Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 22 de enero de 2018

CONTAGIO

Ante las quejas por los cambios llevados a cabo en el edificio durante nuestra ausencia, la presidenta convocó una reunión donde nos informó de las últimas novedades, pero en la que se negó a atender nuestras súplicas de cerrar la peluquería. Carmela es la más combativa en este asunto porque, además de las pelusas, ahora debe luchar contra bolas de pelos enmarañados que revolotean por las escaleras. En cuanto a Yeison, el hijo de Rita la peluquera y al que ha contratado como recepcionista del edificio, nos explicó que él se encargará de controlar y coordinar las entradas y salidas.
-Lo hago por la seguridad de todos -se justificó doña Monsi, cuando Bernardo se quejó de que llevaba tres noches sin poder hacer su turno con el taxi.
-No es normal que yo no pueda salir a trabajar porque el niñato este no está en la recepción.
Doña Monsi alegó que Yeison no puede estar de servicio 24 horas y nos acusó de inhumanos.
-¿Y si alguna de nosotras se pone de parto a las cuatro de la madrugada? -preguntó Brigida, y todas nos miramos de arriba a abajo, pensando que eso ya no era posible en nuestro edificio.
-Bueno ¡Basta ya! -interrumpió doña Monsi-. He gastado un dineral para que vivan en un edificio moderno y seguro ¿Y es así cómo me lo agradecen?
La presidenta dio por terminada la reunión.
Esa misma tarde, cuando Eisi se disponía a iniciar su siesta de cinco horas, un grito por megafonía retumbó en las paredes del edificio.
-¡Ese o ese! ¡Ese o ese!
Asustados, salimos a las escaleras.
-Pero ¿quién está gritando? -preguntó Carmela.
-Es Yeison -confirmó Úrsula.
-¡Ese o ese! ¡Ese o ese? -repetía el recepcionista, como si no hubiera un mañana.
-Bueno, ¡vale ya! Este, ese o aquel. El que te dé la gana -se quejó la Padilla, más recuperada de su triple rotura de costillas.
Como la machaconería no cesaba, bajamos al portal y, allí, encontramos a Yeison haciendo toda clase de gestos como un loco.
-¡Estop in de neim of god! -dijo él.
-¿Qué ha dicho? -preguntó Carmela.
-Uf, creo que te ha insultado -contestó Eisi.
-He dicho ¡alto en el nombre de Dios! No se acerquen a la peluquería. Estamos en danyer- insistió el joven parapetado tras el mostrador.
-Pero ¿de qué va esto? O te aclaras o te aclaro -dijo Eisi, embutido en aquel pijama a rayas, que no infundía ningún respeto.
-Estamos en código rojo. A red coud. Hay una clienta en la peluquería que no para de estornudar como una loca, así que he cerrado la puerta para evitar que propague el virus de la gripe por el edificio. Y es por eso por lo que estoy gritando ese o ese. Es lo que hacen en las películas cuando piden auxilio, ¿no?

-Este niño es tonto -comentó la Padilla, que, superada por la situación, cogió el ascensor para regresar a su piso.
-¿Quieres decir que estamos en riesgo de contagio? Entonces, abre la puerta de la calle de una maldita vez -ordenó Carmela a Yeison-. Anoche terminé de coser mi disfraz y, como no lo pueda estrenar en Carnavales, no respondo de mis actos.
Yeison se atrincheró en la portería y se negó a desbloquear la puerta.
-De aquí no sale nadie hasta que no vengan los de Sanidad. Cualquier movimiento en falso hará que el virus se propague evrigüer. Lo que significa, por todos lados, señora.
Carmela solo pensaba en las 824 lentejuelas que había cosido, una a una, la noche anterior, con lo que empuñó la fregona y, apuntando al recepcionista, le obligó de nuevo a abrir la puerta. Mientras tanto, en el interior de la peluquería, Rita insistía en que la dejáramos salir.
-Por el amor de Dios, Yeison. Soy tu madre -gritó desolada.
Sin pensarlo, y más por las ganas que tenía de irse a dormir la siesta que por un acto heroico, Eisi se lanzó contra la puerta de la peluquería y la derribó de una patada. Entre toses y estornudos, la infectada, cual alma que lleva el diablo, salió corriendo, cruzó el portal y huyó.
Desde entonces, en el edificio, todos estamos en cama contagiados con el virus.
Bueno, todos menos la Padilla, que no ha salido del ascensor.

lunes, 15 de enero de 2018

NUEVOS INQUILINOS
Después de casi tres meses, por fin, hemos podido regresar a casa. La rotura del bajante y la masa viscosa de olor indescriptible que empezó a fluir por la tubería con un frenesí desbocado nos obligó a evacuar el edificio. Gracias a la ayuda de los bomberos y a la de algún santo a quien le rezó la Padilla, logramos salir con vida.
Ella todavía siente náuseas cuando le viene a la mente aquel tufo, y lo achaca a que ese día se le quedó algo pegado en los pelillos de las fosas nasales. Brígida le sugirió que estornudara con fuerza para que lograra expulsar los restos de lo que quiera que fuera que se le había quedado incrustado allí, pero lo único que consiguió fue fracturarse dos costillas.
Aun así, no todo ha sido negativo. Este contratiempo también ha tenido su lado bueno. En nuestra ausencia, doña Monsi, que regresó de Barcelona harta de tanta incertidumbre, aprovechó para hacer algunos arreglillos en el edificio. Las subidas de la cuota de la comunidad han servido, por lo menos, para que la presidenta haya podido acometer el cambio de tuberías, adecentar el ascensor y poner luz en las escaleras. En este tiempo, también, consiguió alquilar el bajo izquierda, que ahora es una peluquería.

-¡Qué horror! Esto empieza a oler a tinte y a laca -se quejó Carmela, que, después de tantos meses sin usar la fregona, parecía no tener muy claro cómo funcionaba aquella cosa tan simple que a ella, sin embargo, le parecía más complicado que encontrar papas negras a menos de un euro.
-Cuando se corra la voz, esto va a estar peor que la calle Castillo en Navidad -comentó Úrsula, mientras miraba extasiada el botón del ascensor, que, después del arreglo, cuando lo pulsas, se ilumina y desprende un aroma a lavanda.
-¿Tú has visto la pinta que tiene la peluquera? -preguntó Carmela en modo cotilla- Se llama Rita.
-¿Como la cantaora?
-A mí que cante cuando quiera. Ahora o después.
En medio de esa conversación absurda, llegó el ascensor con la Padilla dentro. Al salir, hizo un gesto para que las vecinas se acercaran.
-Chicas, aunque no me hace mucha gracia que haya una peluquería en el edificio, tengo que confesarles que voy a entrar.
-Traidora -le espetó Úrsula.
- Tienen que entenderlo. Desde el fatídico estornudo estoy doblada y no he podido lavarme el pelo -se excusó mientras caminaba encorvada.
-Bueno, venga?, te acompaño- se ofreció Carmela, más como un gesto de cotilleo que de amabilidad.
En la puerta de la peluquería, que está justo en el lado izquierdo del ascensor, una mujer de pelo rojo y labios de un encarnado todavía mucho más intenso salió a saludarlas.
-Buenos días. Ustedes deben ser las vecinas del edificio -dedujo.
-Menuda chismosa. Qué poco ha tardado en ponerse a investigar -le susurró Carmela a la Padilla.
-Pasen, pasen -les ofreció amablemente.
-Yo es que estoy lesionada y no puedo moverme mucho -explicó la Padilla, con el cuerpo en forma de ángulo recto.
-Ah, pues le voy a pasar el contacto de mi primo Alexis, que es fisioterapeuta -dijo la peluquera buscando su número de teléfono.
De repente, una voz cantarina surgió del interior del local.
-Toc, toc? Un, dos, tres. ¿Hola? Llamando a mamá. Regresa a la Tierra, por favor. Plis, cam tu di erz. Lo que esta señora precisa de manera urgente es un lavado intenso y profundo que le deje flaying in de eskai.
Carmela y la Padilla esquivaron con la mirada el cuerpo de la mujer y sus ojos tropezaron con un joven que llevaba todos los colores del arcoíris encima.
-¿Y este? -preguntó Carmela.
-Es Yeison, mi hijo.
-¿Payaso?
-No. Recepcionista.
-¿De qué hotel? -preguntó la Padilla.
-De este edificio -dijo su madre orgullosa-. Doña Monsi lo ha contratado para que controle las entradas y salidas.
-Encantado, señoras -dijo haciendo una reverencia exagerada-. Les recuerdo que, si van a salir a la calle, me tienen que dejar las llaves on de teibol.
Al escuchar aquello, la Padilla se irguió de golpe y se oyó un "crack" que la obligó a dormir esa noche en urgencias. Para templar los ánimos, doña Monsi nos ha convocado a todos este miércoles. Dice que quiere ponernos al día de las novedades.