanto como sus lágrimas. Eran de color verde y amarillo y le daban un aspecto de prado primaveral un tanto agobiante.
-¿Y, ahora? -preguntó María Victoria, ansiosa por pulsar los botones.
-Aparta, insensata -le gritó Eisi, interponiéndose entre ella y la lavadora.
-Pero ¿qué haces?
-No ves que esto puede explotar. Hay que estar prevenidos -dijo Eisi, enfundado en un aparatoso casco de moto.
-Pero, por favor, que es una lavadora, no un cañón -se quejó Úrsula, que se lanzó sobre la máquina y empezó a pulsar botones sin control.
La lavadora empezó a iluminarse y a emitir un ruido ensordecedor. María Victoria, la Padilla y Eisi subieron las escaleras huyendo de un posible accidente, pero, a mitad de camino, Úrsula les avisó de que ya había terminado el lavado. Regresaron al portal con desconfianza. Cuando comprobaron que el peligro había pasado, abrieron la lavadora y rescataron las sábanas. Estaban impolutas. Tanto, que no ni siquiera había rastro de las florecillas.
-Qué disgusto -pensó la Padilla-. Si tía levantara la cabeza.
-Qué guay -comentó María Victoria-. Tiene acción borradora total. Voy a meter una blusa, que tengo con unos cuadros horrorosos que no me gustan nada.
Úrsula intentó recordar la combinación y empezó a pulsar de nuevo los botones sin ton ni son. Otra vez, el despliegue luminoso y el ruido, pero, en esta ocasión, nadie se movió. Cuando terminó el lavado, María Victoria rescató la blusa del interior de la lavadora. Habían desaparecido los cuadros, pero, a cambio, llevaba las flores de las sabanas de tía Desconsuelo.

lunes, 13 de febrero de 2017

TÁNDEM PELIGROSO

Varios días de discusión, de sacar pecho una y otra y un dudoso intercambio de favores fueron necesarios para que las aguas volvieran a su cauce. Luchar contra una roca de cemento armado llamada doña Monsi no fue nada fácil, pero Carmela tiene aguante y, al final, la presidenta acabó devolviéndole su empleo en el edificio con algunas mejoras y una larga lista de sorpresas. Desde el pasado jueves, las dos mujeres han formado un tándem que aquí guerra y en el cielo gloria; nunca mejor dicho porque Gloria del Paraíso, la que por unos días sustituyó a Carmela en los menesteres de saneamiento, higiene y desinfección de las escaleras, fue despedida de forma fulminante, aunque ya ha encontrado trabajo en el aeropuerto.
-Cuánto me alegró por ella -dijo Úrsula-. Allí estará como en su casa.
-¿Y eso? -preguntó su hermana.
-Ay, niña. ¿Tú no veías que la tal Gloria siempre andaba en las nubes? Pues ahora estará más cerca.
A Carmela no le gustó nada que estuvieran hablando de quien había ostentado su cargo por unos días y menos cuando les oyó comentar que, en tan poco tiempo, aquella mujer le había imprimido un brillo nuevo a las escaleras.
-Se me callan. Si alguna tiene queja de cómo hago mi trabajo lo tiene complicado, porque la presidenta me ha renovado por cinco años y un día. Y, por cierto, una cosita: desde hoy ya no soy "la que limpia las escaleras". Doña Monsi me ha subido el rango a directora general de Asuntos Internos del edificio.
María Victoria, que durante una temporada ha decidido cambiar los "leggins" por pantalones de chandal, porque el médico le ha dicho que tiene los muslos asfixiados, se asustó al oír aquello y pensó que lo de Asuntos Internos le daba licencia a Carmela para entrar sin permiso en su casa. Se la imaginó rebuscando en su armario, en su cocina, en sus secretos más íntimos. En su mente. En su corazón.
-¡Me niego! -gritó-. En mi casa no entras.
-Yo puedo entrar donde quiera- dijo Carmela, mostrando un pedazo de metal verdoso.
-¡Criptonita! Chicas, cierren los ojos -avisó Úrsula, temiendo que aquella cosa radiactiva les quitara la fuerza como a Superman.
-Eso es para hipnotizarnos y, luego, dominarnos -temió María Victoria.
-¿Pero qué están diciendo? Esta es la llave maestra del edificio con la que puedo entrar donde quiera.
Se armó el revuelo.
En medio de aquel nuevo lío vecinal, la Padilla llegó de la calle con Cinco Jotas y Carmela se interpuso entre ella y el animal.
-Él se queda fuera. Este no es lugar para cerdos -sentenció.
-Bromeas, ¿no? -preguntó la Padilla, que, al ver la expresión de su cara, supo que no lo hacía.
Cuando pensábamos que las cosas no podían ir peor, dos hombres entraron en el portal con una caja enorme. Carmela les indicó que la colocaran en el hueco entre los buzones y el cuarto de contadores. Aquello parecía una nave espacial y tenía más botones que el ascensor del Empire State.
-Ya pueden hacer la colada aquí -dijo Carmela, con el dedo índice apuntando hacia una lavadora descomunal.
-No gracias, confío más en mi aparato -comentó Úrsula.
-Yo también -dijo Eisi, que se había unido al grupo.

-Creo que no me entienden. Esta lavadora sustituye a las suyas. Si quieren lavar ropa solo podrán hacerlo aquí -dijo autoritaria.
-No puedes obligarnos -saltó la Padilla.
-Como directora general de Asuntos Internos, puedo hacerlo. Ya he ordenado que corten el paso del agua a las viviendas, así que no hay opción.
Aquella revelación nos sumió a todos en una discusión acalorada que solo cesó cuando vimos aparecer a la presidenta. María Victoria corrió hacia ella como si fuera la luz al final del túnel.
-Doña Monsi, detenga esto. Carmela se ha vuelto loca. Dice que usted le ha dado libertad para hacer lo que quiera.
-¿Que Carmela ha dicho eso? -preguntó doña Monsi.
Todos asentimos.
-Pues se equivoca.
Todos respiramos.
-No tiene libertad para hacer lo que quiera. Tiene una orden mía para hacerlo.
Todos nos quedamos mudos.
-Carmela, ¿ya has pensado dónde vas a colocar la ducha comunitaria? -preguntó la presidenta.
-Estoy trabajando en ello -contestó la directora general.

lunes, 6 de febrero de 2017

UN DÍA DE FURIA
La matraquilla que le entró a doña Monsi por prohibir la entrada a toda persona ajena y no residente en el edificio sembró la ira en Carmela, que, tras su despido fulminante, reapareció el pasado jueves, aprovechando que la presidenta había salido a la peluquería.
-No tientes al diablo -le aconsejó Úrsula al encontrarse con Carmela en el portal.
-Este es mi edificio y no voy a quedarme sin trabajo porque a una loca de pelo alborotado le haya dado por poner normas anticonstitucionales.
-¿Y qué vas a hacer?
-Recuperar lo que es mío.
Úrsula se temió lo peor porque, cuando Carmela se enfada, no hay quien le gane. Y si no, que se lo pregunten a las pelusas que antes rodaban a su libre albedrío por las escaleras y, ahora, poco menos que tienen que pedir permiso para poder circular.
-Deberías marcharte porque Goyo, el guardaespaldas de doña Monsi, hace la ronda a las en punto -le advirtió la Padilla mirando el reloj.
-Eso. Además, el tipo no se anda con chiquitas. El otro día prohibió la entrada al edificio al médico que viene a tomarle la tensión a mi hermana, así que tuvimos que quedar en el bar de enfrente -contó Úrsula.
-¿Y cuánto tenía?
-Él médico, ni un céntimo, con lo que yo tuve que pagar la ronda de barraquitos.
-Esto no puede ser -se quejó Carmela-. Tenemos que plantarle cara a esta situación. Voy a por mi fregona.
Antes de que lograra entrar en el cuarto de la limpieza, las vecinas le contaron las novedades.
-Ya no tienes fregona. Ahora es de Gloria del Paraíso -le largó la Padilla sin anestesia.
-¿Y esa quién es?
-La señora que ha contratado la presidenta para limpiar las escaleras.

-¡Se acabó! ¡Hasta aquí hemos llegado! ¿Dónde está la tipa esa de nombre de telenovela barata? Va a pasar del paraíso al infierno en menos de tres segundos -amenazó enfurecida Carmela.
La sudodicha señora apareció de repente, cargando con el cubo y la fregona, y canturreando algo ininteligible. Carmela se encaró con ella.
-¿Quién te crees que eres?
-Ay -suspiró-. Cuando me pongo a cantar, creo que soy Beyoncé pero luego me miro en el espejo y...
-No hace falta que contestes. Es una pregunta retórica, imbécil. Devuélveme mi fregona -gritó desaforada, y le arrebató el palo de las manos a la pobre mujer.
-Carmela, por el amor de Dios, sosiégate -suplicó la Padilla.
Pero ya era imposible. Se había disparatado de tal forma que no atendía a razones y su cara cambió del color carne a un rojo encendido. De malos modos, le ordenó a su sustituta que entrara en el ascensor.
-No funciona desde Navidad. Se traba al pulsar cualquier botón -le recordó Úrsula.
-Mejor -dijo, mientras empujaba a Gloria del Paraíso dentro y le daba al botón del tercero. Salió corriendo y la dejó encerrada.
Al escuchar los golpes de la mujer pidiendo auxilio, Goyo bajó al portal.
-¿Qué pasa aquí?
-Eso debería saberlo usted, que para algo es el guardaespaldas de la presidenta -le echó en cara Carmela.
-¿Usted?... ¿No le había echado yo de aquí la semana pasada?
-Sí. Y no me gustó la forma en que lo hizo.
-Salga inmediatamente -le ordenó él.
Carmela ni se inmutó. Solo hizo una seña que Úrsula y la Padilla no entendieron, pero, al ver la cara de furia que ponía, temieron por su propia integridad y no dudaron en hacer caso a lo que fuera que hubiera querido decir. Juntas, acorralaron al guardaespaldas y lo empujaron hasta llegar al cuartito de la limpieza donde lo dejaron encerrado.
-Ahora solo queda doña Monsi -comentó Carmela.
-¿Qué vas a hacer con ella? -preguntó aterrada la Padilla.
No hubo tiempo de aclarar esa duda porque, en ese mismo instante, la presidenta entró en el edificio.
-¿Qué haces tú aquí? -preguntó al ver a Carmela.
-He decidido tomar la Bastilla.
-Sí, vendrá bien que te mediques -dijo la presidenta.
-No me cambie de tema. Desde hoy, el edificio está bajo mi mando.
-Eso está por ver -amenazó doña Monsi.
Al día siguiente, a las siete en punto, Carmela limpiaba las escaleras, mientras una tímida pelusa rodaba en cámara lenta como si pidiera permiso.
-¡Qué bien! ¿Doña Monsi cambió de opinión? -preguntó Úrsula.
-No sé. Desde que la encerré en el cuarto de contadores no he vuelto a hablar con ella.