Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 12 de marzo de 2018

PARADA OBLIGADA
Doña Monsi había amenazado con tomar represalias si las mujeres del edificio secundaban la huelga del 8 de marzo. La víspera, las féminas celebraron una reunión clandestina en el ascensor donde acordaron que, al día siguiente, pararían. De repente, el aparato hizo un ruido extraño, la luz se apagó y se quedaron encerradas. El grito de auxilio de María Victoria alertó a Yeison que, en ese momento, hacía la ronda.
-Tranquila. No panic. Voy a buscar ayuda para sacarla de ahí -dijo él con voz temblorosa.
-Date prisa. El oxígeno se consume -advirtió Rita.
-¿Mamá? ¿Tú también estás ahí dentro?
-Sí. Nos hemos quedado encerradas siete mujeres.
-Y pronto empezaremos a caer como moscas así que ¡sácanos de aquí de una maldita vez! -le espetó la Padilla.
-Oye, no te permito que le hables en ese tono a mi niño -intermedió Rita.
-Vaya, qué susceptible. ¿No irás a pegarme?
-Ya me gustaría pero, chica, no puedo mover el brazo porque lo tengo encajado entre tus pechos y la espalda de alguna.
-Por favor, señoras, recuerden que si discuten consumen aire. En un minuto estarán todas fuera -les prometió Yeison al comprobar, por el hueco de la escalera, que Eisi acababa de entrar al edificio. 
- Rápido. Las mujeres se han quedado encerradas en el ascensor. Ayúdame a liberarlas- le pidió. 
Al escuchar aquella noticia, Eisi ralentizó el paso y tardó más en llegar que la investidura al Parlament.
-¿Dices que están todas dentro? -preguntó.
-Sí.
-Perfecto. Déjalas ahí.

Yeison no daba crédito a lo que acababa de oír.
-Por favor. Esto es grave, tenemos la primera baja. Brígida acaba de desmayarse. Hagan algo ya -imploró su hermana.
-Pónganle las piernas hacia arriba y verá que se le pasa enseguida -dijo Eisi mientras se sentaba en uno de los escalones como si no pasara nada.
-Pero si ni siquiera podemos mover las cejas -le recordó Úrsula.
-Estamos literalmente incrustadas -dijo la Padilla, que notaba el hígado de Xiu Mei en la punta de su codo y el codo de María Victoria, perforándole su riñón izquierdo.
Eisi estaba relajado. Pero una duda le rondaba.
-Oye, pibe -le comentó a Yeison-, lo que todavía no logro entender es qué hacen todas dentro del ascensor.
La voz ronca de doña Monsi surgió súbitamente en medio de las escaleras.
-Estaban conjurando a mis espaldas y el Señor las ha castigado.
-¿Qué señor? Porque este y yo no sabemos nada -dijo Eisi.
-Se refiere al máximo lord de la tierra y el cielo -apuntó Yeison.
-A mi no me hablen del Juego de Tronos que yo no veo series de esas.
-Es usted una machista. ¡Tenemos derecho a hacer huelga! -gritó Carmela desde dentro.
-Lo que faltaba. Las huelgas son cosa de hombres -aclaró la presidenta.
-Perdón. Solo un inciso antes de seguir con la discusión -interrumpió Rita que se dirigió a su hijo-. Yeison ¿me oyes? Mira, van a dar las nueve así tienes que bajar y abrir la peluquería.
-Pero mamá? ¿Y si aparece alguna señora a peinarse?
-Pues la peinas.
-Mami, soy antibelicista y los secadores tienen más peligro que una Magnum.
Doña Monsi se acercó al ascensor y habló a través de una de las rendijas.
-Si me aseguran que mañana no hacen huelga, las saco de ahí.
-Eso es chantaje -se quejó la Padilla.
-¡No nos moverán! -gritó Carmela.
-Bueno, eso es lo único a lo que no nos negaríamos -pensó Úrsula que tenía un calambre en el pie.
La situación empeoraba por minutos y era tal el hacinamiento que hubo un momento en que María Victoria creyó que la oreja de Úrsula y la pierna de Carmela eran suyas.
Las mujeres resistieron todo el día en aquel espacio y Yeison tuvo que atender a dos clientas en la peluquería, aunque se negó a usar el secador y, cambio, las peinó haciendo aire con un abanico.
-Es el último gritó en Nueva York -les aseguró.
-Sin duda porque están para salir corriendo -murmuró Eisi.
Por fin, a medianoche, los bomberos entraron al edificio y sacaron a las mujeres del ascensor.
-¿Quién les avisó? -preguntó doña Monsi enfadada.
-Ella -señaló el jefe del equipo de rescate.
-Es que no me gusta nada cómo peina su hijo -se quejó a Rita una de las señoras que esa mañana había estado en su peluquería.

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